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jueves, 8 de septiembre de 2011

La Alpujarra

Veranear en la Alpujarra es como realizar un viaje espacio-temporal. Viajas en el espacio porque a medida que asciendes respecto al nivel del mar vas notando como el peso de la gravedad se distorsiona. Cuando llevas allí un par de días tienes la sensación de que vas flotando, como un hippy de acampada en una plantación de maría. La Alpujarra es vertical. Allí lo único que está en plano es la barra del bar. Así que, con estas premisas ya podemos ir componiendo un patrón de alpujarreño: el Gran Lebowsky con los gemelos de Conan.

Y viajas en el tiempo porque a medida que vas callejeando por los estrechos recovecos de los pueblos blanquecinos involucionas hacia los años 70. Las bicis siguen siendo las BH que utilizaban Pancho y Desi. Los transeúntes van ataviados con prendas de películas de la época del destape (que vienen las suecassssss!!!). Lo único que te hace volver al siglo XXI son los carteles (generalmente tallados en madera) que anuncian que el establecimiento dispone de WIFI. Eso sí, no trates de buscar un ordenador en 50 millas a la redonda, es un tiempo perdido que perfectamente se puede invertir echando cañas.

Pero lo mejor de la Alpujarra no es ni una cosa ni la otra. Lo mejor es esa característica tan especial que tienen los alpujarreños de vivir a su ritmo. Que hacen que cualquiera a su lado pueda salir en la portada de la revista Emprendedores. Ahí es cuando te planteas que has vivido engañado durante muchos años, concretamente desde tiempos inmemoriales en los que te han colgado las etiquetas de “pachorra”, “perro”, “vago”, “dejadillo”, “ganso”, “holgazán”, “gandul” o cualquiera que se les parezca. Y es que los alpujarreños están a otro nivel, juegan en otra liga. Ellos no son pachorras, simplemente viven a menos revoluciones. Es como cuando tu walkman aiwa se quedaba sin pilas “queeosspongoochaaavaleee…” “deequéeequereilatapillaa”.

Interior de un supermercado. Día laborable en pleno mes de agosto. 19 horas aproximadamente. Me planto delante del dueño del súper y le lanzo la siguiente cuestión: “¿tienen hielo?”. Como pregunta lo tiene todo. Corta, precisa, directa y además con buena entonación. Seis segundos después (al ritmo alpujarreño pueden resultar eternos), las neuronas del señor, que hasta el momento estaban a gusto echando la siesta, deciden trasmitirle la consigna al cerebro. Es entonces cuando se produce una reacción en cadena que genera sendos movimientos acústicos y sensoriales, hasta que el hombre atina a balbucear: “mhanfalladounosproveedoreeee”. Noto como mis neuronas, que están en chanclas y bermudas, se ponen tensas al procesar la respuesta. “Warning, warning, nos han pillado en servicios mínimos, a ver cómo salimos de ésta”. En mi cerebro se decide abrir un concurso de neuronas para elegir la mejor réplica, pero queda descartado por falta de participación (consecuencias de la Alpujarra). Así que elijo la que primero me pasado por la cabeza, que dicen que es la que cuenta: “¿Pero tienen o no?”. Mi reiteración en la pregunta inicial genera un cierto estado de nerviosismo en mi interlocutor. Me mira fijamente a los ojos como diciendo “lástiima que yaaa teneeemoooo uuuun tonnnonto del puebloooo poooorque encajabaaasss a la perfessióooon”; pero eso, lamentablemente, no lo puede decir en alto. Sabedor de que no abandonaré el local hasta que obtenga una respuesta, continúa con el duelo de miradas y opta por buscar una salida digna. Coge el teléfono móvil que lleva ceñido al cinturón y procede a marcar alguna tecla. “A veeer cóoomo se llamaaaba éssste, ah sí, Antoooonio, por la Aaaa”. Yo que permanezco pétreo, pongo cara de “suerte has tenido que es la “A” porque si se llega a llamar Francisco antes de encontrar la “F” ya te hubieses cansado”. El hombre pulsa la tecla verde y se retira dos pasos, lo suficiente para marcar distancias y dejarme escuchar la conversación. “Antonioooooo! ¿no ibass a traeeee hieelooo?” (permanece en silencio otros seis eternos segundos procesando la respuesta). “Ahhh! Mañaaaana. Es que tengooo aquí a un cliennnte”. Y en ese momento me mira con una pseudosonrisa. Estoy seguro que ha estado a punto de hacerme un guiño con el ojo, pero supondría quemar demasiada energía. Atónito total, le miro, y caigo en la cuenta de que el tal Antonio, proveedor de hielo, fijo que está pensando en las ganas de tocar los güevos que tiene el tal cliente, con lo a gusto que está el hombre echando cañas, que esta tarde iba a hacer el reparto pero se ha encontrado con Miguel “el acelerao” (este apodo se lo pusieron porque aún va más lento de lo que en la Alpujarra se considera normal) y se han sentado en una terracita a rememorar viejas batallas porque no se veían desde la hora del vermú. En fin, que allí permanezco, casi petrificado, haciendo gestos con la mirada al señor dueño del súper, tratando de transmitirle que por mí no es necesario que le joda la tarde al tal Antonio, que los gintonics que tenía planificados para la noche pueden esperar, que eso que se lleva el hígado, una noche de tregua en una semana lúdico-festiva-etílica-vacacional. A todo esto, el dueño decide recorrer el pasillo, aunque no estoy seguro de si continúa con la conversación o simplemente se está escaqueando. Para evitar tensionar más la cuerda, decido marcharme, no sin antes preguntarle a la cajera (esposa del empleado/jefe) que “si tienen hielo”. La esposa, que tiene las antenas más largas que una amantis religiosa y se ha quedado con toda la conversación, me mira con cara de malas pulgas y contesta “ prueba en el bar”. Moraleja: todo gira en torno a los bares.

Continuemos con la descripción de la Alpujarra y sus habitantes. Que vayan a su ritmo no significa ni mucho menos que sean lelos. Para ejemplo un botón. En la tetería del pueblo, el único té que estaba agotado era el de cannabis. Que así no me extraña que vayan con ese buen rollo todo el día. Que comienzas la mañana desayunando un bocata de jamón de Trevélez con una copilla de vino, empalmas con el vermú, te lías a echar cañas hasta que te percatas que se te ha pasado la hora de la comida, te pides unas tapas con unos chatos de vino y para acabar tarta de Whisky, un carajillo, copazo y un rosly; que cuando atinas a llegar a casa te haces un té de cannabis para caer redondo en la cama. No me extraña que no perdonen la siesta.
Pero hay más ejemplos. No sólo los alpujarreños están parametrizados así. A los animales también se les ha contagiado. Que estábamos un mediodía echando cañas tan a gusto y de repente oímos cacarear al gallo. A las cuatro de la tarde canta el gallo!!!!!!!! Vale que en el pueblo están de Fiestas, pero me parece un poco desproporcionado. Que a las cuatro de la tarde ya hace diez minutos que se ha despertado Paquirrín. Que parece que hayas cerrado todo los chiringuitos del pueblo y luego te hayas ido a algún after a Granada. Ya veo al gallo, colega de Guti, con sus fulas y con su camiseta de tirantes “Subidón en Lanjarón”.

Y hablando de fiestas vamos con otra anécdota. Regresábamos de Granada una tarde de estas frescas (el termómetro marcaba 47 grados) cuando de repente vimos una serie de coches parados en mitad de la carretera. Al bajar a comprobar de qué se trataba vimos un coche (BMW 320 para más señas), volcado en mitad de la carretera. El conductor estaba siendo atendido por una señora que le abanicaba y le daba sorbos de agua. Nos acercamos y, como haría cualquier ciudadano americano que sabe de primeros auxilios dijimos: “póngales los pies en alto”, a lo que el conductor rápidamente contestó “no, que me he roto el pie al saltar por la ventanilla”. (Abramos aquí un paréntesis porque el tema lo merece. A ver una cosa, tú vas circulando con tu BMW, el de te gusta conducir, por no sé qué razón el coche vuelca quedándose en vertical sobre las puertas del copiloto y tienes la gran fortuna de salir ileso. ¡Y cuando saltas del coche te rompes el pié!!!! Tío, la Wikipedia se está rebanando la sesera para buscarte una definición. Fin de paréntesis). Cuando nos acercamos al conductor nos viene un bufido aromático que indicaba que, o bien se ha echado un frasco entero de Brummel caducada, o bien se trataba de un faquir que ensayaba lo de echar fuego por la boca, o bien venía de las fiestas del pueblo de al lado con más cañas encima que en un especial de Jara y Sedal. La cuestión es que allí no dejaba de venir gente y la fila de coches cada vez era mayor. Cada cual decía la suya, y el 99% estábamos de acuerdo en que el personaje en cuestión venía tajao. El 1% restante era una monja que dio credibilidad a la versión del conductor, que podría titularse “POR CULPA DE LA CHINITA”. Y es que esta versión no tiene desperdicio. Resulta que el muchacho iba conduciendo tan plácidamente cuando topó con una chinita que le hizo volcar. Se tercia aquí otro paréntesis (a ver muchacho, ¿me quieres decir que una chinita ha provocado que salgas volando como los coches que perseguían al Equipo A? ¿Una chinita? Pero vamos a ver una cosa, ¿cuándo dices una chinita te estás refiriendo a una porción apenas perceptible de granito? ¿es eso? Porque si es eso permíteme que lo ponga en duda. Aunque quizás… Claro, ahora encaja todo… Tú venías con tu flamante BMW, con la mano por fuera de la ventanilla emulando al anuncio, y de repente se te ha cruzado una niña ojos rasgados morena con coletas, que iba con un par de bolsas y te ha dicho “aloz, celdo aglidulce, licol de lagalto”… Suerte que has tenido un finalfelí.
En resumen, que este año voy a invertir en primitivas y euromillones. Que como pille un bote me compro un cortijo (que no requiera muchos proveedores…). ¡Y que me despierte el gallo!.

Dedicado al tito Barbas y Mª José, por un verano cañero

sábado, 16 de abril de 2011

34 primaveras

Una más y van 34. En lugar de cumplir años cuento primaveras. Será por mi visión de la vida que tanto gustaba a mi profesora de Literatura. “Eres un romántico” me decía cada vez que nos cruzábamos por los pasillos del instituto.

34 primaveras e innumerables recuerdos. Cuando era un renacuajo y acompañaba a mi padre a buscar a mi madre al metro. Su rostro cansado se convertía en sonrisa al vernos y nos besaba con la ilusión de tener a un ser querido esperando su llegada.

34 primaveras y un sinfín de anécdotas. Como aquella vez que una desconocida me cerró el libro y se puso a charlar conmigo como si fuésemos íntimos. “Yo he visto la peli” comentaba haciendo referencia a la portada del libro. Y yo, atónito, no supe estar a la altura. Lejos de mantener una amigable conversación contaba las estaciones que aún quedaban para alcanzar mi destino. La comunicación es lo que nos distingue de los animales y en lugar de utilizarla preferimos ser antisociales.

34 primaveras y toda una vida por delante. Viajar, educar, crecer, reír, escuchar, llorar, brindar, abrazarse y seguir enamorado de la mujer con la que comparto mi vida. Como una planta que busca la luz del Sol con la llegada de la primavera, así es el ciclo vital, y así debemos enfocarlo. Cada cual tiene en su Sol el objetivo que se proponga alcanzar.

