Mostrando entradas con la etiqueta Andrés. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Andrés. Mostrar todas las entradas

viernes, 9 de noviembre de 2007

Frankfurt Alvar

Microrrelato por entregas. Capítulo I

"Dos horas más" pienso.

Salgo a la calle a despejarme, abandono la puta sala de espera y me doy una vuelta por el recinto. Me dirijo al edificio principal. Acabo ante la puerta de la cafetería, la miro y doy media vuelta.

Al fondo del pasillo hay dos tipos de mantenimiento charlando, voy directo hacia ellos.
Me dirijo al más alto, parece de aquí, le pregunto:

- Perdona, ¿no hay un BAR por aquí?

Me responde el otro, con un acento que parece pakistaní:

- Si, allí tienes el bar.

Dice, señalando hacia el final del pasillo por el que he venido.

- No es eso lo que el busca.

Interviene el otro fulano.

Esbozo una media sonrisa en señal de aprobación. El tipo me explica como llegar a un par de garitos que están fuera del recinto.

Mientras me dirijo hacia uno de ellos pienso: "¿Tanto se me nota?"



Microrrelato por entregas. Capítulo II

Debí darme media vuelta nada mas ver el tirador de San Miguel. Pero ya estaba dentro.

El garito es un antro y aunque el cartel de la puerta reza "Frankfurt", se parece más a una caseta de feria de esas que venden salchichas de plástico y patatas fritas a granel que a un verdadero Bar.

Pero es lo que hay y por hoy tiene que valer.

"No importa" me digo, "soy un hombre con recursos". Así que cuando el camarero se acerca le acerca le suelto:

- Una mediana

Con una tranquilidad pasmosa se dirige al fondo de la barra, abre una nevera y agarra una San Miguel Especial.


"Definitivamente, hoy no es mi día", pienso.



Microrrelato por entregas. Capítulo III


En la barra, un tío alto a pesar de tener ya más que cumplidos los sesenta intenta que el camarero se fije en una foto de la cartera que sostiene.

- Mira, este era yo (le dice). Un tiarrón.

El camarero le contesta con una mirada de soslayo y se aleja hacia el fondo de la barra.
El tipo no se amilana, tiene ganas de hablar, así que se gira en su taburete y esta vez se dirige a mí.

- Jugaba en el Club Natació Barcelona.

Me miro la San Miguel Especial aún inmaculada y la vierto en la copa, como si la cosa no fuera conmigo.

- Yo era un ligón ¿sabes? Tenia siempre un montón de chavalas detrás mio.


Lo miro y le dedico otra media sonrisa. El tipo tiene ganas de hablar, pero hoy tampoco debe ser su día.





Microrrelato por entregas. Último Capítulo.


- ¿Este que suena es el Ramazotti?

El tío sigue intentando encontrar un tema de conversación.

- Puede.

Le contesto secamente y le doy un trago largo a mi copa dando por zanjada la conversación. "¡Joder!" pienso "Si esta es la
Especial a que demonios debe saber la otra
" Agarro el botellin y le doy media vuelta buscando la etiqueta que me revele algo sobre la composición de aquel mejunje "¿Seguro que esto lleva cebada?".

En la otra parte de la barra hay un currante dando buena fe de un bocata de queso. El pesado me deja por causa perdida y se dirige a él:

- ¿Es el Ramazotti, verdad?

El currela deja por un momento el bocata para contestarle:

- Si es él. Es inconfundible.

- Pues a mi los que me gustan son los cantantes franceses. (Prosigue el pesado). Kegaaaaard.
Vocaliza dejando una "a" interminable que atestigua su dominio del gabacho.

- Si. Ese era aquel que salia con la Bo Derek ¿no?

- No ¡que va! ese era otro, no me acuerdo del nombre, pero era un cantante de segunda fila, ese nunca llegó a nada. El Kegaaard cantaba aquello de "Ju suis nuit..."


La conversación empeora, así que me concentro en la copa que tengo entre manos. Haciendo de tripas corazón le doy un segundo trago que casi la apura. Localizo al camarero, dejo caer unas monedas en la barra y suelto un "Buenas Tardes" como toda despedida.


Al salir por la puerta me doy media vuelta y me fijo en el cartel: "FRANKFURT ALVAR"
"Tendré que acordarme bien del nombre", pienso, "Para no volver por aquí nunca más".

miércoles, 3 de octubre de 2007

Diario de guerra 11.05

7:00, pateando la calle. La mejor hora, no hace calor y apenas se ve un alma.

