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sábado, 16 de abril de 2011

34 primaveras

Una más y van 34. En lugar de cumplir años cuento primaveras. Será por mi visión de la vida que tanto gustaba a mi profesora de Literatura. “Eres un romántico” me decía cada vez que nos cruzábamos por los pasillos del instituto.

34 primaveras e innumerables recuerdos. Cuando era un renacuajo y acompañaba a mi padre a buscar a mi madre al metro. Su rostro cansado se convertía en sonrisa al vernos y nos besaba con la ilusión de tener a un ser querido esperando su llegada.

34 primaveras y un sinfín de anécdotas. Como aquella vez que una desconocida me cerró el libro y se puso a charlar conmigo como si fuésemos íntimos. “Yo he visto la peli” comentaba haciendo referencia a la portada del libro. Y yo, atónito, no supe estar a la altura. Lejos de mantener una amigable conversación contaba las estaciones que aún quedaban para alcanzar mi destino. La comunicación es lo que nos distingue de los animales y en lugar de utilizarla preferimos ser antisociales.

34 primaveras y toda una vida por delante. Viajar, educar, crecer, reír, escuchar, llorar, brindar, abrazarse y seguir enamorado de la mujer con la que comparto mi vida. Como una planta que busca la luz del Sol con la llegada de la primavera, así es el ciclo vital, y así debemos enfocarlo. Cada cual tiene en su Sol el objetivo que se proponga alcanzar.

34 primaveras y aún veo a mi abuelo, cuando me contaba sus historias en blanco y negro. Me hablaba de la primera vez que vino a Barcelona, de aquellos trenes de madera que cruzaban el Levante en jornadas interminables. De cuan diferente era esta ciudad de su aldea de origen. Y grabadas me quedaron sus palabras, que eran lecciones de sabiduría “mi generación lo pasó muy mal para acabar viviendo bien. La tuya ha comenzado viviendo bien y si no hacéis nada acabaréis pasándolo mal”. Esa es la filosofía que me impregnó y que trato de seguir en mi día a día. Al fin y al cabo se trata de que entre todos hagamos de esta vida un mundo mejor, donde todos tengamos cabida, como una orquesta donde cada músico desempeña su papel.

34 primaveras y ya despuntan las generaciones venideras. Son el futuro y algún día serán ellos quienes nos cuiden a nosotros. Responsabilidad de todos es inculcarles unos valores que les ayuden a ser buenas personas. Compartir con los demás. Convivir. Y disfrutar. Al fin y al cabo, eso es el ciclo vital.


