jueves, 8 de septiembre de 2011

La Alpujarra

Veranear en la Alpujarra es como realizar un viaje espacio-temporal. Viajas en el espacio porque a medida que asciendes respecto al nivel del mar vas notando como el peso de la gravedad se distorsiona. Cuando llevas allí un par de días tienes la sensación de que vas flotando, como un hippy de acampada en una plantación de maría. La Alpujarra es vertical. Allí lo único que está en plano es la barra del bar. Así que, con estas premisas ya podemos ir componiendo un patrón de alpujarreño: el Gran Lebowsky con los gemelos de Conan.

Y viajas en el tiempo porque a medida que vas callejeando por los estrechos recovecos de los pueblos blanquecinos involucionas hacia los años 70. Las bicis siguen siendo las BH que utilizaban Pancho y Desi. Los transeúntes van ataviados con prendas de películas de la época del destape (que vienen las suecassssss!!!). Lo único que te hace volver al siglo XXI son los carteles (generalmente tallados en madera) que anuncian que el establecimiento dispone de WIFI. Eso sí, no trates de buscar un ordenador en 50 millas a la redonda, es un tiempo perdido que perfectamente se puede invertir echando cañas.

Pero lo mejor de la Alpujarra no es ni una cosa ni la otra. Lo mejor es esa característica tan especial que tienen los alpujarreños de vivir a su ritmo. Que hacen que cualquiera a su lado pueda salir en la portada de la revista Emprendedores. Ahí es cuando te planteas que has vivido engañado durante muchos años, concretamente desde tiempos inmemoriales en los que te han colgado las etiquetas de “pachorra”, “perro”, “vago”, “dejadillo”, “ganso”, “holgazán”, “gandul” o cualquiera que se les parezca. Y es que los alpujarreños están a otro nivel, juegan en otra liga. Ellos no son pachorras, simplemente viven a menos revoluciones. Es como cuando tu walkman aiwa se quedaba sin pilas “queeosspongoochaaavaleee…” “deequéeequereilatapillaa”.

Interior de un supermercado. Día laborable en pleno mes de agosto. 19 horas aproximadamente. Me planto delante del dueño del súper y le lanzo la siguiente cuestión: “¿tienen hielo?”. Como pregunta lo tiene todo. Corta, precisa, directa y además con buena entonación. Seis segundos después (al ritmo alpujarreño pueden resultar eternos), las neuronas del señor, que hasta el momento estaban a gusto echando la siesta, deciden trasmitirle la consigna al cerebro. Es entonces cuando se produce una reacción en cadena que genera sendos movimientos acústicos y sensoriales, hasta que el hombre atina a balbucear: “mhanfalladounosproveedoreeee”. Noto como mis neuronas, que están en chanclas y bermudas, se ponen tensas al procesar la respuesta. “Warning, warning, nos han pillado en servicios mínimos, a ver cómo salimos de ésta”. En mi cerebro se decide abrir un concurso de neuronas para elegir la mejor réplica, pero queda descartado por falta de participación (consecuencias de la Alpujarra). Así que elijo la que primero me pasado por la cabeza, que dicen que es la que cuenta: “¿Pero tienen o no?”. Mi reiteración en la pregunta inicial genera un cierto estado de nerviosismo en mi interlocutor. Me mira fijamente a los ojos como diciendo “lástiima que yaaa teneeemoooo uuuun tonnnonto del puebloooo poooorque encajabaaasss a la perfessióooon”; pero eso, lamentablemente, no lo puede decir en alto. Sabedor de que no abandonaré el local hasta que obtenga una respuesta, continúa con el duelo de miradas y opta por buscar una salida digna. Coge el teléfono móvil que lleva ceñido al cinturón y procede a marcar alguna tecla. “A veeer cóoomo se llamaaaba éssste, ah sí, Antoooonio, por la Aaaa”. Yo que permanezco pétreo, pongo cara de “suerte has tenido que es la “A” porque si se llega a llamar Francisco antes de encontrar la “F” ya te hubieses cansado”. El hombre pulsa la tecla verde y se retira dos pasos, lo suficiente para marcar distancias y dejarme escuchar la conversación. “Antonioooooo! ¿no ibass a traeeee hieelooo?” (permanece en silencio otros seis eternos segundos procesando la respuesta). “Ahhh! Mañaaaana. Es que tengooo aquí a un cliennnte”. Y en ese momento me mira con una pseudosonrisa. Estoy seguro que ha estado a punto de hacerme un guiño con el ojo, pero supondría quemar demasiada energía. Atónito total, le miro, y caigo en la cuenta de que el tal Antonio, proveedor de hielo, fijo que está pensando en las ganas de tocar los güevos que tiene el tal cliente, con lo a gusto que está el hombre echando cañas, que esta tarde iba a hacer el reparto pero se ha encontrado con Miguel “el acelerao” (este apodo se lo pusieron porque aún va más lento de lo que en la Alpujarra se considera normal) y se han sentado en una terracita a rememorar viejas batallas porque no se veían desde la hora del vermú. En fin, que allí permanezco, casi petrificado, haciendo gestos con la mirada al señor dueño del súper, tratando de transmitirle que por mí no es necesario que le joda la tarde al tal Antonio, que los gintonics que tenía planificados para la noche pueden esperar, que eso que se lleva el hígado, una noche de tregua en una semana lúdico-festiva-etílica-vacacional. A todo esto, el dueño decide recorrer el pasillo, aunque no estoy seguro de si continúa con la conversación o simplemente se está escaqueando. Para evitar tensionar más la cuerda, decido marcharme, no sin antes preguntarle a la cajera (esposa del empleado/jefe) que “si tienen hielo”. La esposa, que tiene las antenas más largas que una amantis religiosa y se ha quedado con toda la conversación, me mira con cara de malas pulgas y contesta “ prueba en el bar”. Moraleja: todo gira en torno a los bares.