Cruzo. El semáforo está en rojo pero el capullo del deportivo amarillo está a suficiente distancia, me sobra tiempo.

Hay una abuela al otro lado que me mira, mira el semáforo y duda, empieza a cruzar...

El capullo del deportivo me ha visto, sabe que me sobra espacio, así que pisa el acelerador, quiere hacerme sudar, pero no la ha visto a ella.

Ahora es demasiado tarde, llego al otro lado mientras veo a la abuela inmóvil, justo una centésima antes del choque. El capullo ha intentado frenar y ha perdido el control, se lleva por delante a la abuela y un poco más abajo a una furgoneta que estaba aparcada, el sonido del impacto es brutal.

No tengo motivos para sentirme culpable, pero lo hago.

domingo, 26 de agosto de 2007

Despierto

Piso la delgada línea que separa sueño y vigilia. Es frágil y quebradiza, como de hojaldre. Noto como se desmorona, como se deshace.

Impotente asisto al despertar de mis sentidos; uno a uno se estiran y desperezan. Desaparece la niebla que los cubría, se levanta el velo.

Tomo conciencia de mi respiración, mi pulso se hace más vivo, más presente, mientras tanto mi cabeza se va llenando.

Intento tomar el control, pausar el ritmo, desechar ideas hasta hallar una que me devuelva al sueño, coger el velo con las manos y hacer que me vuelva a cubrir, pero no es posible: estoy despierto.

miércoles, 27 de junio de 2007

Siempre hay un precio

Mi psicólogo no es argentino ni tiene consulta propia, cualquier garito vale.
Mi psicólogo no tiene agenda ni secretaria ni da cita. Las sesiones surgen sin previo aviso, siempre cuando es necesario, pero sin ningún tipo de planificación previa.

Suele ocurrir que después de una tarde de comentarios intrascendentes que acompañan a unos quintos y coincidiendo normalmente con la despedida del sol aparecen los primeros tankerais; y es que mi psicólogo no cobra en plata, mi psicólogo cobra en tankerais.

Con el segundo empiezo a vislumbrar que hoy puede haber sesión, miro de reojo el reloj: las once; demasiado tarde para dejarlo y quedar bien, demasiado pronto para poder dormir con todo lo que tengo en mi cabeza. Así que empiezo a escupir mi mierda.

Al principio son solo unos salibazos fétidos e inconsistentes vestidos de sutiles comentarios, como tanteando el terreno. Es solo el segundo tankerai, aún estamos a tiempo de tocar retirada e irnos a casa... pero no nos vamos, mi psicólogo llama la atención del camarero: "Llénanos" le dice... Hoy tenemos sesión.

Sigo escupiendo mi mierda y siguen cayendo tankerais mientras intento acompasar el ritmo de salida de inmundicias con el de entrada de alcohol.
Y así seguimos, un tanquerai tras otro, hasta que el camarero empieza a poner mala cara: la una, demasiado tarde, el garito tiene que cerrar. La sesión ha acabado por hoy.

***

Me despierto por la mañana bien jodido. Dolor de cabeza, el estómago en vilo, "¿Era necesario?" (Siempre me repito la misma puta pregunta) Y yo mismo me respondo: "Si, era necesario". Los tankerais y mi dolor de cabeza y el estómago jodido son el precio por la sesión de anoche.

Y es que, como dice la canción, siempre hay un precio.

sábado, 6 de enero de 2007

ENCÍS DE LLUNA

“Mira, un gat!” va dir assenyalant l'ombra d'un 127 mal aparcat. Vaig aixecar el cap massa tard però, malgrat tot, vaig assentir per fer-li creure que l'havia vist.

Vam continuar caminant; era una nit trista. Vaig intentar buscar l'estela de la lluna per sobra del mur discontinu de pisos que limitaven la meva visió. Feia uns dies que havia estat lluna plena i jo l'havia pogut contemplar mentre passejava per una de les amples avingudes que fugen de la ciutat. Llavors la seva presència m'havia desconcertat. La seva encisadora visió havia fet tornar a mi una sensació desconeguda durant molt temps... semblava com si en aquell instant ella li hagués donat un sentit perdut a l'esclat dels meus ulls. Però avui no havia tingut sort. El carreró era massa estret i els edificis massa alts. Avui fins i tot ella em negava la seva presència.

“Mira, un altre!” aquesta vegada si que l'havia vist. La totpoderosa llum d'un fanal el deixà al descobert. Era un gat pàl·lid, flàccid, escardalenc.