Publicado en http://relatscurts.tmb.cat/ca/relat/lliure/4269

martes, 13 de enero de 2009

Trinitat Vella

Que sí, que lo que yo te diga, hazme caso.
Yo creo que no es así.
Bueno, tú mismo, pero estoy seguro.
No puede ser que de la noche a la mañana te puedan echar a la calle sin darte una indemnización. Que sí, que eso es un despido improcedente. No te corresponde nada. Te vas y ya está.
Yo creo que en un despido improcedente te tienen que pagar algo, una indemnización.
Lo que yo te diga. Te vas sin nada. Te echan y te vas con una mano delante y otra detrás.
Pero te darán un finiquito o algo.
Que no. Si lo consideran como despido no te dan nada. Para darte el finiquito tiene que ser Recursos Humanos quien lo autorice.
Pues yo no tenía entendido eso. Me parece muy heavy que puedan hacer eso, despedirte cuando les dé la gana sin darte nada. No creo que sea así.
Y dale. Te digo que sí. Que mi hermano hizo un cursillo de derecho laboral de esos que monta Fomento y me lo comentó.
Yo creo que no puede ser. Pero bueno.
Ya te traeré el manual que le dieron, ya verás.
Vale.
Oye, ¿te has enterado de la nueva campaña esa de los autobuses?
¿Cuála?
Cuála Pascuala.
¿Qué campaña?
La de los ateos. Han colgado carteles publicitarios en algunos autobuses que dicen “Probablemente Dios no existe. Disfruta la vida”.
Guay.
¿Sólo guay?
Sí, ¿qué más quieres?
No sé, saber si estás de acuerdo o no.
¿De acuerdo en que pongan carteles o de acuerdo en lo que dicen?
En las dos cosas.
¿Quién paga los carteles?
Creo que recogían fondos.
¿Voluntariamente?
Hombre, sí, imagino que sí, no van a ir con pistolas por la calle apuntándote a la sien.
Entonces estoy de acuerdo. Yo suelo estar de acuerdo con todo lo que es voluntario.
Es una buena filosofía. ¿Y de la frase qué opinas?
¿Me la repites?
Creo que es algo así como “probablemente Dios no existe. Disfruta la vida”.
Pues también me parece bien.
¿Pero te parece bien porque no crees en Dios?
Me parece bien porque hay que disfrutar la vida.
Eso no responde a mi pregunta.
¿Si creo en Dios? Uf, es una de las preguntas del millón.
¿Hay más?
Sí, todas las que están relacionadas, ya sabes, ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿es cierta la teoría del big bang?
Y qué opinas.
¿Qué opino de qué?
Pues de todo. De Dios, del origen del Universo, de todo eso.
Son las 8 de la mañana.
¿Y qué?
Pues que no estoy yo para filosofar con temas trascendentales.
Bueno.
¿Bueno qué?
Que eres un rancio.
Rancio, ¿por qué?
Pues porque nunca te mojas en nada.
¿Qué quiere decir eso?
Que siempre te evades.
¿Me evado?
Sí. A la que hay un tema importante que tratar te vas por la tangente.
¿Por la tangente?
Sí.
¿Por qué dices eso?
Pues porque es cierto. No sueles contestar. O te vas por las ramas, o cambias de tema.
Uaaaaaaaaaah
O te pones a bostezar…
Perdona. Me ha recordado a un monólogo del Buenafuente que hablaba de bostezos. Decía que cuando no tienes mucha confianza con alguien quien estás hablando y te viene un bostezo se pasa muy mal. Tratas de ocultarlo, sin abrir la boca y empiezas a hacer muecas. Te cae una lagrimilla por el ojo…
¿Lo ves?
¿El qué, el cartel?
Ya lo has vuelto a hacer. Ya has cambiado de tema.
Es que me lo has recordado.
Que te den.
Vale. Pero que sean dos rubias.
Dos peces espada son los que te deberían dar.
No te mosquees.
No, si no me mosqueo. No vale la pena.
¿El qué?
Hablar contigo.
¿No vale la pena hablar conmigo?
No.
Venga hombre, tampoco es para tanto, ¿no?
Que lo dejes ya. Que parecemos una pareja de abuelos que no saben de qué hablar.
Se te va la pinza.
Vale.
Bueno.
Oye.
¿Qué?
En esta vida hay dos clases de personas.
Vale.
¿No me vas a preguntar cuáles son?
No.
Rancio.
Risueño.
Eso, sueño, sueño es lo que tengo.
Venga dime.
¿Qué quieres que te diga?
¿Qué dos clases de personas hay?
Ah! Los Playstasionistas y los Equixboxistas.
Anda y que te den.
Vale, pero que sean dos rubias.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Sagrera