34 primaveras y aún veo a mi abuelo, cuando me contaba sus historias en blanco y negro. Me hablaba de la primera vez que vino a Barcelona, de aquellos trenes de madera que cruzaban el Levante en jornadas interminables. De cuan diferente era esta ciudad de su aldea de origen. Y grabadas me quedaron sus palabras, que eran lecciones de sabiduría “mi generación lo pasó muy mal para acabar viviendo bien. La tuya ha comenzado viviendo bien y si no hacéis nada acabaréis pasándolo mal”. Esa es la filosofía que me impregnó y que trato de seguir en mi día a día. Al fin y al cabo se trata de que entre todos hagamos de esta vida un mundo mejor, donde todos tengamos cabida, como una orquesta donde cada músico desempeña su papel.

34 primaveras y ya despuntan las generaciones venideras. Son el futuro y algún día serán ellos quienes nos cuiden a nosotros. Responsabilidad de todos es inculcarles unos valores que les ayuden a ser buenas personas. Compartir con los demás. Convivir. Y disfrutar. Al fin y al cabo, eso es el ciclo vital.


Publicado en http://relatscurts.tmb.cat/ca/relat/lliure/4269

jueves, 18 de febrero de 2010

¿Qué quiere tomar?

CHICO: ¿Qué quieres tomar?

CHICA: Me apetece un Martini.

CHICO: ¿Blanco o negro?

CHICA: Negro, por favor

El chico se dirige hacia el camarero.

CHICO: Matías, cuando puedas un Martini negro y un quinto. (Se gira dando por hecho que el camarero le ha escuchado y se dirige nuevamente hacia la chica) Bueno, pues aquí estamos.

CHICA: Aquí estamos (Repite ella, sonriente).

CHICO: ¿Quién nos lo iba a decir? (Entona en una mezcla de pregunta y exclamación)

CHICA: Quién nos lo iba a decir… (Vuelve a repetir ella)

CHICO: Venga, cuéntame, ¿cómo te va?

CHICA: ¿Cómo me va? ¡Uf! (Exclama) ¡Qué pregunta más compleja!

CHICO: Más que compleja, genérica diría yo…


CHICA: ¿Por dónde empiezo? Digamos que si tuviese que contestar con una respuesta genérica diría “no me quejo”.

CHICO: …Pero podrías estar mejor (Responde él con una entonación de seguridad).

CHICA: Bueno, creo que siempre se puede estar mejor, ¿no?

CHICO: Sí, supongo que sí (Responde el chico, que busca con la mirada al camarero).

CHICA: Pues eso.

El camarero aparece con la botella de Martini y una copa. Sirve el Martini con hielo, una rodaja de lima y una aceituna.

CHICO: Ostras Matías, cómo cuidas a las chicas guapas.

CAMARERO: Soy un profesional (Comenta el camarero sonriente. Mientras, abre el quinto y lo pone al lado del chico).

CHICO: ¿Por dónde íbamos?

CHICA: Hablábamos de cómo nos iba.

CHICO: Ah sí… conversación superficial.

CHICA: Ja, ja, ja (Se ríe ella). ¿Qué quieres decir con superficial?

CHICO: Ya sabes, ese tipo de conversaciones que no te llevan a ningún sitio. En las que no se profundiza. En el escalafón de conversaciones rancias se lleva la medalla de bronce.

CHICA: Vaya, ¿me estás llamando rancia? (Dice ella mostrando un enfado teatrero).

CHICO: No, ya sabes que no.

CHICA: ¿Y se puede saber cuáles son las conversaciones rancias que se llevan las medallas de oro y plata?

CHICO: La de plata es la típica de la máquina de café. Vas a sacarte un café por la mañana y topas con esa persona que solo conoces de vista, que no sabes ni en qué departamento está y no tienes ningún tema en común.

CHICA: Ja, ja, ja, y parece que el café no vaya a salir nunca. Sí, estoy de acuerdo. ¿Y la de oro?

CHICO: La de oro es la de ascensor. ¡Qué incomodidad más grande!

CHICA: Ah, pues a mí me gustan. Dicen mucho sobre cómo es la gente.

CHICO: A mí lo único que me dicen es si son limpios o sucios.

CHICA: ¿Y eso?

CHICO: Porque siempre miro a los pies. ¿Por qué la gente no presta atención a los zapatos? Es muy importante llevarlos limpios.

CHICA: ¡Ups!, pues mejor no mires los míos.

CHICO: Por lo general las mujeres suelen llevarlos limpios.

La conversación se interrumpe porque el camarero se acerca, le guiña un ojo a la chica y deja en la barra una bandejita de altramuces.

CHICA: Gracias (devolviéndole el guiño).

El camarero sonríe y se da la vuelta. La chica mira al chico, que en ese momento está con cara de extasiado mirando la bandeja.

CHICA: ¿Qué pasa?

CHICO: ¡Altramuces! Hacía siglos que no los probaba. Increíble. Me acaba de transportar veinte años atrás.

CHICA: Ja, ja, ja. Eres un exagerado.

CHICO: Que sí, por lo menos veinte años… (Suspira) ¿Dónde estábamos hace veinte años?

CHICA: Pues… a ver, déjame que cuente… yo diría que en el instituto.

CHICO: ¡Qué tiempos! Un brindis por aquellos maravillosos años (Chocando su quinto con la copa de martini).

CHICA: Los mejores (Con un tono de resignación).

CHICO: ¡Cómo me gustabas en el instituto! ¡Me tenías totalmente loco!

CHICA: Ja, ja, ja, vuelves a exagerar.

CHICO: Sabes que es verdad (Tratando de mirarle a los ojos, pero ella esquiva la mirada).

CHICA: ¿Y qué me dices de ti? ¿cómo te trata la vida? (Intentando retomar la conversación anterior).

CHICO: Sigo soltero, estoy más gordo, ligo menos de lo que me gustaría, me he aficionado al póker on-line, me han ascendido en el trabajo, pertenezco a ese 1% de seres extraños que no se han dado de alta en Facebook y como dato curioso te diré que a mi edad me sigue creciendo el pie.

CHICA: Ja, ja, ja. No cambias. Siempre con tus bromas (Le mira con una mezcla de ternura y admiración).

CHICO: Bueno, ¿para qué cambiar cuando se está bien?

CHICA: Me gusta tu filosofía de vida.

CHICO: Claro, claro… (Con un tono despreciativo).

CHICA: ¿Qué quiere decir ese “claro, claro”? (Pregunta ofendida).

CHICO: Nada, da igual.

CHICA: No da igual. Habla. Para eso hemos quedado.

CHICO: ¿Hemos quedado para hablar? Vaya, y yo que me había puesto muda limpia.

CHICA: Eres tonto (riendo).

CHICO: Lo sé. Olvidé comentarlo en mi descripción. Soy tonto. De hecho soy tan tonto que voy a seguir comiendo altramuces en lugar de proponerte matrimonio.

Sin atreverse a mirarle a los ojos, se gira hacia el camarero

CHICO: Matías, nos tienes secos.

martes, 13 de enero de 2009

Trinitat Vella

Que sí, que lo que yo te diga, hazme caso.
Yo creo que no es así.
Bueno, tú mismo, pero estoy seguro.
No puede ser que de la noche a la mañana te puedan echar a la calle sin darte una indemnización. Que sí, que eso es un despido improcedente. No te corresponde nada. Te vas y ya está.
Yo creo que en un despido improcedente te tienen que pagar algo, una indemnización.
Lo que yo te diga. Te vas sin nada. Te echan y te vas con una mano delante y otra detrás.
Pero te darán un finiquito o algo.
Que no. Si lo consideran como despido no te dan nada. Para darte el finiquito tiene que ser Recursos Humanos quien lo autorice.
Pues yo no tenía entendido eso. Me parece muy heavy que puedan hacer eso, despedirte cuando les dé la gana sin darte nada. No creo que sea así.
Y dale. Te digo que sí. Que mi hermano hizo un cursillo de derecho laboral de esos que monta Fomento y me lo comentó.
Yo creo que no puede ser. Pero bueno.
Ya te traeré el manual que le dieron, ya verás.
Vale.
Oye, ¿te has enterado de la nueva campaña esa de los autobuses?
¿Cuála?
Cuála Pascuala.
¿Qué campaña?
La de los ateos. Han colgado carteles publicitarios en algunos autobuses que dicen “Probablemente Dios no existe. Disfruta la vida”.
Guay.
¿Sólo guay?
Sí, ¿qué más quieres?
No sé, saber si estás de acuerdo o no.
¿De acuerdo en que pongan carteles o de acuerdo en lo que dicen?
En las dos cosas.
¿Quién paga los carteles?
Creo que recogían fondos.
¿Voluntariamente?
Hombre, sí, imagino que sí, no van a ir con pistolas por la calle apuntándote a la sien.
Entonces estoy de acuerdo. Yo suelo estar de acuerdo con todo lo que es voluntario.
Es una buena filosofía. ¿Y de la frase qué opinas?
¿Me la repites?
Creo que es algo así como “probablemente Dios no existe. Disfruta la vida”.
Pues también me parece bien.
¿Pero te parece bien porque no crees en Dios?
Me parece bien porque hay que disfrutar la vida.
Eso no responde a mi pregunta.
¿Si creo en Dios? Uf, es una de las preguntas del millón.
¿Hay más?
Sí, todas las que están relacionadas, ya sabes, ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿es cierta la teoría del big bang?
Y qué opinas.
¿Qué opino de qué?
Pues de todo. De Dios, del origen del Universo, de todo eso.
Son las 8 de la mañana.
¿Y qué?
Pues que no estoy yo para filosofar con temas trascendentales.
Bueno.
¿Bueno qué?
Que eres un rancio.
Rancio, ¿por qué?
Pues porque nunca te mojas en nada.
¿Qué quiere decir eso?
Que siempre te evades.
¿Me evado?
Sí. A la que hay un tema importante que tratar te vas por la tangente.
¿Por la tangente?
Sí.
¿Por qué dices eso?
Pues porque es cierto. No sueles contestar. O te vas por las ramas, o cambias de tema.
Uaaaaaaaaaah
O te pones a bostezar…
Perdona. Me ha recordado a un monólogo del Buenafuente que hablaba de bostezos. Decía que cuando no tienes mucha confianza con alguien quien estás hablando y te viene un bostezo se pasa muy mal. Tratas de ocultarlo, sin abrir la boca y empiezas a hacer muecas. Te cae una lagrimilla por el ojo…
¿Lo ves?
¿El qué, el cartel?
Ya lo has vuelto a hacer. Ya has cambiado de tema.
Es que me lo has recordado.
Que te den.
Vale. Pero que sean dos rubias.
Dos peces espada son los que te deberían dar.
No te mosquees.
No, si no me mosqueo. No vale la pena.
¿El qué?
Hablar contigo.
¿No vale la pena hablar conmigo?
No.
Venga hombre, tampoco es para tanto, ¿no?
Que lo dejes ya. Que parecemos una pareja de abuelos que no saben de qué hablar.
Se te va la pinza.
Vale.
Bueno.
Oye.
¿Qué?
En esta vida hay dos clases de personas.
Vale.
¿No me vas a preguntar cuáles son?
No.
Rancio.
Risueño.
Eso, sueño, sueño es lo que tengo.
Venga dime.
¿Qué quieres que te diga?
¿Qué dos clases de personas hay?
Ah! Los Playstasionistas y los Equixboxistas.
Anda y que te den.
Vale, pero que sean dos rubias.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Simple vida