Continuemos con la descripción de la Alpujarra y sus habitantes. Que vayan a su ritmo no significa ni mucho menos que sean lelos. Para ejemplo un botón. En la tetería del pueblo, el único té que estaba agotado era el de cannabis. Que así no me extraña que vayan con ese buen rollo todo el día. Que comienzas la mañana desayunando un bocata de jamón de Trevélez con una copilla de vino, empalmas con el vermú, te lías a echar cañas hasta que te percatas que se te ha pasado la hora de la comida, te pides unas tapas con unos chatos de vino y para acabar tarta de Whisky, un carajillo, copazo y un rosly; que cuando atinas a llegar a casa te haces un té de cannabis para caer redondo en la cama. No me extraña que no perdonen la siesta.
Pero hay más ejemplos. No sólo los alpujarreños están parametrizados así. A los animales también se les ha contagiado. Que estábamos un mediodía echando cañas tan a gusto y de repente oímos cacarear al gallo. A las cuatro de la tarde canta el gallo!!!!!!!! Vale que en el pueblo están de Fiestas, pero me parece un poco desproporcionado. Que a las cuatro de la tarde ya hace diez minutos que se ha despertado Paquirrín. Que parece que hayas cerrado todo los chiringuitos del pueblo y luego te hayas ido a algún after a Granada. Ya veo al gallo, colega de Guti, con sus fulas y con su camiseta de tirantes “Subidón en Lanjarón”.