- ¡¡¡¡Buenos días señoras y señores!!!! – El payaso bajaba los escalones del andén central con sus enormes zapatos rojos mientras hacía sonar el claxon que llevaba colgado al cuello “Moc, moc, moc”.
- ¡Alegría! ¿Qué son esas caras? ¡hay que sonreír! ¿Una sonrisita señora? - dijo a una mujer que se cruzaba con él en las escaleras, totalmente estupefacta.
- Moc, moc, moc – gritaba imitando el sonido de su claxon. – Moc, moc, moc – lo hacía sonar nuevamente. - ¡Alegría! Moc, moc, moc – claxon y grito al unísono.
Las caras de los pasajeros que esperaban el metro eran una mezcla de sorpresa, asombro e ilusión. Los pocos niños que había apretaban las manos de sus padres señalando al payaso con la boca abierta. El payaso vestía de amarillo, con tres enormes botones rojos y una flor gigante en el lado izquierdo. Llevaba una peluca naranja y verde y la cara pintada con una gran sonrisa en torno a la tan característica nariz roja. Se paró en el tercer escalón, utilizándolo a modo de tarima.
- ¡¡¡¡Buenos días señoras y señores!!!! – volvió a gritar. Esta vez ya había conseguido centrar la atención de los pasajeros de los tres andenes – La vida está inventada para ser feliz. No cuesta nada sonreír – Gritaba en un tono cantarín. – ¡Risas, palmas y alegría. No esté triste, mejor sonría!
Cada vez se dibujaban más sonrisas en los mismos rostros que pocos minutos antes transmitían cansancio y tristeza. Aunque algún “valiente” pasaba al lado del payaso, la mayoría de pasajeros que tenían que bajar las escaleras optaban por desviarse hacia los andenes laterales.
- Vamos a hacer un juego – gritó el payaso. – Cuando yo levante las manos, todos haremos palmas. – Acto seguido, se agachó hacia delante con los brazos estirados apuntando a sus enormes zapatones rojos y comenzó un tembleque recordando a los grupos de gospel. De repente, con un rápido movimiento se incorporó como si estuviese haciendo la ola en un campo de fútbol, acompañando el gesto con una mueca alegre. Ningún pasajero se atrevió a dar la primera palmada.
- Vamos a cantar una canción. Cuando yo levante las manos todos haremos palmas – repitió el payaso alegre, como si fuese la primera vez que lo decía. Y acto seguido inició el mismo baile de San Vito. La gente intercambiaba miradas buscando complicidad, comenzaba a notarse las ganas de seguir al payaso. Tras unos segundos el payaso se incorporó rápidamente, con una mueca también graciosa diferente a la anterior. Plas, plas, plas. Del final del andén central procedía el eco de unas palmadas. Plas, plas, plas. Otro sonido de palmadas. Plas, plas, plas. Algunos pasajeros que también se animaban. La gente giraba sobre sí misma para ver cuántos aplaudían.
- Muy bien por los valientes. Ahora vamos a hacerlo otra vez y aplaudiremos todos – gritó el payaso. Comenzó el ritual y enseguida se incorporó. Plas, plas, plas. Los aplausos esta vez eran muchos más. Plas, plas, plas. La gente aplaudía y sonreía. El payaso, viendo que más de la mitad de gente ya estaba participando, se puso a dar palmas con sus guantes blancos, tratando de marcar un compás. Plas, plas, plas. Las palmadas sonaban mejor. Plas, plas, plas. Los que quedaban por aplaudir se empezaban a animar. Los que llevaban maletines los habían dejado entre las piernas liberando así las manos. Plas, plas, plas. La sonrisa se había apoderado de los pasajeros. Plas, plas, plas. El payaso continuaba marcando el ritmo, seleccionando con la mirada a los pocos que aún no aplaudían e invitándoles a hacerlo. Plas, plas, plas. De repente hizo el gesto de parar y el eco de las palmas disminuyó hasta hacerse el silencio.
- Ahora que solo aplaudan los de este lado – señalando al andén de su izquierda. Plas, plas, plas – Comenzaron a aplaudir – No, no, no, gritó el payaso. Si no hay baile no hay palmas – Los pasajeros del andén de la izquierda dejaron de dar palmas y se mantenían atentos al payaso, que había continuado con su ritual. Cuando se incorporó con la mueca alegre, la gente comenzó a aplaudir. - Vamos, que se escuchen esas palmas, más fuerte! – Plas, plas, plas. Comenzaron a aplaudir más fuerte – Muy, muy bien – dijo el payaso haciendo el gesto de cortar. - Ahora les toca a los de este lado – señalando al lado opuesto – De nuevo comenzó el baile y cuando se levantó la gente de la derecha comenzó a aplaudir muy fuerte, sin duda para que sonasen más altos que los anteriores aplausos del andén opuesto. El payaso hizo el gesto de cortar y continuó. – Muy bien, muy bien, muy bien. Ahora le toca al andén central. - Los pasajeros permanecían atentos al baile del payaso, pero esta vez no comenzó el ritual. – A vosotros os toca saltar!!! – dijo gritando el payaso. Algunos se miraban, otros reían, otros hacían movimientos negativos con la cabeza en plan “hasta aquí hemos llegado”, otros parecían totalmente hipnotizados por el payaso y daba la sensación de que harían cualquier cosa que les pidiese. – Ánimo – continuó el payaso – El baile es muy sencillo – y comenzó a moverse – paso a la izquierda, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso a la derecha, paso a la izquierda, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso a la derecha. Vamos todos! – señalando al andén central. Los de los andenes laterales se reían y señalaban a la gente que comenzaba a imitar los movimientos del payaso. El baile parecía contagiarse y poco a poco el resto se iban animando – Paso a la izquierda, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso a la derecha - Cuando el payaso vio que la gente que permanecía quieta no bailaría decidió dar por zanjado el asunto y continuar. – Ahora participaremos todos – gritó – Cuando los del andén central vayan a la izquierda, los de este andén aplaudirán – dijo señalando al andén de su izquierda - Y cuando vayan a la derecha darán palmas los de este lado – señalando al lado opuesto. Y el baile comenzó. Paso a la izquierda, paso a la izquierda (plas, plas, plas), paso a la derecha, paso a la derecha (plas, plas, plas). – Muy bien, muy bien, otra vez! – gritaba el payaso, sin duda contento de estar consiguiéndolo. – Paso a la izquierda, paso a la izquierda… - los del andén central parecían estar en una sala de aeróbic el primer día de clase – paso a la derecha, paso a la derecha – era increíble ver bailar, aplaudir y reír a toda esa gente – Paso a la izquierda, paso a la izquierda (plas, plas, plas).