Nací en la madrileña calle Jorge Juan.
Sin apenas tiempo para acostumbrarme a la vida, me envolvieron en una mochila y me introdujeron en una furgoneta. Me faltaba el aire, pero tenía claro que no me iba a rendir. Se hizo cargo de mí un señor mayor, canoso y de aspecto serio. Apenas me dedicó una mirada y mucho menos la sonrisa que necesitaba.
Por fortuna, no tardaron en llegar mis primeros padres adoptivos. Eran unos muchachos jóvenes a los que se les veía siempre contentos. Para celebrar nuestra unión decidieron que realizásemos una romántica escapada a París. Pero apenas vi la luz en la ciudad de la luz. Estuve en un pequeño recinto en la habitación del Hotel. Aquello era incómodo, pero no me rendí.
Al regresar a Madrid, me dejaron en una de las tiendas del aeropuerto. Me apenó mucho, porque, a pesar del abandono de París, esos chicos me caían bien.
Sin tiempo para digerirlo, ya estaba en manos de mi siguiente madre adoptiva, una mujer de armas tomar, segura de sí misma, guapa, esbelta y elegante que acostumbraba a vestir con traje chaqueta. Es curioso, pero el recuerdo más grato que guardo de ella es lo bien que olía.
Pasamos varios días juntos hasta que decidió dejarme en una gasolinera. El paso del perfume al gasoil fue un impacto que aún no he superado. El dueño de la gasolinera, mi nuevo padre, me tocaba con sus manos rudas, y grasientas. Sus sucias uñas me causaban arcadas. Pero él no parecía ser consciente y no dejaba de acariciarme.
Una mañana, mi padre se enzarzó en una discusión con un señor enmascarado por mi culpa. Entre gritos y caras de pánico se oyó un estruendo y mi padre cayó al suelo. Entonces el hombre de la máscara me agarró con fuerza y, en volandas, me llevó corriendo hasta su coche. Me dejó en el asiento de su lado y condujo a una velocidad desorbitada a pesar de que yo no llevaba ninguna protección. Pronto se oyeron sirenas y el enmascarado, que ya había descubierto su cara, se ponía cada vez más nervioso y le caían enormes gotas de sudor por todo su rostro. El enmascarado hizo un giro brusco y no pudo evitar el camión que venía de frente. Vi la luz, aunque no me rendí. Las sirenas sonaban próximas y cada vez eran más. Un señor vestido de azul sonrió al verme y me escondió. Estuve varios días con él, hasta que decidió deshacerse de mí en un bar al que acudía cada tarde. Pasé a manos del camarero, quien no me prestó mucha atención, algo a lo que ya estaba más que acostumbrado. No tardó en dejarme a merced de un treinteañero de aspecto angelical que me hacía mucho daño, me apretaba muy fuerte y parecía que le gustaba olerme profundamente. Era una sensación muy desagradable y cada vez lo hacía más a menudo. Una mañana me dejó en manos de un chaval de apenas veinte años que conducía una pequeña moto. Aunque las motos me daban miedo, me sentía muy protegido. De la moto me pasaron a un coche y de este coche a otro mucho más elegante, el coche más elegante que he visto en mi corta vida. Me llevaron por una carretera de tierra que finalizaba en unas grandes puertas de hierro. Cuando se abrieron las puertas, apareció una enorme casa rodeada de fuentes y una enorme piscina tan azul como el cielo. Y allí es donde actualmente me repongo de mi corta e intensa vida, amontonado entre fajos de billetes de 100€, pero yo no soy uno más, yo soy especial.

sábado, 31 de mayo de 2008

Un sábado por la mañana cualquiera

Ayer llevé el coche al taller. Después de un par de años tocaba pasar la revisión. Llevaba tiempo debatiéndome entre llevarlo al taller oficial o a un mecánico de confianza y finalmente ganó la primera opción. Todo muy profesional, desde la centralita hasta el ¿mecánico? que te explica qué le van a hacer al coche y te da un presupuesto inicial.
Ángel (estos sitios se distinguen por llamarte por tu nombre), toca cambio de filtros, bla bla bla, el importe aproximado serán 432€ más iva. Claro, que si me dices que el aire no te funciona posiblemente (como si hubiese otra opción) te subirá más. "Cualquier cosa yo te llamo" (esta frase es para enmarcar). Y sí, efectivamente me llamó, me llamó para darme la noticia de que el presupuesto se duplicaba.
Por la tarde fui a recoger el coche. "Te lo están lavando, en diez minutos lo tienes". Mientras me doy una vuelta por el concesionario. Quince minutos después, de nuevo en el taller, me entregan el coche y muy amablemente, me comenta que si estoy interesado en un par de extras (del orden de cuatrocientosypico cada uno). "No gracias, pero un llavero sí que me podrías regalar" "Es que son de gerencia, nosotros tenemos las manos atadas" (otra frase para enmarcar).
Tras conseguir el llavero (por detrás lleva publicidad del concesionario, así que no es para tanto), me entregan el coche y me voy para Santa Coloma a echar un partidico de tenis con mi hermano (ese partido da para otra historia, no por nuestro juego sino por el modelito con el que jugaba la rubia que se puso en la pista de al lado, pero lo vamos a dejar aquí...).
El partido sirvió para dos cosas. Una, cerciorarme de algo que ya sabía, que estoy gordo y debo hacer deporte. Dos, para romper mis gafas (las dejé en la mochila sin ponerlas en una funda; esto tenemos los gafotas novatos) y seguir con una semana desastrosa.
De camino a casa enfilo la Ronda de Dalt. Un coche se me pone en paralelo y me hace señales. Bajo la ventanilla, baja él la suya y me dice "te está saliendo humo". Alucino. El coche de detrás lo mismo. Me acojono, miro el panel del coche y veo la aguja del líquido refrigerante parpadeando y parándose en el piloto rojo de la parte izquierda. Tomo la salida y paro en una gasolinera. Aprovecho para comprar coca-cola y pan (esto tienen las gasolineras actuales que parecen opencors). Enchego el motor, la aguja se va al centro. Parece que todo en orden. Arranco, circulo, entro de nuevo en la ronda y la aguja comienza a descender a medida que ascienden las revoluciones. De nuevo el humo. De nuevo a buscar una salida. Paro, dejo enfriar el motor. Vuelvo a arrancar y otra vez la misma historia. Llamo al Parri (un peseto siempre sabe de coches y si además es el maestro no digamos) "yo te recomiendo llegar a casa y que mañana lo recoja una grúa del seguro y lo lleven al taller". Eso haré, es un buen consejo, gracias maestro. Con dosis al 50% de paciencia y acojone consigo llegar al garaje. Dejo el coche, que por el ruido del ventilador parece un avión y me voy a cenar. Nos cascamos una botellica de vino y a pensar en mañana.
Sábado mañana, llamo al taller. Voz femenina que tras escuchar la historia me dice que ella sólo se encarga de entregar los coches que no han podido pasar a recoger durante la semana, pero que el taller está cerrado. Bueno, me da igual que esté cerrado, yo quiero una solución, necesito un coche para este fin de semana y para ir a trabajar, y no pienso perder una mañana llevandote el coche el lunes. Bueno, déjame hacer unas llamadas a ver si puedo localizar a alguien. Quince minutos después recibo la llamada, que me pilla en el súper. Hola Ángel, lo que te puedo ofrecer (ya empiezas mal, pienso) es que traigas hoy el coche, pero no tenemos ninguno para dejarte. Claro, le digo yo, y me quedo en mitad de la montaña (el taller está en un polígono entre Badalona y Montigalà, y para más datos diré que se llama Auto Bétulo por si alguien lo quiere como mala publicidad a nivel de "servicio integral"). Me mosqueo, la chica nota que me mosqueo y queda en llamarme nuevamente. En diez minutos me llama para decirme que ha conseguido un coche. Eso sí, llama tú al servicio de urgencia de BMW para pedir la grúa, porque yo no puedo llamar por ti. Ningún problema, le digo, nos vemos luego.
Media hora después de llamar para la grúa me llaman por teléfono. Hola, soy Vicente, ¿has pedido una grúa? sí. En diez minutos estoy ahí. Efectivamente, en diez minutos ahí estaba el Sr. Vicente, un tío rudo, con cara de buenazo que te dirige una sonrisa al chocarte la mano. ¿Y qué, qué ha pasado?. Me monto en la grúa con él y le relato lo sucedido al tiempo que le voy indicando cómo ir hacia el concesionario. "Son unos cabrones" me dice. Al principio reina el silencio entre los dos, pero poco a poco comenzamos a hablar. Mi hija se compró un Ibiza, uno de estos de kilómetro cero, me cuenta Vicente. Se lo entregaron un sábado y al día siguiente perdió todo el agua. Le dije a mi hija que lo llevase al concesionario el lunes a primera hora, que le mandaría a un compañero para que la llevase, porque yo estaba en Madrid. Por la tarde me llama llorando y me comenta que le quieren cobrar 450€, ¿qué qué!!!? le digo yo, tranquila que voy para allá, que llegaré a Barcelona sobre las 19h. Así que cuando llego a Barcelona me voy directo para el concesionario. Hola, vengo a recoger el Ibiza. Ah sí!, pase por caja. ¿Por caja? tú no tienes vergüenza, se compró el coche el sábado y le disteis un año de garantía y ahora quieres cobrarme 450€??? Anda, dame el coche. Que sois una panda de cabrones.
Pues sí, le digo a Vicente, es una lástima que te tengas que poner así para que te hagan caso. Bueno, me dice él, y las navidades pasadas por poco las paso en comisaría. El día 23 de diciembre le digo a mi mujer que ya va siendo hora de cambiar la tele. Nos hacía ilusión. 3000€ de plasma, 42 pulgadas, espectacular. Imáginate nuestra ilusión con el cambio, la anterior tele tenía 24 años. Nos entregan la tele y por la noche le digo a mi mujer, vamos a hacernos unos bocatas y vemos una buena peli, ¿no?. Nos ponemos a ver la peli y a los 20 minutos !plaff! se va la imagen. Le digo a mi mujer que al día siguiente se pase por la tienda y lo comente. A la mañana siguiente yo iba con un cliente, como contigo ahora y me llama la mujer. Me dice que el de la tienda le ha dicho que llame al servicio técnico y que el hombre le ha gritado. Yo que escucho eso y miro al cliente que llevaba al lado y hombre me dice "escolti, si vol anem ara mateix". Tardé en enfilar hacia la tienda y el cliente conmigo. Cuando mi mujer dice que le han gritado es que le han gritado, ella es una buenaza. Llego a la tienda y le digo a mi mujer, tú tranquila. Me voy para el vendedor y le digo, mira, que mandes a mi mujer al servicio técnico ya me parece fatal, pero que encima le grites... Y el tío me corta gritando "oiga que yo no he gritado a nadie!!!" Pimmmmba, tal como me lo decía le solté un guantazo con la palma abierta que se fue a parar a mitad de la tienda, lo tumbé. Llevaba el tío una carpeta en la mano y toda la tienda llena de papeles. Se armó allí un revuelo, todos los clientes mirando y el tío en el suelo sangrando y amenazándome con que me iba a denunciar. A todas estas aparece un gorila y tal como le veo venir le digo, "no vengas que a ti te doy con el puño cerrado" "no, no, si yo sólo vengo a recogerle". En esas que sale de una puerta un tío trajeado con corbata y haciendo aspavientos. Qué ha pasado, qué ha pasado. Le explico al tío lo que ocurrido y mira, el mismo día, a las dos de la tarde ya tenía un plasma nuevo en casa. Y hasta hoy genial. Claro que ahora el mismo no cuesta tresmil sino mil euros, pero la ilusión que nos hizo a mi mujer y a mí poder ahorrar ese dinero y comprarnoslo...
Entre historia e historia ya habíamos llegado al taller. Bajamos de la grúa, nos da los buenos días una rubia tetona y Vicente me dice "oye, pues si no te dan un coche por lo menos te la follas". Me despido de Vicente con un apretón de manos y el tío me dice "Ángel, para lo que necesites, si cualquier día necesitas una grúa pregunta por Vicente". Gracias tío (afortunadamente en esta vida hay gente buena y competente).
Entro en el taller y me saluda una morena, más tetona aún que la rubia. Fijo que en el proceso de selección les pasan el test de Rochard, pienso. Tras media hora para redactar el contrato de arrendamiento del vehículo (sólo tenía que poner mis datos personales), me pasa con una tercera tetona (va en serio) que toma nota de la incidencia. Yo soy la administrativa con la que has hablado esta mañana, es que sólo estoy aquí para recibir llamadas y entregar coches. Vale, gracias por tus gestiones. Y sonríe, satisfecha de haber salido airosa de una situación adversa.
Así que hoy en el garaje tengo un BMW 318, no es el cayuco del Herraiz pero ya da el pego. Ahora a esperar a qué me cuentan el lunes.
"Un tío que te recoge el coche con corbata se paga" me dice el amigo Pollo. Y razón no le falta. Yo pagué ayer la friolera de 909€ por hacerle una inspección al coche que me lo ha dejado peor de lo que estaba. Ahora a ver cómo responden. Ya pueden ir sacando llaveros.

