lunes, 26 de noviembre de 2007

Torras y Bages

Interior del vagón. Dos chicas muy monas van apoyadas en uno de los respaldos. Bien peinadas, maquilladas (una con colores más agresivos que la otra) y ambas vestidas igual, con traje pantalón de color gris.
- No soporto las rebajas tía – dice la más maquillada, en un tono entre pijo y garrulillo.
- Ah, pues a mí me gustan – contesta la otra, con aire charnego.
- ¡Qué dices!- exclama, acentuando la expresión con los ojos cerrados y movimiento de cabeza a modo de exageración - Gente y gente y más gente. Es agobiante – dice resoplando - Todos removiendo ropa y nosotras como pavas detrás de ellos, doblándola de nuevo. Es de locos – haciendo el gesto universal del dedo índice girando a la altura de la sien.
- Yo me lo paso bien, se ve cada personaje… - dice sonriendo con los ojos cerrados, como si recordase alguna escena en concreto.
- Sí, eso sí, de frikis está el mundo lleno. Debemos tener imán porque vienen a parar todos a nosotras – de nuevo acabando la frase en tono pijo garrulillo.
- ¿Te acuerdas de aquél tío que le quería regalar un tanga a su novia y te pidió que te lo probases? – pregunta riéndose.
- ¡No me hables! Creo que en mi vida me he puesto más roja – dice, tapándose la cara, como si estuviese ocurriendo en ese momento.
- Te tendrías que haber visto la cara, tía – continúa riendo.
- ¡Qué cerdo! Seguro que no tenía ni novia. ¡Asqueroso! – exclama, con una mueca de repulsión.
- Cuando trabajaba como administrativa en la gestoría, teníamos un cliente que siempre me hablaba mirándome a las tetas. Un día le solté “háblale más alto a la derecha que es un poco sorda”. Y el tío se puso igual de rojo que tú aquel día, ja ja ja.
- ¡Qué bueno tía! – el “tía” le sale más pijo que a Chabeli - Tuvo que quedarse cortadísimo.
- Ya te digo, desde aquel momento ya no lo vi más, si tenía que decirme algo me llamaba por teléfono – acaba la frase sonriendo, satisfecha consigo misma.
- ¡Qué fuerte!. ¿Y recuerdas cuando la mujer aquella se quedó encerrada en el probador?
- Uf, casi se desmaya. Yo lo pasé mal por la pobre mujer.
- Pesaba más de 150 kilos, casi no se podía dar la vuelta en el probador.
- Por poco tenemos que llamar a los bomberos.
- Hummmm – exclama mordisqueándose el labio – No hubiese estado mal, ¿te imaginas?
- ¡Eres una loba! – pegándole un empujón cariñoso. La pija garrulilla le guiña el ojo y ambas se ríen. Tras una pequeña pausa, la charnega continúa - Y el marido que había aprovechado para ir a echar la quiniela. Cuando llegó casi le da un sofoco, ¿te acuerdas?
- Es verdad. Era un señor muy bajito. ¡Vaya pareja! Cuando iban juntos parecía que la mujer llevase un llavero.
- Un pin, ja ja ja – y ambas ríen sin parar. Cuando consiguen calmarse, continúan rememorando situaciones.
- ¿Y cuando entró corriendo el de seguridad buscando al que había robado en el Carrefour? – dice la pija garrulilla.
- Yo creo que lo hizo para impresionarte.
- ¡Anda! – dice con una sonrisa dibujada en el rostro, dejándose querer.
- Que sí, que ese está por tus huesos, lo sabes de sobra.
- ¡Que no tía! – de nuevo sonriendo.
- ¿Estás segura? Porque a mí no me guiña el ojo cuando me ve…
- ¡Anda ya! Si eso sólo lo hizo una vez.
- Pues a mí me parece guapo – dice con voz sensual, buscando la complicidad de su amiga.
- Es majo – dice tocándose el pelo, como una cheerleader en una película de universitarios yanquis.
- ¿Majo? ¡Está buenísimo! Seguro que está ya está pillado, como todos los hombres interesantes.
- Bueno, no soy celosa, ja ja ja. – Ambas se ríen con mirada cómplice y mueven ligeramente la cabeza como si siguiesen manteniendo la conversación telepáticamente.
- Uf, deja de reírte que se me contagia y luego me duele la barriga.
- Vale, ya paro – dice tocándose el contorno del ojo secándose una lágrima fruto de la carcajada.
- Pues yo prefiero estar doblando ropa que estar en caja – dice recobrando la compostura.
- ¡Ah yo no! – con enérgicos movimientos de cabeza de izquierda a derecha.
- Yo sí. Eso de levantar la cabeza y ver una cola interminable me agota. Y para colmo cuando les toca no tienen la tarjeta preparada. Justo cuando les estás cobrando es cuando miran el bolso “ay nena, que no encuentro el monedero”. ¡Como si no le hubiese dado tiempo a buscarlo en todo el rato que lleva haciendo cola señora!
- A mí eso me da igual, total tengo que estar en la caja hasta que cerremos, así que me da lo mismo.
- Ya, pero es que no soporto esa desgana. Hay gente que va por el mundo a menos revoluciones, como si les pesase el doble la gravedad. El otro día nos pasó con una pareja. Fui al cajero con el Fran y estaban dentro sacando dinero. Primero el chico sacó con la tarjeta y después la chica actualizó la libreta. Debía hacer un año que no la actualizaba porque tardó un buen rato. Pero es que cuando el cajero le devolvió la libreta se pusieron a “estudiar” los movimientos. ¡Qué rabia! Además empezaban a discutir “para qué sacaste este dinero, dónde compraste esto” Al final porque el Fran se lió a puñetazos con el cristal de la puerta que si no aún están allí.
- Eso me ha pasado alguna vez y sí que da rabia sí.
- Ya te digo si da rabia… es que la gente con esa pachorra no la aguanto.
- ¿Sabes a mí lo que también me da mucha rabia?
- ¿El qué?
- Que me toquen el hombro para preguntarme algo cuando estoy de espaldas. Hay gente que te hace hasta daño.
- Ostras, ¡es verdad!.
- Es que no lo soporto, ¿acaso vas toqueteando a los camareros cuando comes en un restaurante? ¿o le das una palmada en la espalda al conductor del autobús?
- Ja, ja, estaría bien, ¿te imaginas? – dice sonriendo.
- ¿Sabes lo que tampoco soporto?
- ¿Qué?
- Ir por la calle y que alguien se ponga a andar en paralelo a mí.
- ¿Qué quieres decir?
- Sí, ¿no te ha pasado nunca que vas andando deprisa y alguien se pone a caminar a tu lado al mismo ritmo? Me siento tonta, parece una carrera.
- Yo cuando me pasa eso me freno y hago como que miro algún escaparate.
- Claro yo también, ¿pero por qué me tengo que frenar yo? ¡Que cruce la calle el otro! – de nuevo se ríen como antes.
- Para tía, que se me corre el rimel.
- Es que hay gente en el mundo porque tiene que haber de todo.
- Ya te digo.

En el momento en que por megafonía se escucha el nombre de la siguiente parada, ambas se sitúan frente a la puerta y se retocan el pelo, utilizando el cristal a modo de espejo.