De repente el sonido del metro hizo callar los aplausos. Los vagones aparecieron por el túnel y los pasajeros retomaron la compostura. La mayoría continuaba mirando al payaso, el cual parecía dar por concluida la función. Cuando el metro paró, se accionaron las palancas, se abrieron las puertas y las caras grises volvieron a hacer acto de presencia.

Dedicada a mi querida Ros, que me la explicó un día

lunes, 26 de noviembre de 2007

Torras y Bages

Interior del vagón. Dos chicas muy monas van apoyadas en uno de los respaldos. Bien peinadas, maquilladas (una con colores más agresivos que la otra) y ambas vestidas igual, con traje pantalón de color gris.
- No soporto las rebajas tía – dice la más maquillada, en un tono entre pijo y garrulillo.
- Ah, pues a mí me gustan – contesta la otra, con aire charnego.
- ¡Qué dices!- exclama, acentuando la expresión con los ojos cerrados y movimiento de cabeza a modo de exageración - Gente y gente y más gente. Es agobiante – dice resoplando - Todos removiendo ropa y nosotras como pavas detrás de ellos, doblándola de nuevo. Es de locos – haciendo el gesto universal del dedo índice girando a la altura de la sien.
- Yo me lo paso bien, se ve cada personaje… - dice sonriendo con los ojos cerrados, como si recordase alguna escena en concreto.
- Sí, eso sí, de frikis está el mundo lleno. Debemos tener imán porque vienen a parar todos a nosotras – de nuevo acabando la frase en tono pijo garrulillo.
- ¿Te acuerdas de aquél tío que le quería regalar un tanga a su novia y te pidió que te lo probases? – pregunta riéndose.
- ¡No me hables! Creo que en mi vida me he puesto más roja – dice, tapándose la cara, como si estuviese ocurriendo en ese momento.
- Te tendrías que haber visto la cara, tía – continúa riendo.
- ¡Qué cerdo! Seguro que no tenía ni novia. ¡Asqueroso! – exclama, con una mueca de repulsión.
- Cuando trabajaba como administrativa en la gestoría, teníamos un cliente que siempre me hablaba mirándome a las tetas. Un día le solté “háblale más alto a la derecha que es un poco sorda”. Y el tío se puso igual de rojo que tú aquel día, ja ja ja.
- ¡Qué bueno tía! – el “tía” le sale más pijo que a Chabeli - Tuvo que quedarse cortadísimo.
- Ya te digo, desde aquel momento ya no lo vi más, si tenía que decirme algo me llamaba por teléfono – acaba la frase sonriendo, satisfecha consigo misma.
- ¡Qué fuerte!. ¿Y recuerdas cuando la mujer aquella se quedó encerrada en el probador?
- Uf, casi se desmaya. Yo lo pasé mal por la pobre mujer.
- Pesaba más de 150 kilos, casi no se podía dar la vuelta en el probador.
- Por poco tenemos que llamar a los bomberos.
- Hummmm – exclama mordisqueándose el labio – No hubiese estado mal, ¿te imaginas?
- ¡Eres una loba! – pegándole un empujón cariñoso. La pija garrulilla le guiña el ojo y ambas se ríen. Tras una pequeña pausa, la charnega continúa - Y el marido que había aprovechado para ir a echar la quiniela. Cuando llegó casi le da un sofoco, ¿te acuerdas?
- Es verdad. Era un señor muy bajito. ¡Vaya pareja! Cuando iban juntos parecía que la mujer llevase un llavero.
- Un pin, ja ja ja – y ambas ríen sin parar. Cuando consiguen calmarse, continúan rememorando situaciones.
- ¿Y cuando entró corriendo el de seguridad buscando al que había robado en el Carrefour? – dice la pija garrulilla.