Pd: una vez leída la historia, creo que lo que pretendía ser una crítica hacia el taller se va a convertir en un punto de interés pitxorra en busca de administrativas tetonas...

Dedicado a Vicente, como diría el kuñao "un gladiador de la vida"

martes, 12 de febrero de 2008

Perfect day

Tras beberme el gintonic que me supo a gloria, di un par de vueltas a la manzana con el fin de hacer acto de presencia con puntualidad británica. La hora hache había llegado y tocaba hacer frente a la situación estóicamente. Entoné mentalmente una canción alegre (Perfect day de Lou Reed) a fin de relajarme y entré en el bar donde había quedado con el gitano.

- Buenas – saludé secamente. De los allí congregados no se giró ni el camarero.

- Vaya, vaya, si está aquí el rey de los dados – dijo el patán de las 26 horas, que había salido de la nada.

- Vengo a ver a Eroski.

- Te está esperando dentro. Dame las armas que lleves.

- Tarde, las acabo de dejar en la tintorería a ver si se les va el óxido.

- ¿En serio? – lo curioso es que él sí que lo preguntaba en serio - Bueno, te tendré que cachear.

- Tú mismo, pero igual me pongo contento – le dije al tiempo que le lanzaba un besito al aire.

- Eh, que yo paso de esos rollos, que yo soy un machote ibérico más español que el Fary. Pasa anda, sígueme, y nada de sorpresas – dijo como si él mismo se creyese que formaba parte del reparto de “Uno de los nuestros”. Cruzamos el bar y al final del pasillo topamos con una puerta de madera de las de antaño. Al girar el pomo apareció un resquicio de luz que no tenía nada que ver con la luminiscencia del antro en el que estábamos inmersos.

- Jefe, está aquí el mequeterfre…, me-que-ter, mer-que-ter… el tonto de los dados.

- Pasa, chaval – dijo Eroski, sin apenas inmutarse. Estaba sentado en un sillón de estilo barroco que no hacía juego con la decoración del resto de la estancia.

- Buenas – atiné a decir.

- ¿Dónde está lo mío? – dijo Eroski, yendo al grano. Obviamente ya se había percatado de que no llevaba nada en las manos.

viernes, 28 de diciembre de 2007

¿Cuento de Navidad?

Hace una semana me tuvieron que hacer un duplicado de la tarjeta sim del móvil. Soy tan patán que puse mal el pin tres veces (aunque continúo convencido de que el número que introduje era el correcto). Después del pin te pide el puk, pero como ya he dicho que soy un patán también lo introduje erróneamente (para los que a estas alturas estéis pensando que iba tajao os informo de que no). Debido al cambio de tarjeta sim perdí toda la agenda, mensajes, fotos, etc. El pasado 25 de diciembre quedamos para echar una buena tarde en compañía de los amiguetes, en algo que también se empieza a convertir en tradición. Dado que sabía que iba a beber, opté por dejar el coche aparcado en el parking. Siguiendo con la patanería, decidí (conscientemente) dejar el mando del parking dentro del coche (para no perderla). El problema es que la llave de acceso al parking a través de la portería iba en el mismo llavero, lo cuál implicaba que una vez fuera del parking ya no podía volver a entrar (tengo el parking en un portería cercana a casa, pero no es mi escalera). Tan pronto salía del parking reparé en que no podría volver a entrar a no ser que me habriese algún vecino, pero dado que esos momentos no necesitaba el coche decidí irme con los amiguetes y preocuparme al día siguiente.El día siguiente fui hacia el parking y llamé a uno de los timbres al azar:
- ¿Sí?
- Hola, disculpe que le moleste, ¿sabe en qué piso vive el presidente de la escalera?
- No
- Es que me he dejado el mando del parking dentro del coche y (clok, sonido de colgar el interfono)
Otro piso al azar:
- Diga, ¿quién es?
- Hola, disculpe que le moleste, ¿sabe dónde vive el presidente de la escalera?
- Prueba en el ático (clok, sonido de interfono al colgar).
Ático:
- ¿Sí?
- Hola, buenos días, ¿vive aquí el presidente de la escalera?
- No, vive en el quinto
- ¿Quinto qué?
- Segunda creo
- Gracias
Llamada al 5º 2ª. No contestan.Vuelvo a llamar al ático anterior.
- ¿Sí?
- Hola, perdona que le moleste de nuevo. Es que no me contestan en el piso del presidente y tengo un problema. Tengo un parking de alquiler aquí, y me he dejado el mando y la llave dentro del coche.
- ¿Y qué quieres que haga yo?
- Si usted tiene también parking podría abrirme
- Pero yo no te conozco de nada, comprenderás que no te abra.
- Pero es que el presidente no está, y tengo la cartera en el coche y la necesito.Clok, sonido de interfono colgado. Media hora después baja un señor con un niño.
- Hola.
- Yo no sé nada, he venido a pasear con mi nieto (curioso, pienso, aún no le he dicho nada)
- Verá, es que tengo el coche aquí y me he dejado el mando del parking y la llave dentro. Y no puedo entrar y necesito la cartera.
El hombre pulsa el timebre (del ático)
- ¿Sí?
- Francesc, que hay un señor aquí que necesita que le abras el parking.
- Ahora bajo.Por fin, pienso. El hombre se marcha con su nieto. El nieto me hace burla, yo se la devuelvo. Contento por haber perdido solo media hora de mi vida (mentalizado para que fuese mucho más) espero a que baje el tal Francesc a abrirme. Dos minutos. Cinco. Diez. Media hora. O el tal Francesc es muy presumido o un tanto olvidadizo... o pasa de mí conscientemente.Llamo de nuevo al ático.Voz de chica
- ¿Sí?
- Hola es que tengo el coche...
- Mira, no voy a bajar a abrirte, no te conozco de nada. (clok de interfono)Bueno Ángel, paciencia, ya vendrá o saldrá algún coche.Veinte minutos después se abre la puerta de la escalera. Una chica va cargada de cartones. En la mano lleva el mando del parking. Pulsa el botón y la puerta se abre.
- Gracias - le digo - Siento haberte molestado.
- Tengo dos hijos pequeños.
- Lo siento. Es que ningún otro vecino me ha hecho caso.
La chica gira la cabeza y se marcha a tirar los cartones. No llevaba gorro rojo con bola blanca ni barba, pero ha sido mi papanoel de estas navidades.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Torras y Bages

Interior del vagón. Dos chicas muy monas van apoyadas en uno de los respaldos. Bien peinadas, maquilladas (una con colores más agresivos que la otra) y ambas vestidas igual, con traje pantalón de color gris.
- No soporto las rebajas tía – dice la más maquillada, en un tono entre pijo y garrulillo.
- Ah, pues a mí me gustan – contesta la otra, con aire charnego.
- ¡Qué dices!- exclama, acentuando la expresión con los ojos cerrados y movimiento de cabeza a modo de exageración - Gente y gente y más gente. Es agobiante – dice resoplando - Todos removiendo ropa y nosotras como pavas detrás de ellos, doblándola de nuevo. Es de locos – haciendo el gesto universal del dedo índice girando a la altura de la sien.
- Yo me lo paso bien, se ve cada personaje… - dice sonriendo con los ojos cerrados, como si recordase alguna escena en concreto.
- Sí, eso sí, de frikis está el mundo lleno. Debemos tener imán porque vienen a parar todos a nosotras – de nuevo acabando la frase en tono pijo garrulillo.
- ¿Te acuerdas de aquél tío que le quería regalar un tanga a su novia y te pidió que te lo probases? – pregunta riéndose.
- ¡No me hables! Creo que en mi vida me he puesto más roja – dice, tapándose la cara, como si estuviese ocurriendo en ese momento.
- Te tendrías que haber visto la cara, tía – continúa riendo.
- ¡Qué cerdo! Seguro que no tenía ni novia. ¡Asqueroso! – exclama, con una mueca de repulsión.
- Cuando trabajaba como administrativa en la gestoría, teníamos un cliente que siempre me hablaba mirándome a las tetas. Un día le solté “háblale más alto a la derecha que es un poco sorda”. Y el tío se puso igual de rojo que tú aquel día, ja ja ja.
- ¡Qué bueno tía! – el “tía” le sale más pijo que a Chabeli - Tuvo que quedarse cortadísimo.
- Ya te digo, desde aquel momento ya no lo vi más, si tenía que decirme algo me llamaba por teléfono – acaba la frase sonriendo, satisfecha consigo misma.
- ¡Qué fuerte!. ¿Y recuerdas cuando la mujer aquella se quedó encerrada en el probador?
- Uf, casi se desmaya. Yo lo pasé mal por la pobre mujer.
- Pesaba más de 150 kilos, casi no se podía dar la vuelta en el probador.
- Por poco tenemos que llamar a los bomberos.
- Hummmm – exclama mordisqueándose el labio – No hubiese estado mal, ¿te imaginas?
- ¡Eres una loba! – pegándole un empujón cariñoso. La pija garrulilla le guiña el ojo y ambas se ríen. Tras una pequeña pausa, la charnega continúa - Y el marido que había aprovechado para ir a echar la quiniela. Cuando llegó casi le da un sofoco, ¿te acuerdas?
- Es verdad. Era un señor muy bajito. ¡Vaya pareja! Cuando iban juntos parecía que la mujer llevase un llavero.
- Un pin, ja ja ja – y ambas ríen sin parar. Cuando consiguen calmarse, continúan rememorando situaciones.
- ¿Y cuando entró corriendo el de seguridad buscando al que había robado en el Carrefour? – dice la pija garrulilla.
- Yo creo que lo hizo para impresionarte.
- ¡Anda! – dice con una sonrisa dibujada en el rostro, dejándose querer.
- Que sí, que ese está por tus huesos, lo sabes de sobra.
- ¡Que no tía! – de nuevo sonriendo.
- ¿Estás segura? Porque a mí no me guiña el ojo cuando me ve…
- ¡Anda ya! Si eso sólo lo hizo una vez.
- Pues a mí me parece guapo – dice con voz sensual, buscando la complicidad de su amiga.
- Es majo – dice tocándose el pelo, como una cheerleader en una película de universitarios yanquis.
- ¿Majo? ¡Está buenísimo! Seguro que está ya está pillado, como todos los hombres interesantes.
- Bueno, no soy celosa, ja ja ja. – Ambas se ríen con mirada cómplice y mueven ligeramente la cabeza como si siguiesen manteniendo la conversación telepáticamente.
- Uf, deja de reírte que se me contagia y luego me duele la barriga.
- Vale, ya paro – dice tocándose el contorno del ojo secándose una lágrima fruto de la carcajada.
- Pues yo prefiero estar doblando ropa que estar en caja – dice recobrando la compostura.
- ¡Ah yo no! – con enérgicos movimientos de cabeza de izquierda a derecha.
- Yo sí. Eso de levantar la cabeza y ver una cola interminable me agota. Y para colmo cuando les toca no tienen la tarjeta preparada. Justo cuando les estás cobrando es cuando miran el bolso “ay nena, que no encuentro el monedero”. ¡Como si no le hubiese dado tiempo a buscarlo en todo el rato que lleva haciendo cola señora!
- A mí eso me da igual, total tengo que estar en la caja hasta que cerremos, así que me da lo mismo.
- Ya, pero es que no soporto esa desgana. Hay gente que va por el mundo a menos revoluciones, como si les pesase el doble la gravedad. El otro día nos pasó con una pareja. Fui al cajero con el Fran y estaban dentro sacando dinero. Primero el chico sacó con la tarjeta y después la chica actualizó la libreta. Debía hacer un año que no la actualizaba porque tardó un buen rato. Pero es que cuando el cajero le devolvió la libreta se pusieron a “estudiar” los movimientos. ¡Qué rabia! Además empezaban a discutir “para qué sacaste este dinero, dónde compraste esto” Al final porque el Fran se lió a puñetazos con el cristal de la puerta que si no aún están allí.
- Eso me ha pasado alguna vez y sí que da rabia sí.
- Ya te digo si da rabia… es que la gente con esa pachorra no la aguanto.
- ¿Sabes a mí lo que también me da mucha rabia?
- ¿El qué?
- Que me toquen el hombro para preguntarme algo cuando estoy de espaldas. Hay gente que te hace hasta daño.
- Ostras, ¡es verdad!.
- Es que no lo soporto, ¿acaso vas toqueteando a los camareros cuando comes en un restaurante? ¿o le das una palmada en la espalda al conductor del autobús?
- Ja, ja, estaría bien, ¿te imaginas? – dice sonriendo.
- ¿Sabes lo que tampoco soporto?
- ¿Qué?
- Ir por la calle y que alguien se ponga a andar en paralelo a mí.
- ¿Qué quieres decir?
- Sí, ¿no te ha pasado nunca que vas andando deprisa y alguien se pone a caminar a tu lado al mismo ritmo? Me siento tonta, parece una carrera.
- Yo cuando me pasa eso me freno y hago como que miro algún escaparate.
- Claro yo también, ¿pero por qué me tengo que frenar yo? ¡Que cruce la calle el otro! – de nuevo se ríen como antes.
- Para tía, que se me corre el rimel.
- Es que hay gente en el mundo porque tiene que haber de todo.
- Ya te digo.