“N'hi ha per tot arreu” va dir. “Aquests animals tenen males puces. A la més mínima se't llancen als ulls”. Exagerava, com sempre.

En acomiadar-nos vaig continuar caminant. El carrer era llarg, molt llarg i jo estava sol.

/No he estat una companyia massa agradable avui. Però això tampoc no importa massa/

Una ombra em mostrà el meu error: “N'hi ha per tot arreu”. Tenia raó.

Un altre va travessar el carrer molt a prop meu, sense mostrar cap mena de temor.


/Després de tot no tenen cap motiu per mostrar-lo. Son sota la seva protecció i si mes no durant la nit, serien els amos del carrer, tal i com sempre ho han estat./


Caminava inquiet, gairebé tremolós. La incertesa començava a endinsar-se al meu interior.

Un altre va sortir sota un contenidor d'escombraries. Es movia amb gravidesa i ni tan sols va dignar-se a dirigir-me una mirada. Un de més polit miolava assegut tranquil·lament sobre una tapia de ciment. A cap d'ells no l'importava la meva presència. En aquell moment semblava com si RES no els importès. Com si RES no els pogués inquietar. Com si sabessin que algú els protegia, algú per sobre d'ells, per sobre dels homes...

/Això no te sentit/

Jo caminava, caminava, caminava. I ells sortien de sota dels cotxes, sortien de darrera els fanals, sortien de dins dels portals, sortien del damunt dels arbres, sortien, sortien, sortien...

I jo continuava caminant, però ella no hi era.

I jo la buscava: “On ets?, on ets?”

I jo continuava caminant, cada vegada més de pressa. Caminava sense saber cap a on, ni tan sols per què.

/Però això no té importància. Res no te ja importància/

Havia caigut sota el seu encís i no en podia sortir, no en volia sortir: “On ets?, on ets?”

Cridava amb tota la força de la meva ànima i els crits es fonien amb els miols i els miols enfonsaven els crits i els feien desaparèixer.

I quan tot eren miols, ella va aparèixer. I vaig voler saltar per apropar-me, però no vaig poder, sentia un pes que em lligava al terra: “Una cua!”, vaig exclamar.

/La meva cua/

Ella s'havia fet amb mi. Havia caigut sota el seu encanteri, com tots els altres, i ja no podia fer res.

Miolar, això si. Miolar com feien els altres demanant-li la fi del nostre malson.
La resta... la resta ja no importava.



“Nou de nous”
Sant Jordi 1988.
IES La Salzereda







Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

martes, 2 de enero de 2007

Tasqueta J.J

Pequeño, alejado y de mal aparcar, sombrío y mal ventilado, la Tasqueta es uno de esos garitos a los que las parientas no gustan de ir y eso, en ocasiones, no está del todo mal.

¿Que por qué vamos allí?... sin lugar a dudas, por Juan el dueño de la Tasqueta. El mejor barman que yo haya conocido nunca. Siempre cordial, siempre amable. Juan recuerda tu nombre aunque haga más de seis meses que no te ve, simpático y de conversación fácil que prodiga lo justo y necesario, siempre que el curro se lo permite, pero sin llegar a hacerse pesado.

Y es que Juan tiene talento para estar detrás de la barra, un talento innato. Maneja los tiempos con facilidad, nunca se equivoca ni se atavala aunque el garito esté a rebosar. No deja nunca una ronda sin poner y mucho menos una tapa. Más bien al contrario, Juan maneja el arte del tapeo con una maestría digna de presenciar y que a mí, veterano como soy del arte de quintear, no deja de asombrarme.

En la barra de la Tasqueta SIEMPRE hay algo para picar, no falta el jamón de mono y las patatas fritas "a granel" y casi antes de poner el quinto ya está Juan con sus tapas. Las alitas de pollo son su especialidad, también gusta de ofrecer medio huevo duro con pimienta que con un quinto en la mano entra como dios. Se prodigan las tapas de morro, banderillas y más de cuando en cuando oreja de cerdo o pescaitos y si llevas los quintos suficientes, que no son pocos, hasta jamón. Pero no es su oferta de tapas lo que más llama mi atención, sino la impresionante maestría con la que Juan maneja los "tempos".