Y hablando de fiestas vamos con otra anécdota. Regresábamos de Granada una tarde de estas frescas (el termómetro marcaba 47 grados) cuando de repente vimos una serie de coches parados en mitad de la carretera. Al bajar a comprobar de qué se trataba vimos un coche (BMW 320 para más señas), volcado en mitad de la carretera. El conductor estaba siendo atendido por una señora que le abanicaba y le daba sorbos de agua. Nos acercamos y, como haría cualquier ciudadano americano que sabe de primeros auxilios dijimos: “póngales los pies en alto”, a lo que el conductor rápidamente contestó “no, que me he roto el pie al saltar por la ventanilla”. (Abramos aquí un paréntesis porque el tema lo merece. A ver una cosa, tú vas circulando con tu BMW, el de te gusta conducir, por no sé qué razón el coche vuelca quedándose en vertical sobre las puertas del copiloto y tienes la gran fortuna de salir ileso. ¡Y cuando saltas del coche te rompes el pié!!!! Tío, la Wikipedia se está rebanando la sesera para buscarte una definición. Fin de paréntesis). Cuando nos acercamos al conductor nos viene un bufido aromático que indicaba que, o bien se ha echado un frasco entero de Brummel caducada, o bien se trataba de un faquir que ensayaba lo de echar fuego por la boca, o bien venía de las fiestas del pueblo de al lado con más cañas encima que en un especial de Jara y Sedal. La cuestión es que allí no dejaba de venir gente y la fila de coches cada vez era mayor. Cada cual decía la suya, y el 99% estábamos de acuerdo en que el personaje en cuestión venía tajao. El 1% restante era una monja que dio credibilidad a la versión del conductor, que podría titularse “POR CULPA DE LA CHINITA”. Y es que esta versión no tiene desperdicio. Resulta que el muchacho iba conduciendo tan plácidamente cuando topó con una chinita que le hizo volcar. Se tercia aquí otro paréntesis (a ver muchacho, ¿me quieres decir que una chinita ha provocado que salgas volando como los coches que perseguían al Equipo A? ¿Una chinita? Pero vamos a ver una cosa, ¿cuándo dices una chinita te estás refiriendo a una porción apenas perceptible de granito? ¿es eso? Porque si es eso permíteme que lo ponga en duda. Aunque quizás… Claro, ahora encaja todo… Tú venías con tu flamante BMW, con la mano por fuera de la ventanilla emulando al anuncio, y de repente se te ha cruzado una niña ojos rasgados morena con coletas, que iba con un par de bolsas y te ha dicho “aloz, celdo aglidulce, licol de lagalto”… Suerte que has tenido un finalfelí.
En resumen, que este año voy a invertir en primitivas y euromillones. Que como pille un bote me compro un cortijo (que no requiera muchos proveedores…). ¡Y que me despierte el gallo!.

Dedicado al tito Barbas y Mª José, por un verano cañero

sábado, 16 de abril de 2011

34 primaveras

Una más y van 34. En lugar de cumplir años cuento primaveras. Será por mi visión de la vida que tanto gustaba a mi profesora de Literatura. “Eres un romántico” me decía cada vez que nos cruzábamos por los pasillos del instituto.

34 primaveras e innumerables recuerdos. Cuando era un renacuajo y acompañaba a mi padre a buscar a mi madre al metro. Su rostro cansado se convertía en sonrisa al vernos y nos besaba con la ilusión de tener a un ser querido esperando su llegada.

34 primaveras y un sinfín de anécdotas. Como aquella vez que una desconocida me cerró el libro y se puso a charlar conmigo como si fuésemos íntimos. “Yo he visto la peli” comentaba haciendo referencia a la portada del libro. Y yo, atónito, no supe estar a la altura. Lejos de mantener una amigable conversación contaba las estaciones que aún quedaban para alcanzar mi destino. La comunicación es lo que nos distingue de los animales y en lugar de utilizarla preferimos ser antisociales.

34 primaveras y toda una vida por delante. Viajar, educar, crecer, reír, escuchar, llorar, brindar, abrazarse y seguir enamorado de la mujer con la que comparto mi vida. Como una planta que busca la luz del Sol con la llegada de la primavera, así es el ciclo vital, y así debemos enfocarlo. Cada cual tiene en su Sol el objetivo que se proponga alcanzar.

34 primaveras y aún veo a mi abuelo, cuando me contaba sus historias en blanco y negro. Me hablaba de la primera vez que vino a Barcelona, de aquellos trenes de madera que cruzaban el Levante en jornadas interminables. De cuan diferente era esta ciudad de su aldea de origen. Y grabadas me quedaron sus palabras, que eran lecciones de sabiduría “mi generación lo pasó muy mal para acabar viviendo bien. La tuya ha comenzado viviendo bien y si no hacéis nada acabaréis pasándolo mal”. Esa es la filosofía que me impregnó y que trato de seguir en mi día a día. Al fin y al cabo se trata de que entre todos hagamos de esta vida un mundo mejor, donde todos tengamos cabida, como una orquesta donde cada músico desempeña su papel.

34 primaveras y ya despuntan las generaciones venideras. Son el futuro y algún día serán ellos quienes nos cuiden a nosotros. Responsabilidad de todos es inculcarles unos valores que les ayuden a ser buenas personas. Compartir con los demás. Convivir. Y disfrutar. Al fin y al cabo, eso es el ciclo vital.