En el momento en que por megafonía se escucha el nombre de la siguiente parada, ambas se sitúan frente a la puerta y se retocan el pelo, utilizando el cristal a modo de espejo.

jueves, 4 de octubre de 2007

Crónica de una despedida pitxorra

Sábado 22 de septiembre. Un nutrido grupo de pitxorras se dirige hacia la choza del amigo Simón. En la puerta se percatan de que han olvidado comprar artilugios para embadurnar al novio, así que IMPROVISACIÓN 1 se dirigen hacia una tienda de chinos (“está aquí al lado” según el Chinchi) y compran lo habitual en estos casos, a saber, bataguatinédeseñoraquetrabajaensuslaboresadictaatelecinco, pintalabiosrojoputón y pintauñas (para los ojos, según el Herraiz. Suerte que aún íbamos serenos y no insistimos en pintárselos, porque de haber sido así gran parte de la despedida se hubiese celebrado en la sala de espera de urgencias de algún centro oftalmológico).
IMPROVISACIÓN 2: ¿Alguien me puede explicar qué es lo que no queda claro en la frase “ir al Menkes (tienda de disfraces popularmente conocida en la Ciudad Condal) y comprar el disfraz de caperucita roja que tienen”?
Vestido el novio nos lo llevamos a la Masia que habíamos alquilado el fin de semana (perfecta de no ser por los dos o tres kilómetros de camino de cabras que provocó agudas rascadas en los coches). Barbacoa, piscina, ping-pong y un tirador de Chouffe (gracias al amigo Pollico) convergían en lo necesario para pasar un fin de semana espectacular.
La Chouffe, esa cerveza tan especial que nos brinda las castañas más eclépticas. La Chouffe, esa cerveza que debe llevar un ingrediente mágico que provoca ese buen rollo. La Chouffe, esa cerveza que entra como una clarita y cuando menos te lo esperas te pega un hostión como el de Alonso en Japón.
Sobre la paella del amigo Chinchi seré escueto: espectacular.
Por la tarde montamos una tangana futbolística en la que en Betandwin se pagaba a 1,01 la luxación de algún miembro. Afortunadamente el partido se disputó con buen rollo (aunque algunos aún conservemos recuerdos en forma de hinchazones o moratones). Siguiendo con las actividades lúdicas, del estadio de fútbol improvisado pasamos a la piscina, donde nuestra capacidad innovadora nos llevó a inventar el waterpolo, el basketpiscina y el aguavoley. (Abro un paréntesis para comentar la anécdota de la piscina: Dani deambulando por el borde de la piscina con un vaso de cerveza en la mano. Simón detrás de Dani. Simón da un empujón a Dani. Dani vuela. Dani mira el vaso de cerveza. Una neurona de Dani toma la iniciativa y le transmite lo que debe hacer, esto es, soltar el vaso en el aire, porque igual flota y suavemente se detiene en el suelo sin verter ni una gota de cerveza. Dani suelta el vaso tal como le ha transmitido su neurona. Dani cae al agua. El vaso no flota, cae en el suelo y se parte en mil pedazos. Lástima de una caña desperdiciada, era de Chouffe. Kuñao que viene a limpiar los cristales con la escoba con la que esa misma mañana se habían limpiado los vómitos de Condemor la noche anterior. Leyéndolo ahora daba un poco de asco pasearse descalzo por allí…).
Por la tarde algunos durmieron, otros lo intentaron, y la pareja compuesta por Chinchi comando y Kuñao vivespañavivelfary! Continuaron bebiendo Chouffe hasta la hora de irnos a:
Sitges: cenazo en el Argentino de Sitges (mejor no digo el nombre para que no se colapse, porque el restaurante es espectacular). Quince tíos sentados en una mesa y 13 manteniendo la compostura. Se admiten apuestas para saber quiénes eran los otros dos.
“Kuñao, como vuelvas a levantarte de tu sitio nos vamos fuera tú y yo y no vuelves a entrar hasta que te calmes” “vale” (cabeza cabizbaja y afligida) “Viva ESpaña, Viva el Fary!!!”. Y así hasta los postres…
Tras calentar el cuerpo con unos chupitos cortesía de la casa, nos encaminamos al centro de Sitges (“está aquí al lado” según el Chinchi). Después de caminar casi una hora ascendemos por la calle del pecado “hermano, deben ser las camisetas porque a mí no me suelen mirar así”. Efectivamente, debían ser las camisetas, porque la escuadra de 15 tíos ascendiendo por la calle más conocida de Sitges, con camisetas negras en letras naranjas “PITXORRAS.COM” y capitaneados por un tío vestido de caperucita roja que más que a la del cuento se parecía al príncipe de Beckhelar era una estampa que no tenía precio. Nunca antes había escuchado tanto susurro provinente de voz masculina “pitxorraaaaaaaaa, hummmmm”. Y es que esto tiene Sitges, cuna de gays y centro neurálgico de torilis que juegan a serlo.
Murphys para que el riñón no perdiese comba y gintonics para esperar a la PEDAZO DE ESTRIPER. Lo siento, no hay fotos (improvisación 3, seremos capullos).
Después, deleite por los bares musicales de la calle del pecado, con el Chinchi haciendo volteretas y dándonos paso rollo los hombres de Harrilson y pegándose un hostión justo delante de una pareja de mossos.
Se puede decir que fue un buen sábado de fiesta, no nos podemos quejar.
Anécdota de la parada de taxis. Vienen dos pedazo de jacas rumanas (o rusas o búlgaras, vete a saber) y me planto delante de ellas y suelto “este chico se nos casa” y una de ellas, alza la mirada y suelta “¿me ves preocupara?”.
En fin, que me dejo muchos detalles, muchas historietas y anécdotas, pero lo importante es que queden guardadas en la rententiva del grupo y especialmente del pitxorra Simón. Y el sábado vamos de bodorrio!!!. Felicidades pareja!

miércoles, 27 de junio de 2007

Eternidad

- No me hagas esto, por favor.
- Lo necesito.
- ¿Qué voy a hacer ahora?
- Sal por ahí, disfruta la vida, eres joven.
- Pero yo no quiero eso. Yo soy feliz aquí.
- La decisión está tomada.
- Bueno… supongo que debo alegrarme por ti.
- Debes.
- Pero es que es mucho tiempo.
- El tiempo es un suspiro.
- O una eternidad…
- Anda, dame un abrazo. Nos vemos a la vuelta.
- No…
- Venga! ¿no me vas a abrazar?
- Te echaré de menos.
- Yo a ti no – sonriendo.
- En fin, que vaya muy bien, aquí estaré a tu regreso.
Se fundieron en un abrazo. Después vio como cortaba dos pedazos de cinta aislante con la boca y le ayudó a colgar el cartel “cerrado por vacaciones, del 30 de julio al 2 de septiembre”.

miércoles, 17 de enero de 2007

Santa Coloma

El reloj marca las 8:20h., hora punta. La marabunta se agolpa en el andén esperando que el convoy haga acto de presencia. Santa Coloma es la segunda parada de la línea roja que nace (o muere) en el Fondo. A a pesar de ello, cuando el metro llega todos los asientos están ocupados, así que te puedes sentir afortunado si consigues un respaldo. Algunos pícaros prefieren hipotecar diez minutos y coger el metro en dirección opuesta para realizar el trayecto sentados.
Mi hermana, compañera habitual de metro en esta época, me pone al día de los pormenores del despacho donde trabaja. Bueno, del despacho no, más bien de las vidas de sus compañeros. Yo, que a esas horas no soy persona, asiento con la cabeza y, de vez en cuando, emito algún monosílabo (o gruñido encubierto) para dejarle claro que sigo la conversación.
Se oye el metro, algunos miran hacia el túnel, otros siguen con sus conversaciones, el nutrido grupo de lectores no aparta la vista de su libro. El metro avanza, juego a comprobar si es el mismo número de convoy que cogimos ayer. Afirmativo, es el 111. La muchedumbre toma posiciones. Los más avispados, como si les guiasen señales invisibles a los ojos de los demás, se sitúan justo en el punto en el que parará una puerta. El metro se detiene. Se accionan las palancas. Noto que me empujan, pero no es el habitual empujón de ansia por entrar, éste es diferente, es un reclamo. Así que me giro y me encuentro con una mujer joven, de aspecto dejado y mirada perdida que me coge del brazo y me dice algo con una voz prácticamente inaudible. La miro con una mezcla de asombro e intriga. Aún estoy tratando de asimilar su comentario cuando suena el pitido que avisa de que las puertas se van a cerrar. Mi hermana, extañada, me lanza mensajes telepáticos “¿qué haces ahí parado? ¿por qué no subes? ¡Entra!”. Doy un pequeño salto y logro entrar en el justo momento en que se cierran las puertas. La chica se queda en el andén, mirándome fijamente a través de la ventana. Arranca el metro y ambos aguantamos fijamente la mirada. Dos segundos más tarde la pierdo, pero algo me dice que continúa ahí (allí). Reflexiono, hago un esfuerzo para reconstruir la situación en mi cerebro, veo a la chica, me fijo en sus labios y escucho de nuevo el mensaje. Alucino.
- ¿Quién era esa chica? – la voz de mi hermana me hace volver al mundo real.
- ¿Qué?
- ¿Que quién era esa chica? – repite
- No sé. Es la primera vez que la veo.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Que sigue rezando por mí.