- Yo creo que lo hizo para impresionarte.
- ¡Anda! – dice con una sonrisa dibujada en el rostro, dejándose querer.
- Que sí, que ese está por tus huesos, lo sabes de sobra.
- ¡Que no tía! – de nuevo sonriendo.
- ¿Estás segura? Porque a mí no me guiña el ojo cuando me ve…
- ¡Anda ya! Si eso sólo lo hizo una vez.
- Pues a mí me parece guapo – dice con voz sensual, buscando la complicidad de su amiga.
- Es majo – dice tocándose el pelo, como una cheerleader en una película de universitarios yanquis.
- ¿Majo? ¡Está buenísimo! Seguro que está ya está pillado, como todos los hombres interesantes.
- Bueno, no soy celosa, ja ja ja. – Ambas se ríen con mirada cómplice y mueven ligeramente la cabeza como si siguiesen manteniendo la conversación telepáticamente.
- Uf, deja de reírte que se me contagia y luego me duele la barriga.
- Vale, ya paro – dice tocándose el contorno del ojo secándose una lágrima fruto de la carcajada.
- Pues yo prefiero estar doblando ropa que estar en caja – dice recobrando la compostura.
- ¡Ah yo no! – con enérgicos movimientos de cabeza de izquierda a derecha.
- Yo sí. Eso de levantar la cabeza y ver una cola interminable me agota. Y para colmo cuando les toca no tienen la tarjeta preparada. Justo cuando les estás cobrando es cuando miran el bolso “ay nena, que no encuentro el monedero”. ¡Como si no le hubiese dado tiempo a buscarlo en todo el rato que lleva haciendo cola señora!
- A mí eso me da igual, total tengo que estar en la caja hasta que cerremos, así que me da lo mismo.
- Ya, pero es que no soporto esa desgana. Hay gente que va por el mundo a menos revoluciones, como si les pesase el doble la gravedad. El otro día nos pasó con una pareja. Fui al cajero con el Fran y estaban dentro sacando dinero. Primero el chico sacó con la tarjeta y después la chica actualizó la libreta. Debía hacer un año que no la actualizaba porque tardó un buen rato. Pero es que cuando el cajero le devolvió la libreta se pusieron a “estudiar” los movimientos. ¡Qué rabia! Además empezaban a discutir “para qué sacaste este dinero, dónde compraste esto” Al final porque el Fran se lió a puñetazos con el cristal de la puerta que si no aún están allí.
- Eso me ha pasado alguna vez y sí que da rabia sí.
- Ya te digo si da rabia… es que la gente con esa pachorra no la aguanto.
- ¿Sabes a mí lo que también me da mucha rabia?
- ¿El qué?
- Que me toquen el hombro para preguntarme algo cuando estoy de espaldas. Hay gente que te hace hasta daño.
- Ostras, ¡es verdad!.
- Es que no lo soporto, ¿acaso vas toqueteando a los camareros cuando comes en un restaurante? ¿o le das una palmada en la espalda al conductor del autobús?
- Ja, ja, estaría bien, ¿te imaginas? – dice sonriendo.
- ¿Sabes lo que tampoco soporto?
- ¿Qué?
- Ir por la calle y que alguien se ponga a andar en paralelo a mí.
- ¿Qué quieres decir?
- Sí, ¿no te ha pasado nunca que vas andando deprisa y alguien se pone a caminar a tu lado al mismo ritmo? Me siento tonta, parece una carrera.
- Yo cuando me pasa eso me freno y hago como que miro algún escaparate.
- Claro yo también, ¿pero por qué me tengo que frenar yo? ¡Que cruce la calle el otro! – de nuevo se ríen como antes.
- Para tía, que se me corre el rimel.
- Es que hay gente en el mundo porque tiene que haber de todo.
- Ya te digo.