Publicado en http://relatscurts.tmb.cat/ca/relat/lliure/4269

martes, 8 de marzo de 2011

Cazador cazado (un título muy original)

Llevábamos ya cuatro días en aquella recóndita playa, alimentándonos únicamente a base de cocos que encontrábamos en el suelo y de agua que íbamos a buscar a un riachuelo que corría unos cientos de metros tierra adentro. Nos resistíamos a renunciar a aquella playa. Desde ella podía divisarse aún parte de la cola de la avioneta que había quedado semihundida con el morro clavado en los arrecifes donde debían estar también los cuerpos del piloto y del quinto pasajero, el novio de Marta, que fallecieron en el violento amerizaje.

En nuestra última visita al aparato habíamos rescatado una vieja emisora portátil de la cabina, por suerte, los cuerpos no estaban ya allí. El artilugio no funcionaba y no sé si la habría hecho antes del choque, lo mismo era solo una vieja reliquia que el piloto había conservado allí como recuerdo. Al sacarla de su funda de cuero descubrí sus enormes baterías hinchadas. Sabía que no había nada que pudiera hacer para arreglarla, pero nos resistíamos a deshacernos de ella, como si aquel cacharro representase nuestra última posibilidad de comunicarnos con el exterior.

Pero ahora, nuestra situación era crítica y tenía que tomar una decisión si quería que al menos algunos de nosotros quedase con vida para cuando llegase el ansiado rescate. Acababa de amanecer, las tres mujeres seguían durmiendo en el raquítico refugio que habíamos logrado construir entrelazando unas pocas cañas con unas hojas grandes de una planta que crecía en abundancia por los alrededores. Era apenas un pequeño techo, algo provisional. Aquella noche me había abandonado el sueño desvelado por una idea. Tenía que abrir aquella radio y sabía que ellas no me dejarían hacerlo, pero aquella era nuestra única posibilidad, así que recogí la vieja emisora y me alejé del chamizo con ella.

Me fui detrás de unas rocas que quedaban a la parte sur de la playa en busca de tranquilidad. Quizá pudiese hacer allí lo que había pensado: destripar aquella radio para sacar de sus entrañas algunas viejas bobinas de las que utilizaba para modular sus emisiones y volver a montarla sin que se notase. Cogí la pequeña navaja que siempre me acompañaba y logré sacar los tornillos de la tapa que cubría la trasera de la emisora, con más esfuerzo del esperado, pues a causa del tiempo y del herrumbre del agua, estaban muy oxidados. Busqué en la parte posterior de la placa del circuito y localicé enseguida las bobinas, sabía que cada una de ellas podía estar formada hasta por unos metros de alambre, era una suerte que fuese tan antigua, en los modelos modernos se habían sustituido desde hacía mucho tiempo las bobinas por diminutos transistores, que en aquellas circunstancias, no habrían valido para nada, pero aquel trozo de alambre quizá podría salvarnos la vida. Arranqué tres bobinas, las que me pareció que estaban hechas de un hilo más grueso, volví a cerrar la tapa y devolví la emisora a su sitio con sigilo. Al acercarme a la cabaña oí sus respiraciones, nadie se había despertado, podía seguir trabajando en mi plan, y si tenía éxito quizá me perdonasen aquella fechoría. Volví a mi refugio entre las rocas y empecé a trabajar con la primera de las bobinas. Deslié el filamento cuidadosamente y obtuve algo más de medio metro de resistente alambre, tenía que servir. Al terminar con las tres bobinas obtuve material suficiente para fabricar media docena de lazos. Me adentré con ellos en dirección al riachuelo donde había visto dos días antes merodear aquella especie de marmota. Coloqué los lazos donde me pareció que podían ser mas efectivos y volví a la playa. Solo quedaba esperar y rezar.

Visitaba mis trampas tres veces al día sin obtener resultado alguno. Habíamos añadido a nuestra precaria dieta los tubérculos de una planta cuya hoja recordaba a la patata, eran grandes y de sabor dulzón, y aunque su carne era áspera y dura, nos mantenían en pie. Nuestros intentos de pescar habían sido del todo infructuosos, pero la cría, Aurora, había encontrado entre las rocas de la playa un especie de cangrejo y unas pequeñas lapas que hervíamos usando la cáscara de los cocos a modo de cuenco y que también formaban ahora parte de nuestro raquítico menú.