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

sábado, 6 de enero de 2007

Eroski

I

¿Cómo he podido llegar hasta aquí? Es increíble. Hace un par de semanas estaba disfrutando de las cálidas playas de Menorca tumbado a “la Bartola”; quién será esa tal Bartola que consiguió que a esta forma de “perrear” se le atribuyese su nombre. En cualquier caso, mucho mejor estaba yo vagueando por esas cálidas aguas que en este antro de mala muerte. La única coincidencia entre la Isla y este cuchitril es mi temperatura corporal, si bien, ni que decir tiene, que allí sudaba por los 40 grados centígrados que nos brindaba el astro rey, y aquí, en cambio, también discurren gotas por mi frente, pecho y sobacos, solo que estas gotas son de escarcha. Mi sudor polar se debe a que estoy sentado en una mesa con tres tipos que podrían competir por tener el aspecto más desagradable del globo. Como si lo viese, lo emitirían en cualquier canal privado, en hora de máxima audiencia. Podría titularse algo así como “Esto no es sólo genética, hay algo más” o “Lo peor en cuanto a la condición humana se refiere”, título éste, quizá demasiado extenso para retener en la memoria del prototipo de espectador de estos programas. En fin, no entraré en la descripción de estos seres, aunque sirvan una serie de características comunes a modo de ejemplo: dientes amarillos, ojos enrojecidos, cicatrices varias y, por supuesto, halitosis.
- Tu turno – me dice uno de ellos, al cuál se conoce con el apodo de “Eroski”, término que al parecer le atribuyen por su afición a “limpiar” camiones de esta cadena de supermercados. Eroski es el que lleva la voz cantante. Todo el mundo, entendiendo por mundo la fauna que frecuenta lares de este tipo, le respeta, y pobre de aquél que no lo haga. En más de una ocasión he podido escuchar la famosa historia de una reyerta que tuvo lugar en este mismo antro una noche, o madrugada, durante una partida de dados, en que un individuo, merced a las ingentes cantidades de alcohol que se congregaban en su hígado, riñones y vejiga, se pasó de la raya con él, al parecer riéndose de su apodo y haciendo comentarios que no tenían por objeto más que ridiculizar su figura. Éste, sin perder la calma, se bebía plácidamente su copa de coñac, e incluso reía las ocurrencias de aquél. Cuando se hubo marchado la gran mayoría de individuos que frecuentaban el local, Eroski se acercó al compañero, puso su brazo izquierdo por encima del hombro, como si fuesen amigos de toda la vida, y se pidió otra copa. El camarero le sirvió el coñac, mientras al amigo le iba cambiando el gesto, ya que la figura de Eroski impresiona más cuanto más cerca se le tiene, y en lo que tarda un reloj de cuco en dar las campanadas de la una, Eroski alzó la copa con su brazo libre, el derecho, se la llevo a la boca, bebiéndosela de un trago y acto seguido la estrelló contra la cuenca ocular izquierda del amigo, a lo que siguió un rodillazo en salvas sean las partes y cuando la cabeza de éste bajó debido al fuerte dolor generado por tan plácido golpe, le propinó otro que le reventó las fosas nasales. Cuentan que lo dejaron tirado en la entrada de un garaje cercano y nunca más se supo. Serán leyendas urbanas, pero el hecho de que ahora mismo se esté cascando un copazo de coñac no es que me inspire mucha confianza.
- Voy- cojo el cubilete con mi mano derecha y con la izquierda, intentando que no se note que el pulso me tiembla más que un altavoz de discoteca, voy recogiendo los cinco dados que hay esparcidos por el tapete verde. Nos lo estamos jugando todo a ases. Los otros dos ya han completado la tarjeta. Jugamos a póquer, con dos rondas. La primera libre y la segunda obligado, desde jotas para arriba. Aquí los negros y los rojos no existen, para ellos es perder el tiempo. No estoy haciendo una mala partida, por lo menos a los otros dos ya les he ganado, sin ni siquiera haber tirado a ases. Pero Eroski tampoco lo ha hecho nada mal. Le saco diez puntos, porque ha tenido un pinchazo en reyes, pero aún así no las tengo todas conmigo. Normalmente los ases se me dan bastante mal, y cuando estoy nervioso mucho más. Tengo que tratar de tranquilizarme para tirar, porque de lo contrario transmitiré mi energía negativa al cubilete, y entonces no habrá ases. Y si no hay ases...
- Tira, no tengo toda la noche – Curioso, quizá es que ha quedado con algún otro amigo para realizarle un implante de nariz. El famoso implante Eroski. Le miro a los ojos, y veo un rostro impenetrable que denota amargura por los cuatro costados. Pero trato de responderle con una mirada fría, no por impresionarle, cosa hartamente improbable, sino más bien para no parecer un ser frágil y vulnerable. Lo que no tengo muy claro es si lo estoy consiguiendo. Reúno los cinco dados, los adentro en el cubilete, lo muevo con energía, doy tres golpes en la mesa, soplo y lo dejo caer. Levanto el cubilete y “borracho”.
- Borracho – atino a decir, con la voz entrecortada. Eroski me mira como si estuviese perdiendo la paciencia, lo cuál no me extraña, porque durante esta partida ya van nueve ocasiones que sale un dado borracho, lo que supone una media de más del 33% de tiradas no válidas.
- Ya vemos que es borracho. No sé a qué estás esperando para tirar de nuevo. Te estoy diciendo que no tengo toda la noche. – a lo largo de mi corta pero no por ello poco intensa vida, he escuchado tonos mucho más cordiales que el que me está dirigiendo en estos momentos Eroski. Así que no tardo ni tres segundos en recoger los dados y volver a hacer toda la parafernalia. Movimiento enérgico, tres golpes, soplido y pum. Antes de subir el cubilete mi mente piensa en círculos rojos. Necesito ases, muchos ases, como no saque por lo menos tres estoy en la más absoluta de las miserias. Uno por tirada no me vendría nada mal. Con tres ya firmo. Venga por favor, que haya por lo menos uno. Levanto el cubilete y esto es lo que hay, dos jotas, una cú, un negro y un rey. Pocas veces se puede ver una tirada tan mala jugando a los dados. Es más, yo creo que de cada mil veces que tires cinco dados, sacarías esta jugada unas quince veces, veinticinco como mucho. Y yo soy un imán para conseguir cualquier hazaña en lo que a negativo se refiere. Seguro que tengo las mismas posibilidades de sacar esta tirada que de cantar un bingo, pero en mi vida toparé con el cartón premiado. Y en cambio aquí está la jugada. Aún así, mi gesto continúa igual, frío y calculador, como si no me afectase. Pongo cara de “tranquilos, está todo controlado” y no me lo creo ni yo. Esta vez voy a tomarme más tiempo para tirar los dados. Voy a dedicar los segundos necesarios para que mi ritual funcione. Y me da igual como se ponga Eroski. Él que tire como le venga en gana, que yo por mi parte haré lo propio. Así que mano derecha cubilete, mano izquierda recogida de dados, depositamos éstos en el interior del cilindro, lo agitamos con gran maestría, un golpe en la mesa, otro golpe en la mesa, tercer golpe en la mesa, pausa, soplido, levantamos el brazo a una altura más que prudencial, giro el cubilete en dirección a la mesa y salen los cinco dados rodando por el suelo.
- Mira chaval – me dice Eroski mientras con una de las miradas más imperativa que he visto en mi vida ordena a uno de sus compinches que recoja los dados – no te pases de listo conmigo porque no me gusta que me toreen. Así que vas a coger esos putos dados y vas a tirar bien de una puta vez. Y ni se te ocurra sacar un puto borracho ni mucho menos tirar un puto dado por el puto suelo, porque como lo hagas no vas a tirar ni una puta vez más y te vas a quedar con los putos puntos que llevas ahora mismo. ¿Te ha quedado claro?
- Puta madre – se me ocurre decir, como haciéndome el gracioso. La cuestión es que ninguno de los congregados allí tiene la capacidad para entender la parida, y, por su parte, Eroski más que una sonrisa me dedica una mirada fulminante que viene a decir “chaval, no sé cómo tienes huevos a decir eso. Suerte tienes de que no te haya arrancado un puto dedo ya”. – Voy - así que cojo los dados nuevamente y vuelta al ritual. Pico una vez, otra, otra y lanzo los dados. Levanto el cubilete con absoluta calma, y allí están, dos círculos rojos como dos soles de verano a las 12 de la mañana. Intento evitarlo pero me sale una sonrisa de esas que nunca le debes dirigir a un oponente con el que te estás jugando dinero cuando las cosas te salen bien. Pero me da tiempo a volver al gesto de serio y cabal antes de que se percate Eroski. Así que le miro, muy seguro de mí mismo y sin apartar la mirada recojo los tres dados restantes y los introduzco en el cubilete. Lo muevo enérgicamente, sosteniendo la mirada, toco una vez en la mesa, otra, una tercera vez con más fuerza, elevo el cubilete y lo vuelco con total energía. Levanto el cilindro y allí hay otro. “claro que sí, soy un campeón” pienso. Ahora Eroski si quiere ganarme tiene que hacer pleno. Tiene que sacar cinco ases. La cara de mi amigo no es del todo conciliadora. Más bien todo lo contrario. Si la tuviese que describir con un calificativo valdría cualquier sinónimo de odiosa. Mirada odiosa. – Te toca- le digo, para más INRI. Coge los dados sin decir nada, los mete en el cubilete y con un movimiento rápido como un relámpago lo agita y lo deposita encima de la mesa. Permanezco atento a la mesa. Sé que no va a sacar más de uno. Y sacando uno no me preocupo. Levanta el cachirulo y ahí están. Tres ases!!! Madre mía, y le quedan dos tiradas.
- Tres ases – dirigiéndose a mí, como si fuese lerdo “te vas a recochinear de tu vieja si es que tienes, pedazo de mandril” pienso, pero mi mirada no refleja ni miedo ni odio, por ahora. Eroski coge los dos dados que le quedan y al igual que la vez anterior los agita con una velocidad inhumana. Deposita el cubilete encima de la mesa y... otro as. Mi punto de vista empieza a distar bastante de lo que consideramos positivismo. Le queda una tirada y un solo dado. Y si a ese dado le da por vestirse de as me cruje. Y crujirme significa crujirme bien crujido.
- Cuatro ases – dice Eroski, como si lo de tirar dados fuese igual que ir a coger caracoles un domingo soleado tras un sábado tormentoso – y me queda una tirada- “y me queda una tirada, y me queda una tirada”. Por qué tengo que ser tan desgraciado. Por qué no escarmiento. Por qué siempre ando metido en este tipo de situaciones. A esta hora debería estar destrozando las pistas de baile, chuleando a las jacas más cachondas de la ciudad, bebiéndome un cubalibre, término éste que incomprensiblemente comienza a estar en desuso... e intentando llevarme al huerto a alguna treinteañera de buen ver, o quinceañera o cuarentona... no me voy a poner ahora delicado con la edad. Cualquier mujer, por poco agraciada que sea, es infinitamente mejor que el mastodonte que tengo frente a mí ahora mismo. O podría estar durmiendo, que buena falta me hace recuperar unas horitas. Dicen que el sueño no se recupera. Pues no sé quién osa negarlo, porque por lo menos yo sé cómo hacerlo. Quizá debiese ponerme en contacto con algún científico para desmentir el mito. Ya veo la portada del Muy Interesante “En busca del sueño perdido” y en páginas centrales una extensa entrevista a mi persona, en la que argumento que echándose una buena siesta, de esas con babas, y durmiendo esa misma noche unas 12 horas del tirón ya has recuperado el sueño que hayas podido perder durante toda esa semana. Todo depende de esta tirada. Como a ese dado se le antoje aparecer como as estoy perdido. Y las posibilidades no son pocas, concretamente una entre seis, ¿eso es mucho o es poco? Si fuese yo el que lanzase otro gallo cantaría, pero siendo mi oponente el que tira un 16,6 periódico es un porcentaje harto elevado. Hace un momento estaba todo controlado y en cuestión de dos minutos se ha ido todo al garete. Qué significa garete. Me gustaría saberlo. Seguro que Eroski lo sabe. Se lo voy a preguntar. Claro que igual se piensa que es una táctica para joderle la concentración, apreciación que sería del todo falsa, puesto que realmente estoy interesado en saber lo que es un garete. Uno está perdido cuando todo se le va al garete. Curioso, cuanto menos. Si salgo vivo de este antro lo primero, bueno no, lo segundo... o lo tercero o lo cuarto que haré será buscar en un diccionario tan singular vocablo.
- Ahí tienes el as que faltaba, muchacho – me he quedado empanado con lo del garete y ha aprovechado para hacer su última tirada. Otro as. Ha sacado otro as. Cinco ases. Por qué eso a mí nunca me sale y a los demás sí. Lo dicho que estoy perdido. Igual si salgo corriendo... que va, me engancharían en menos de lo que tarda Eroski en ventilarse un camión. Y no quiero ni pensar las consecuencias que ello podría suponerme. No es que sean bonitos, pero les tengo gran estima a mis diez dedos, y quisiera conservarlos – ya sabes lo que me debes- dice sin alterar el tono de voz. El mismo tono que utiliza siempre, por muy mal que esté la situación o por muy bien que le pinten las cosas, como es el caso que nos ocupa.
- Lo siento, pero me vas a tener que dar unos días para conseguirlo. Como comprenderás no soy de los que van por la calle con… – trato de parecer sereno, pero cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de psicología no tardaría más de dos décimas de segundo en diagnosticarme la patología del cangueli.
- Mañana lo quiero aquí. Tienes un día.
- Ya has escuchado. 26 horas. Y más vale que esté – me dice uno de sus compinches. ¡26 horas! ¿es su primer chiste o es que de verdad puede existir un ser así en el globo? Lo que yo daría por verlo en un programa concurso de conocimientos. “Buenas noches, nuestro concursante de hoy es Don Pamplinas y viene de una pedanía de las afueras. Cuando le hemos preguntado por sus hobbies nos ha comentado que no le gusta tener animales en la chabola, pero que no descarta comprarse un pez de colores con los emolumentos que gane aquí. Y vamos ya con la primera pregunta...”
- No sé si me va a dar tiempo – le digo a Eroski, obviando el comentario de Pampli.
- 24 horas – dice Eroski al tiempo que se levanta de su silla y se dirige a la barra. Supongo que lo de 24 ha sido para dejarme bastante claro que no me van a regalar esas dos horas que Pampli se ha sacado de la manga. Nada más. Ni un comentario, ninguna otra mirada. Se va como si no nos hubiésemos visto en la vida. Y ahora es cuando realmente me percato de lo estrecho, mugriento, frío, oscuro y profundo es el pozo al que acabo de saltar de cabeza.