En los primeros lances, los más rápidos, cuando uno llega seco y los quintos entran bien, Juan pone la tapa antes que el quinto, para que no falte nunca. Cuando ya llevas unas rondas y el ritmo se relaja es cuando aparece la "tapa del quinto perdido", una segunda tapa que Juan pone en una ronda y que te rompe todos los esquemas. A partir de este momento tú ya no controlas el ritmo del quinteo, lo has perdido y sabes a ciencia cierta que nunca más lo vas a recuperar, estás a su merced. A partir de ese punto crítico pierdes el control, Juan tiene la baraja en la mano y reparte a su gusto. Y es que ya no existe el sagrado binomio quinto-tapa, se ha roto, a partir de ese momento tú pides un quinto para poder acabarte la "tapa del quinto perdido", y cuando acabas con la tapa, y casi con tu quinto, es cuando Juan te "encaja" otra tapa, la que en teoría corresponde al quinto que llevas en la mano y que ya te has bebido.

Con la tapa en la barra y sin líquido en el botellín, no te queda más remedio que pedir otra ronda y ya eres otra víctima más de Juan. Que repite y repite su mano hasta que no puedes más y no te queda más remedio que decir "Juan por favor, no pongas más, que se va a quedar ahí..."

Y es que está muy feo que un pitxorra renuncie a una tapa, y Juan lo sabe bien. Son de esas leyes no escritas que todos los feligreses conocemos bien, una tapa es un regalo que te hace el dueño y los regalos no se desprecian.




Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Punto de Encuentro

El Antonio es un tipo agrio, antipático; duro de carácter y duro de oído.

No sé como hemos acabado aquí, pero desde el cierre del bar Área los pitxorras deambulan sin hogar; reparten sus quedadas entre el bar Manolo, el Granada y últimamente, el Punto de encuentro.

Como bar no está mal, es mucho más amplio que el Área y está muy bien situado, es casi céntrico. Tiene el plus, fundamental para las quedadas futboleras, una buena tele y cuatro mesitas que ocupan las parientas aquellos días que consienten en acompañarnos a ver el partido. Pero todo eso apenas compensa el tener que aguantar al Antonio.

Como ya he dicho el tipo es seco, con una voz de cazalla que se entromete en mitad de las conversaciones sin previa invitación, de ideas fachosas (un poco racista, por decirlo suavemente) y por si fuera poco "merengón". Pero son sus ideas y como el mismo se encarga de recordar a la parroquia de vez en cuando, es su casa, así que si te gusta bien y si no ya sabes donde está la puerta.

El Antonio es además durillo de oído, creo que no oye bien por el lado derecho, de manera que cuando le dices alguna cosa y pasa de ti, nunca sabes si es que realmente no te ha oído o es que no te ha querido oír. De cualquier manera intento reducir la conversación a los mínimos exigibles por la transacción comercial que nos ocupa:
"Antonio, pon otra ronda" y poco más. Yo no comulgo con sus ideas y él lo sabe...

Pero no todo el personal del Punto es el Antonio, de ser así seguramente no habríamos vuelto el primer día que oímos una de sus sentencias. Pero volvemos y lo hacemos probablemente por sus tapas: rabas, patatas asadas, oreja... y los sábados cazuelitas de migas y de cocido: ¡IMPRESIONANTE!

La señora Virtudes no tiene rival en los fogones y eso compensa. El Antonio, que no es tonto, lo sabe bien y entre ronda y ronda va dejando caer en la barra los esperados platitos con regularidad. El Antonio no es simpático, pero conoce bien su oficio, eso no se le puede negar.


Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Bar Luis

El Luis ponía dos tapas que alternaba con rigurosidad binaria: riñones y carne con tomate, riñones y carne con tomate... aunque lo cierto es que carne en aquellos blancos y ovalados platitos se podía encontrar poca, era mas bien de un revoltillo de todo tipo de despojos de matarife: tripas, sesaillas, riñones y cualquier resto de matadero que la parienta hubiese tenido a bien comprar la semana anterior; pero como solíamos decir con honda resignación: "el tomate lo tapa todo" y es bien cierto. Aquellos días en los que la parienta no había podido cumplir con su ritual visita al matarife, el Luis nos agasajaba con su reserva de "jamón de mono".

Estaba claro que no subíamos al Luis para degustar sus delicatessen, ni por la simpatía que irradiaba el colega, pero al margen de lo exiguo de su carta de tapas, en el Luis había todo lo necesario para pasar una buena mañana de sábado: básicamente había quintos (muchos), cinco o seis mesas con sus respectivos tapetes verdes, barajas para jugar al remigio y poco más, pero por aquellos entonces eso era todo lo que necesitábamos.

En el Luis también moraba el Juanma. A sus escasos 15 años el chaval tenía ya más tablas detrás de la barra que muchos de los camareros con los que me he tropezado después durante mis años de ulteriores correrías.