En el momento en que por megafonía se escucha el nombre de la siguiente parada, ambas se sitúan frente a la puerta y se retocan el pelo, utilizando el cristal a modo de espejo.

miércoles, 17 de enero de 2007

Santa Coloma

El reloj marca las 8:20h., hora punta. La marabunta se agolpa en el andén esperando que el convoy haga acto de presencia. Santa Coloma es la segunda parada de la línea roja que nace (o muere) en el Fondo. A a pesar de ello, cuando el metro llega todos los asientos están ocupados, así que te puedes sentir afortunado si consigues un respaldo. Algunos pícaros prefieren hipotecar diez minutos y coger el metro en dirección opuesta para realizar el trayecto sentados.
Mi hermana, compañera habitual de metro en esta época, me pone al día de los pormenores del despacho donde trabaja. Bueno, del despacho no, más bien de las vidas de sus compañeros. Yo, que a esas horas no soy persona, asiento con la cabeza y, de vez en cuando, emito algún monosílabo (o gruñido encubierto) para dejarle claro que sigo la conversación.
Se oye el metro, algunos miran hacia el túnel, otros siguen con sus conversaciones, el nutrido grupo de lectores no aparta la vista de su libro. El metro avanza, juego a comprobar si es el mismo número de convoy que cogimos ayer. Afirmativo, es el 111. La muchedumbre toma posiciones. Los más avispados, como si les guiasen señales invisibles a los ojos de los demás, se sitúan justo en el punto en el que parará una puerta. El metro se detiene. Se accionan las palancas. Noto que me empujan, pero no es el habitual empujón de ansia por entrar, éste es diferente, es un reclamo. Así que me giro y me encuentro con una mujer joven, de aspecto dejado y mirada perdida que me coge del brazo y me dice algo con una voz prácticamente inaudible. La miro con una mezcla de asombro e intriga. Aún estoy tratando de asimilar su comentario cuando suena el pitido que avisa de que las puertas se van a cerrar. Mi hermana, extañada, me lanza mensajes telepáticos “¿qué haces ahí parado? ¿por qué no subes? ¡Entra!”. Doy un pequeño salto y logro entrar en el justo momento en que se cierran las puertas. La chica se queda en el andén, mirándome fijamente a través de la ventana. Arranca el metro y ambos aguantamos fijamente la mirada. Dos segundos más tarde la pierdo, pero algo me dice que continúa ahí (allí). Reflexiono, hago un esfuerzo para reconstruir la situación en mi cerebro, veo a la chica, me fijo en sus labios y escucho de nuevo el mensaje. Alucino.
- ¿Quién era esa chica? – la voz de mi hermana me hace volver al mundo real.
- ¿Qué?
- ¿Que quién era esa chica? – repite
- No sé. Es la primera vez que la veo.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Que sigue rezando por mí.

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