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jueves, 4 de enero de 2007

Matías (viejo Matías)

“Buenos días amigo mío” es el grito de guerra con el que recibe el Matías a su selecta clientela. Como en todo, para ganarte su confianza ha hecho falta invertir en muchos quintos, partidos de fútbol, tapillas y bocatas de jamón (del sucio, como dice el Pollico).El Matías es un visionario, un broker del quinteo que se dedica a comprar bares que están casi en quiebra y reflotarlos. Cuando ha conseguido que funcione, lo traspasa y se va a por otro. ¿Y qué consigue el Matías con esto? Pues aparte de dejarse la espalda imagino que dinero.Esta crónica no se centra en el Matías actual, en el popular barrio de Singuerlín (y no San Guirlín como escribió algún cafre que vendía su piso…) sino en el anterior Matías, el que antaño fuera el bar Trébol.Aquel Matías era un bar pequeño en el que se agolpaba gran cantidad de quinteadores y chateadores de vinillos. Entre los grupúsculos que se formaban había buen rollo, y la mayoría de ellos eran conocidos de etapas anteriores, (esto tienen los quintos, que fomentan el reencuentro). Al cruzar una cortinilla de esas que se ponen en las casas de pueblo para que no entren moscas, accedías al lavabo, que también era minúsculo (creo que es una premisa necesaria para catalogar a un bar como Pitxorra) y a un pequeño almacén (bastante limpio, todo hay que decirlo).Para evitar problemas de visionado y de incompatibilidades futbolísticas, el Matías tenía dos teles que siempre estaban encendidas. Pedirle un cambio de canal era (y es) jugársela. Si lo pillas de buenas te dará el mando “ponlo tú mismo amigo mío”, pero si le pillas de malas lo más probable es que haga un comentario del estilo “¿me ves parao o qué?” lo suficientemente alto como para que lo escuche todo el bar y en un tono que busca el sonrojo. Y es que esto tiene el Matías, que el viento regula su temperamento.Las tapas del Matías son muy buenas. Cocinan (él y su mujer) prácticamente todos los días, lo que hace que siempre comas caliente. Destaca la gran variedad del “menú”. Sepia con tomate, costillas, albondigas, morros, alas de pollo, pinchos, queso, jamón, almendras saladas (siempre tiene una bandeja de lo más apetecible) y todo lo que pueda ser cocinable. Lo bueno del Matías es que, a diferencia de otros, tiene el bar acondicionado para que después del quinteo puedas improvisar un tapeo, una comida o una cena. Los bocatas son generosos y las bandejas de jamón ibérico y queso espectaculares. Y si vas a desayunar, lo más probable es que ya empalmes con la hora de quintear.El Matías es madridista empedernido, no le importa gritar improperios mientras se disputan los partidos (y cuando no se disputan…), ni discutir airosamente sobre fútbol o lo que se tercie. Es de esa clase de personas que cuando tiene razón grita, y cuando no la tiene grita aún más para amedrentar a su oponente.La ubicación actual no es muy buena, pero algo tendrá este bar cuando seguimos yendo.

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El Antibar

Uno se pone a escribir sobre este bar y la verdad es que no sabe por dónde empezar. No recuerdo el nombre que tenía por aquel entonces, pero independientemente de cuál fuese, en cuanto entramos por la puerta por primera vez, uno de nosotros (creo recordar que el Pollo) lo apodó Antibar. Y con el Anti se quedó, aunque postreramente en el cartel lucía un “Aý tú” que hubiese provocado el infarto instántaneo de cualquier miembro de la Real Academia de la Lengua Española.El Antibar estaba capitaneado por Rafa, un tío curtido, bajito, rechoncho, con voz cazayera, barba guarra de tres días y gafas siempre sucias que vestía con camiseta de tirantes de algún grupo heavy, bermudas, calcetines blancos y unas jotajayver negras. El Rafa no hablaba, gritaba (excepto a las mujeres, con las cuáles era todo un galán).Cuando cruzabas el umbral del Anti entrabas en otra dimensión. Era un bar viejo y sucio (más lo segundo que lo primero). El único local que he conocido en el que una mano de pintura obtenía el resultado totalmente inverso al esperado. Cada verano llegabas de vacaciones y te lo encontrabas pintado de un color más chillón, con las cajas de cerveza, la tele y las máquinas movidas de sitio, pero con el mismo aspecto de dejadez.Las tapillas del antibar eran excelentes cuando cocinaba su mujer, la cuál siempre lucía una dulce sonrisa. Los sábados hacía una fuente de callos que si no llegabas pronto no probabas. Algunos domingos te sorprendían con paella. Bravas, jamón, huevo duro, pan con atún, carne magra con tomate… y alitas de pollo, con un rebozado espectacular cuya fórmula compite en secretismo con la de la Coca-Cola. Y como tapa estrella, no por su sabor sino por su elaboración, “la chistorra al alcohol de quemar”. Sin duda estaba patentada por el Rafa. El tío sacaba una botella de alcohol, regaba los trozos de chistorra y le prendía fuego. Era brutal (recuerdo el día en que a uno de nosotros, no diré el nombre, bueno sí, el Herraiz, se le ocurrió apagar el fuego antes de que dejase de prender por sí mismo. Nosotros, empanaos con el fútbol, cuando nos llevamos un trozo a la boca directamente lo escupimos al grito de “cagüendios”!!!. Podéis hacer la prueba en casa degustando un trozo de chorizo mojado en alcohol de 96º).Las tapas fueron perdiendo fuelle al ritmo que hacía lo propio su relación marital, pero no es el fin de esta crónica ir por esos derroteros.Como en la mayoría de bares pitxorras, tuvimos una época dorada. En el Anti pasamos varios años de quintos, fútbol, remigios y dados. Pero sin duda, el momento álgido fue la despedida del Kuñao. El Rafa acondicionó el local para que pudiésemos iniciar la celebración allí (cena incluída) 25 personas. Creo que todos guardamos en nuestro cerebelo aquella noche (y en nuestra retina imágenes sorprendentes).La decoración del Anti se basaba principalmente en los objetos (sobre todo mecheros) que extraía de la máquina de pinzas. Un día, entre ronda y ronda, el Rafa nos confesó que por la noche bajaban la persiana y entre unos cuantos volcaban la máquina y él metía la mano por la puertecilla para sacar los premios.Cuando entrabas al lavabo te podías encontrar cualquier cosa (cuando digo cualquier cosa, realmente me refiero a cualquier cosa). Lo mejor fue cuando le dio por decorarlo con posters del Hot Video.En el Anti podías pedir seis cañas y te las ponía todas diferentes. Vasos, copas, jarras, daba igual, lo que pudiese pasar por limpio te lo encasquetaba. Eso sí, el verano que guardaba las jarras en la nevera de los helados fue el mejor, llegabas de la playa y te ponía una cerveza con escarcha… eso no tenía precio.Lo mejor de todo es que el Rafa era (es) un colega. Un tipo de éstos que camufla su sensibilidad proyectando una imagen de dureza exterior. Pero bastaba con rascar en la superficie para corroborar que bajo ese disfraz vivía un buenazo.El Rafa se levantaba los domingos a las seis de la tarde, se echaba dos litros de colonia y se repeinaba para atrás cual torero en plena faena. Era todo un personaje.Y como conclusión dos cosas. La primera dejar patente que no he hablado de la fauna allí congregada, ya que da para mucho y creo que deberíamos iniciar una nueva sección para este tema. Y la segunda, que todos los que hemos pasado por allí tenemos que dar las gracias por seguir vivos, porque no sé cómo no se nos llevó por delante la hija, cuando entraba con los patines…

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Bar Área (PITXORRAS, el origen)

¡Ay qué buenos pitxorras! Así nos recibía el amigo Gregorio, un tajarina que decía vivir en San Adrian y que siempre estaba allí gritando ¡Tiempo!, cuando hacíamos acto de presencia en el Área. El Bar Frankfurt Área era un minúsculo bar ubicado en la calle Milà i Fontanals, al ladito de Can Mariné. Al margen de las pegatinas que decoraban las paredes, de Frankfurt tenía más bien poco (alguna vez compró salchichas alemanas, pero no cuajó el tema) pero de bar hay que reconocer que contaba con todo lo necesario: una barra, varios taburetes, dos mesas (siempre llenas de cajas), abueletes bebiendo chatos de vino y/o de cerveza, tajarinas criticando a los chinos que no paraban de jugar a la CIRSA y beber café con leche, una tele con el satélite piruleao emitiendo Canal Sur o el Canal de Caza y Pesca las 24 horas (a excepción del fútbol, claro), un cuchitril a modo de lavabo, quintos Mahou con tapilla (lo mejor del mundo era coincidir cuando su mujer estaba cocinando) y una manada de frikis antológicos (este apartado da para un capítulo entero). Y al frente de todo el amigo Nasta, de la dinastía de los Nasta, Anastasio él, Anastasio su padre (vaya cara de cabrón tenía el pavo y vaya platazos de gambas se jincaba a caraperro) y Anastasio su hijo (manda huevos). El Nasta era un tío que dedicaba las horas justas al negocio (20 diarias), que se preocupaba bastante por su estado físico y el de los suyos (calculo que entre él, su mujer y su retoño rondaban la tonelada) y que soñaba con tener un cortijo en su pueblo con reses bravas. El bar lo descubrió uno de nuestros mejores exploradores, el kuñao, y recuerdo que el Nasta no nos ponía muy buena cara las primeras veces, pero en cuanto vio que éramos capaces de bebernos una docena de quintos por persona en menos de una hora pasó a ostentarnos la categoría de Clientes VIP (lo cuál te daba derecho a una caña gratis si te quedabas hasta que cerrase). ¡Dentro hay sitio! Era el grito más popular del amigo Nasta. Muchas horas, muchas fiestas, muchos quintos, muchas tapillas, muchos partidos, muchos buenos momentos, muchas risas y muchos emolumentos nos hemos dejado en aquel bar.Un abrazo amigo Nasta, saluda de nuestra parte a tus reses bravas. Dentro ya no hay sitio.