Cada mañana, tras ingerir nuestra ración de coco, intentábamos poner en marcha la vieja emisora, encendiéndola y haciendo girar sus ahora estériles ruletas sintonizadoras, como siguiendo un inútil ritual creado con la única finalidad de mantener alimentadas nuestras exiguas esperanzas. Terminado, como siempre, sin ningún éxito el ritual, cogía mi rústica lanza y me acercaba al río con la excusa de intentar cazar alguna presa. Me alejaba del hogar haciendo oídos sordos a los irónicos saludos que me dedicaban a mis espaldas las mujeres.

Pero aquella mañana algo cambió. Al acercarme a la zona donde estaban mis trampas vi una cosa moverse en el lazo que había colocado más cercano al agua, entre la vegetación que rodeaba la ribera del riachuelo. Al verme llegar, el roedor que había quedado atrapado en el lazo por una de sus patas traseras, comenzó a batirse desesperadamente, revolviéndose y girando sobre la pata atrapada, con tal violencia que temí por el aguante del lazo. Salté hacia él, sujete el alambre pisándolo con el pie y le ensarté mi lanza. Solté el cuerpo inerte del animal de la trampa y volví a recomponerla lo mejor que pude. Se trataba de sin duda de alguna clase de roedor, algo más grande que un conejo, de una especie que recordaba haber visto alguna vez en una visita al zoo de la ciudad y de la que no recordaba su nombre. Pero no me importaba, ahora era mi presa. Apoyé la pica con el animal ensartado en ella sobre mi hombro, y emprendí mi triunfal desfile hacia el campamento.

Después del banquete nos bañamos todos en la playa. Yo jugaba en el agua con Aurora a sus estúpidos juegos adolescentes, nos perseguimos y salpicamos hasta quedar rendidos, y nos fuimos luego a tumbar sobre la arena. Encender el fuego y preparar nuestro festín nos había llevado buena parte de la mañana, ahora era más de mediodía, cansado y satisfecho me dirigí a la choza comunal a echar mi siesta diaria a salvo de los rayos solares, mientras que las tres mujeres se quedaban charlando en la playa como queriendo mejorar su obligado bronceado, lo suficientemente alejadas de la cabaña como para que sus voces no importunasen mi merecida siesta.

Pero esta vez algo cambió, cuando estuve tendido en la arena sentí que alguien más entraba bajo aquellas cañas y se tendía a mi lado. Sin mediar palabra, María, la madre de Aurora, se recostó a mi espalda y metió su mano ardiente bajo mi pantalón. "Aléjate de mi niña" fueron sus únicas palabras vertidas suavemente a mi oído, me di la vuelta hacia ella, pero hizo un leve gesto de silencio llevando el dedo índice a sus labios e inmediatamente después me besó. Llevé mis manos a sus grandes pechos maternales, María era mayor que yo, pero conservaba el buen cuerpo de una divorciada que aún se cuidaba, iba regularmente al gimnasio y se preocupaba por "mantener la linea"... y aquellas egregias tetas suyas hacían el resto. Monté sobre ella con la vehemencia que proporciona el deseo largamente contenido, un deseo que no había estado nunca dirigido hacia ella, pero aquello, en aquel preciso instante, no importaba demasiado. La poseí frenéticamente. El encuentro fue breve, sus tetas frotándose contra mi pecho y su pubis ardiente recibiéndome acompasadamente era mucho mas de lo que yo podía resistir. Ella apenas había dejado escapar unos pocos gemidos reprimidos. Al terminar volvió a besarme, se arregló la ropa y salió de nuevo a la playa, yo caí vencido por el sueño y por el agradable cansancio de aquella mañana.

Al despertar me bañé y me dirigí hacia el apartado rincón donde había dejado a las mujeres. Las encontré en silencio, algo del todo inusual, con el semblante serio y una actitud distante. Ninguna respondió a mi saludo ni siquiera la maternal María, como si aquello que acababa de ocurrir hacia solo unas pocas horas hubiese sido solo fruto de mi imaginación. Les dije que me dirigiría al río a buscar un poco de agua, la carne quemada de aquel roedor había dejado reseca mi garganta. Para mi sorpresa, Marta se ofreció a acompañarme.

Llegamos en silencio al río y subimos un poco hasta pasar el primer recodo, donde el agua daba un pequeño salto en el que llenábamos nuestras botellas. Esperaba la bronca de Marta. Aún con todo el cuidado que había tenido María, sabía que habían podido oírnos, y probablemente aquello le había dolido, a pesar del distanciamiento que Marta había mantenido conmigo desde el accidente, como queríendome culpar por haber permitido a su novio ocupar la plaza delantera de la avioneta que había sido mi sitio. Yo no tenía la culpa, él me lo había pedido, había insistido, yo solo intentaba ser amable, no era justo que me culpase a mí de su muerte.