Además de Juanma, el Luis y la parroquia de habituales del tugurio, en el Luis quedábamos en la mayoría de ocasiones el Danielo, el Tomás, el Manolet y un servidor. No es que fuésemos demasiados ni tampoco éramos pocos, éramos sencillamente los justos: un remigio de tres se hace aburrido, de dos es impensable y de más de cuatro... complicado, sobre todo a partir del tercer plato de mixtura con tomate.

Cuando el Luis tenia uno de aquellos días en los que le daba por ponerse simpático, se empeñaba en enseñarnos un truco que hacia desde la barra con una moneda y unos vasos de tubo. Creo recordar que la moneda acababa desapareciendo, o cambiando de vaso, no conservo nítido el recuerdo y es que el Luis siempre se esperaba a última hora, cuando la concurrencia andaba ya escasa de luces de forma que no pudiera pillarle la treta al muy cabrón.

El Luis cerró, el Juanma deambula ahora por ahí vendiendo pisos y a nosotros, pobres exiliados, no nos quedó más remedio que vagar buscando otros garitos donde cobijarnos, pero esa es otra historia y tendrá su lugar en otra ocasión. Lo cierto es que desde entonces las mañanas de los sábados no han sido lo mismo y aún ahora, cuando alguna vez tropiezo con una baraja de remigio en las manos, hay veces que me sorprendo a mí mismo mirando atrás esperando a que llegue la tapa de carne con tomate.




Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Madrid87

I. Del viaje

Discurría el año del señor de mil novecientos y ochenta y siete cuando una caterva de embarullados pitxorras concebía su particular asalto a la capital del reyno, disimulado este bajo la proclama de “viaje de estudios” aunque fuese pintada la ocasión para cualesquier otro menester salvo el propio del estudio.

Aquella debía de ser para los más de aquellos bisoños y aún barbilampiños zagales la primera de sus corredurías a más de un ciento de leguas de distancia del coño de sus madres, pero esa circunstancia no hacia menguar un ápice su ilusión por la contienda sino más bien todo lo contrario, pues azuzaba su deseo por ver mundo más allá de los confines de su Santa Coloma natal.

Era villa esta por aquel entonces muy temida más allá de las lindes que el río Besós dibuja, pues a ella se referían siempre como “la sin ley” los lugareños de la vecina ciudad condal. De inmerecida fama colmaban sus alforjas los mozalbetes mas no de otro acervo salvo de su ilusión, así que hubieron de empeñar los más de sus menos bienes con tal de recabar los maravedíes necesarios para acometer la tan anhelada empresa.

Apalabraron para la ocasión los servicios de un carretero con catanga propia que facia pasar las veces por carromato, aunque muy a su pesar y también al de ellos, no pasase aquel artefacto de cochambrosa tartana.

En tal embarcaron estos con dirección a la corte una fría mañana del duodécimo, bien de madrugada.

Pero si mala era la carreta peor era el carretero: malcarado y fideputa en los mejores de sus días, además de muy trasnochado ya, era este de aquellos fulanos que a fuerza de hacer el camino aprenden a esquivar los baches, mas no a caminar derecho. Alguna zapatiesta se terció con el malnacido y aún podría haber pasado a mayores de no ser por la certeza que estos tenían que, de producirse el ajetreo, su periplo habría acabado aún antes siquiera de comenzar. De esa forma aguantando carrete, carreta y carretero, arribaron a una venta que se hallaba, menos que más, hacia la mitad del camino y que era de visita obligada a cualesquiera que por aquella vía transitase. En ella pararon los viajeros con el ánimo alterado y con la esperanza de apaciguarlo a base de una buena ingesta de cerveza, que como es bien sabido, todo mal cura.

Acaecióles a nuestros pitxorras al arribar al mencionado mesón el sucedido que a continuación se describe.

Los viajeros entran en la posada y tal es la conferencia que en esta se mantiene:

Viajeros: Posadero.
(Nada)
Viajeros: ¡¡Posadero!! (en buena voz)
Mozo: ¡Vengo!
Mozo (con sorna): ¿Qué mandan vuestras mercedes?
Viajeros: Quince medianas.
Mozo (sorprendido): Sean quince, pues.

El mozo desaparece, los rapaces siguen con su cháchara mientras esperan.
...y esperan ... y desesperan.

Viajeros (entre ellos mesmos): ¿Cuanto pueden tardar unas cervezas? ¿donde habrá ido a buscarlas el mozo? ¡Mozo! ¡Mozo!