martes, 2 de enero de 2007

Callos


Finalmente se decidió por aquel bar. Le llamó la atención la vieja madera pintada a mano que franqueaba la puerta a modo de letrero. “Bar Jiménez”, con letras de estilo gótico. Debajo, ligeramente ladeada una frase con claros tintes de orientación al cliente: “Los mejores callos de la comarca”.
Accedió al local con paso decidido. Una rápida ojeada de izquierda a derecha le sirvió para tener un enfoque panorámico y realizar un análisis de la situación. El camarero, de espaldas, se había percatado de su entrada por el reflejo en la cafetera, un gesto que demostraba llevar años desempeñando su oficio. Al final de la barra dos abueletes bebiendo un chato de vino discutían sobre los resultados de las últimas elecciones. Un par de metros a su izquierda, un hombre de mediana edad tomaba una caña de cerveza mientras ojeaba el diario deportivo. En el otro extremo, un jubilado apuraba su quinto, con rostro serio y de pocos amigos.
Decidió colocarse en el centro de la barra, en la distancia media entre los solitarios. El camarero se giró y le dio su particular bienvenida.
- Muy buenas, ¿qué va a ser? – dijo enarcando una ceja en lo que podía ser un movimiento estudiado o un tic de nacimiento.
- Póngame un quinto, por favor.
- Ahora mismo – Dio un par de pasos, sacó el botellín de la nevera, lo abrió y se lo puso delante de una forma totalmente robotizada. Cogió una bandejita metálica abrió un bote de cristal grande que contenía garbanzos y se los puso al lado del quinto.
- Gracias, muy amable.
- ¿Usted no es de por aquí, no?
- Pues no, ¿tanto se me nota?
- Hoy día no es muy habitual que te den las gracias. Y en este barrio mucho menos. – Dijo desafiando a algún cliente que se diese por aludido.
- No cuesta nada darlas. Y hoy día tampoco es muy habitual que te pongan acompañamiento con la bebida.
- Lo bueno se pierde amigo. Hace años te podías tomar un par de cervezas en cualquier bar y te ibas comido a casa. Hoy quedan pocos bares en los que te pongan tapa. Lo bueno se pierde – repitió y se giró dando por zanjada la conversación.

Apuró su cerveza y buscó con la mirada al camarero.
- ¿Ya se marcha, amigo?
- Sí, debo irme. ¿Qué le debo?
- Son setenta y cinco céntimos.
- Quédese con el cambio – dijo, dándole una moneda de euro.
- Gracias hombre. Boooooooooteeeeeeeee – gritó al tiempo que tiraba de un cordel que hacía sonar un cencerro.
- De nada. – contestó un poco perplejo por la parafernalia que había montado con la campana. - Por motivos de trabajo voy a estar por aquí unos cuantos días. Me pasaré a probar esos callos.
- No se arrepentirá, amigo mío. Los callos Jiménez son únicos en la comarca – dijo señalando al eslogan impreso en el servilletero.

* * *

Al día siguiente volvió más o menos sobre la misma hora. Esta vez había más gente en el bar, contó ocho personas, además del camarero y él.
- Muy buenas amigo, ¿le apetecen esos callos?
- Hola. Creo que va a ser mejor dejarlo para otro día, tengo el estómago algo revuelto.
- Lo mejor para el dolor de barriga es comerse un buen bocata de jamón ibérico y bajarlo con un buen vaso de vino.
- No suena mal, pero mejor póngame un quinto.
- Como quiera amigo. ¿Le apetece algo para picar?
- No, gracias.

Apuró su quinto y dejó un euro encima del mostrador, esta vez sin despedirse del camarero.
* * *

Cuando entró en el bar al día siguiente fue directo hacia el taburete que vio libre en el centro de la barra.
- Amigo mío, parece que haya visto un fantasma, ¿se encuentra bien? – dijo el camarero al verle.
- No es nada, sólo un mal día – contestó con mirada ausente. – Póngame un quinto por favor.
- Ahí tiene – el camarero le puso la cerveza acompañada de una bandeja de cacahuetes y se fue hacia el extremo opuesto de la barra. Continuó rellenando los palilleros.
Observó con detenimiento a los clientes apoyados en la barra. Algunas caras ya las conocía de los dos días anteriores, a otros los veía por primera vez, “tan diferentes y tantas cosas en común, si se percatasen de lo similares que son…”.

- ¿No le apetecen unos callos, amigo mío? – dijo el camarero que había aparecido como un espectro.
- No, no tengo hambre, pero gracias. – contestó, saliendo de su trance.
- ¿Así que un mal día? – dijo soltando el trapo en la barra y adoptando una postura de relajación.
- Sí, hay días que odio mi trabajo.
- Si yo le contase amigo mío. Más de cuarenta años llevo detrás de la barra y le aseguro que las he visto de todos los colores.
- ¿Ha pensado en escribir un libro? Seguro que tiene un montón de anécdotas interesantes que explicar. Cuarenta años dan para mucho.
- Escribir no va conmigo. La última vez que lo hice fue para felicitar las navidades a mi hermanica del pueblo. Y de eso hace una eternidad. Y con los avances de hoy día no podría.
- Hay cursillos para aprender a manejar el ordenador.
- Poco tiempo y menos ganas, amigo mío, eso es lo que tengo. Las anécdotas las explico desde aquí, a mi público que son mis clientes, y quien quiera escucharlas que venga y pague su consumición.
- Me parece una buena política – dijo sonriendo, al tiempo que se miraba el reloj. – Bueno, debo irme, mañana vendré a escuchar alguna buena anécdota. – Apuró el quinto y dejó un euro en la barra.
- Hasta luego amigo mío.


* * *

La mañana del 13 de octubre comenzó como cualquier otra. Hacía años que para levantarse a las 7:20 no le hacía falta el despertador. Su reloj biológico tenía bien aprendido el horario. Se giró hacia su mujer, que continuaba dormida y le dio un beso en la sien acompañado de un susurro de “buenos días”. Se incorporó, se puso las zapatillas y fue al cuarto de baño. Se dio una ducha de agua tibia, se puso el albornoz y se afeitó mientras escuchaba las noticias en la radio “retención de 3 kilómetros en la entrada de la Ronda de Dalt a la altura de Trinitat” lo de cada mañana ¿es que no pueden hacer algo para remediarlo? Pensó para sí mismo.
Picó con los nudillos a la puerta de la habitación contigua y gritó “Buenos días, venga arriba, hace un día precioso”. Fue hacia la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Café con leche para su mujer, café solo él y un cola cao para su retoña (ya tiene 15 años, ¡cómo pasa el tiempo! Recuerdo el día que nació como si fuese ayer y ahora está en plena edad del pavo). Sacó una bolsa de magdalenas y una caja de galletas y las puso en el centro de la mesa. Mientras se calentaba la leche fue de nuevo a la habitación y esta vez picó a la puerta con mayor energía “venga, no seas gandula, levanta que el desayuno está en la mesa”. Al mismo tiempo su mujer aparecía por el pasillo con un albornoz y una toalla liada en la cabeza, “Buenos días mi amor”.
Desayunaron los tres viendo las noticias del telediario. Su mujer comentó que antes de ir al Mercado se pasaría por casa de su hermana a que le enseñase a acabar los flecos de la dichosa bufanda que llevaba tejiendo desde antes del verano.
Su hija comentó que ese día visitaban una exposición de pintura en un museo de la ciudad. Lo decía con un tono feliz y aquel brillo en los ojos que tanto le gustaba a su padre. Entre bromas los padres le sacaron que el motivo de la alegría era que estaba “enamorada” de su profesor de arte, el que organizaba la excursión.
Se despidieron los tres en la cocina cuando llamó al timbre la amiga de su hija. Como cada mañana se iban juntas al instituto. Dio un beso a su mujer y se marchó en dirección opuesta a la que había emprendido su hija. Anduvo dos calles y llegó al quiosco.
- Buenos días
- Muy buenas, ahí lo tienes- dijo sonriendo el quiosquero señalando con la mirada el diario deportivo. En la portada Ronaldinho con una corona de rey.
- Anda que si no es por éste ibais a hacer mucho.
- Claro, claro – dijo el quiosquero – será que el resto son cojos.
- Mira lo que les pasó a los galácticos, a ver si os sirve de ejemplo.
- Tranquilo, que me da a mí que estos tienen los pies bien puestos en el suelo.
Le pagó un euro y se marchó, “esto va por rachas, ya vendrán tiempos mejores”. Al girar la siguiente calle apareció el cartel “Bar Jiménez”. Se agachó para subir la persiana y abrió el local.

El día no estaba yendo mal, por la mañana había servido más cafés (y carajillos) que de costumbre, y a partir de las 12 comenzaban a organizarse corrillos. Su mujer se estaba retrasando y había faena por hacer, pero aún no era preocupante, podía valerse por sí mismo. A medida que servía cerveza y vino iba rellenando los palilleros, los servilleteros, limpiando la barra y reponiendo bebida en las neveras.

- Buenos días amigo mío – exclamó sorprendido al verlo aparecer
- Muy buenas… y gracias, ¡que rapidez! – dijo al ver el quinto ya abierto encima de la barra.
- Le advierto que hoy los callos están espectaculares, siempre están mejor de un día para otro, ¿quiere probarlos?
- No gracias, por ahora no.
- ¿Y qué tal, cómo le va el trabajo por aquí?
- Bien, aunque hoy ya acabo. Es mi último día.
- Vaya, ¿tan pronto?
- Sí – dijo con voz seria y mirándole a los ojos.
- Esperaba que estuviese más tiempo por aquí.
- Así son las cosas…
- Bueno, ¡qué remedio! – dijo el camarero rehuyendo la mirada – Voy a servir a ese corrillo que los tengo secos.
- Debemos irnos.
- ¿No vas a dejar que me despida de mi mujer?
- Lo siento.
- Bueno, supongo que así son las cosas – dijo fríamente, aunque con el corazón destrozado – Son muchos años en este bar, ¿sabes?, déjame al menos que ponga la última ronda.
- Bien. Hazlo.
El camarero se giró, abrió la nevera, sacó cuatro quintos y los puso encima de la barra al tiempo que retiraba los botellines vacíos. Fue a la cocina, cortó cuatro rebanadas de pan, les echó un hilo de aceite de oliva por encima y buscó el cuchillo jamonero. Cortó cuatro lonchas de jamón y las puso encima de las rebanadas de pan y sirvió el plato al lado de los cuatro quintos “Esta ronda corre de mi cuenta, buen provecho”. Se quedó varios segundos mirando al bar, con la esperanza de ver a su mujer apareciendo por la puerta.
- Debemos irnos.
- Bien, vamos – dijo con voz entrecortada - Vaya, ¡entonces es verdad eso del túnel!


by Lillo

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