Mozo: Ya va, ya va.

Pero el mozo no aparece. Al cabo vuelven a insistir: ¡Mozo! ¡¡Mozo!! a viva voz reclaman.

Y vete aquí que después de la larga espera ven los viajeros aparecer al mozo de la venta trayendo unos humeantes tazones...

Llegan los primeros de estos tazones a la mesa y los viajeros se aperciben que no es cerveza lo que los colma, sino cocido de achicoria o algo semejante...

Indignados por tal rechifla se dirigen al mozo de esta forma:

Viajeros: ¿Que es esto que nos traes, mozo?
Mozo: Sus cafés señores. Disculpen la tardanza, pero quince son muchos cafes, si ustedes me entienden.
Viajeros: ¿Entender? eres tú quien parece no entender, mozo. Media hora hace ya que pedimos nuestras cervezas ¿y ahora nos vienes con estas?
Mozo (confundido): Miren sus mercedes que creo que se equivocan, quince cafés me pidieron y media hora llevo al fogón preparándolos, pues es pequeña la olla que para hervirlo usamos y he tenido que preparar tres tandas; tal ha sido el motivo de mi tardanza.
Viajeros: Mira mozo, que si esto es mofa tiene bien poca gracia. Cansados venimos del largo camino recorrido en esa tartana que ves ahí afuera y no traemos el cuerpo para guasas, así que haz el favor de servir nuestras cervezas y olvidaremos tu tardanza.
Mozo: Perdonen sus señorías pero no pidieron cerveza, sino café... y café les traje. Ahora no puedo llevármelo porque sino el amo querrá descontarlo de mi jornal y no estoy dispuesto a ello.
Viajeros (enojados): Haz venir a tu amo pues, que nosotros hablaremos con él.


El mozo se retira y vuelve con el posadero.

Posadero: ¿Qué desean los señores?
Viajeros: Cervezas... quince.
Posadero: El mozo me dice que pidieron ustedes café, quince para ser exactos.
Viajeros: Mire usted maese posadero, que no son infusiones lo que le hemos demandado con tanto apremio sino cervezas.
Mozo: Medianas me pidieron sus mercedes, y medianas son estas que traje.
Viajeros: Métaseuted ese agua caliente por donde le quepa, señor mozo. (Pues aún mozalbetes los pitxorras eran ya medio bachilleres y tenían un cierto manejo de la lengua del reyno).
Posadero: Por favor, haya paz señores.
Viajeros: Más de media hora hace que dura esta calaberada y empieza ya a oler a chanza...
Posadero: Discúlpenme ustedes pero no alcanzo a entender su problema. Pidieron medianas y medianas les ha servido el mozo. Si ahora quieren ustedes cambiar de parecer...
Viajeros: No hemos cambiado de parecer maese posadero, queríamos cervezas y cerveza queremos, medianas para ser exactos y no este calducho humeante que nos ha traído el mozo.
Posadero (pensativo): Disculpen sus mercedes la pregunta pero ¿de donde vienen?
Viajeros: ¿Y eso que mas da?
Posadero: Da señores, da. Creo comprender lo que aquí ha sucedido y tiene que ver con su procedencia.
Viajeros: De la buena villa de Santa Coloma venimos maese posadero, del condado de Barcelona, mas nada tiene eso que ver con el tema que ahora nos acontece.
Posadero: Tiene señores tiene y yo gustoso se lo explicaré si ustedes me lo concenden.
Viajeros: Venga pues esa explicación, a ver si aclara este girigay.
Posadero: Adivino que no son ustedes de estas tierras ya que de ser así sabrían vuestras mercedes que por aquí cuando alguien quiere un café pide un medio o mediana como han hecho ustedes.
Viajeros: ¿Y que se pide por estas tierras cuando uno quiere una cerveza?
Posadero: A eso por aquí señores, se le llama un tercio...


Aclarada la confusión, el buen posadero puso a los viajeros sus cervezas y se guardó para sí los cafés. Los viajeros pagaron sus cervezas y recuperando sus buenas maneras pidieron disculpas al posadero y al mozo por la confusión. Se despidieron y siguieron su camino...

...Y de esta forma aprendieron los muchachos que hay cosas que no se leen en los libros y que no hay manera de aprender si no es en el camino, como por ejemplo que
CON LAS LEGUAS HASTA LA LENGUA MISMA MUDA.



Dedicado a Dani, por los días que fueron.

by Andrés




Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.