Yo nunca me había fijado en María, desde que habíamos llegado a aquella playa mis miradas siempre habían recaído en Marta, solo un poco más joven que yo, de cuerpo escultural, era imposible para mí no quedarme mirándola cuando salía del agua con la ropa de baño empapada. Yo intentaba fijar mi vista en cualquier otro lado, pero todos mis esfuerzos eran inútiles, no podía evitarlo y ella lo sabía, tenía que haberlo notado, estaba seguro. Ahora de repente todo había cambiado. María me había echo una ofrenda que yo no había podido rechazar, y yo no sabía como podía reaccionar conmigo Marta. Esperaba una bronca, una amonestación, no sé.

Lo que no había esperado de ninguna manera era aquella mirada felina clavada en mi al volverme para mirarla fijamente. Yo permanecía expectante, sin permitirme ni siquiera pestañear. Marta de pie se sacó la camiseta dejando sus turgentes senos al descubierto. "Ven aquí", fueron sus únicas palabras. Tendí mi mano hacia ella y me arrastró suavemente hasta el suelo. Nos desnudamos completamente y besé extasiado todo su cuerpo. "¿Por qué?" me preguntaba, "¿Por qué ahora?". Pero aquello no tenía importancia. Solo aquel cuerpo largamente deseado importaba, ahora lo tenía entre mis manos y no había nada más. Al contrario de lo ocurrido a mi anterior encuentro, Marta no se tomó ninguna molestia en silenciar sus gemidos mientras yo lamía ávidamente su pubis, sino que parecía más bien exagerarlos, como queriendo hacer saber a toda la isla de nuestra cópula. "Eso era", pensé. "Soy su trofeo y quiere hacérselo saber a María. Ahora lo entiendo". Incitado por sus quejidos, la penetré con violencia, y acompañé sus gritos con los mios dejándome llevar sin pudor alguno por el fragor del encuentro. Me dio la vuelta, pasó sobre mí y me montó. Sus pechos bailaban al compás frenético de sus caderas y yo concentraba toda mi voluntad en hacer frente a sus embestidas. Con nuestros cuerpos sudorosos por el combate, la vi llegar al climax. Se curvó sobre su espalda, quedando tensa como un arco para desplomarse acto seguido sobre mí. Pero su triunfo no había sido completo. Mi reciente encuentro con María me había proporcionado una resistencia que ella no esperaba encontrar. Convencida de conseguir su victoria, bajó su cabeza, besó mi pecho primero y continuó hasta llegar a mi miembro, que tomó entre sus manos y se llevó hasta lo más profundo de su garganta. Ni siquiera eso bastó. Cansada por el esfuerzo, Marta volvió a mi altura. Con mi miembro aún en su mano me dijo, "Estoy ovulando, no puedo dejar que te corras dentro". Yo la giré. Probé suerte fregándome vigorosamente contra su magníficas nalgas, esperaba su resistencia, pero no la encontré. Al contrario, asió mi berga y la dirigió a su culo, "Despacio" me dijo, y la penetré cuidadosamente, al principio. Ella mantenía su mano en mi pubis impidiéndome profundizar demasiado. Aquello me causaba una tremenda insatisfacción que no pude soportar por mucho tiempo. Incrementé mis embestidas exaltado por sus impúdicos gritos, aumenté el ritmo dejándome llevar por un frenesí desconocido, hasta que alcancé el orgasmo. Caí exultante y completamente rendido junto a su cuerpo jadeante.

jueves, 18 de febrero de 2010

¿Qué quiere tomar?

CHICO: ¿Qué quieres tomar?

CHICA: Me apetece un Martini.

CHICO: ¿Blanco o negro?

CHICA: Negro, por favor

El chico se dirige hacia el camarero.

CHICO: Matías, cuando puedas un Martini negro y un quinto. (Se gira dando por hecho que el camarero le ha escuchado y se dirige nuevamente hacia la chica) Bueno, pues aquí estamos.

CHICA: Aquí estamos (Repite ella, sonriente).

CHICO: ¿Quién nos lo iba a decir? (Entona en una mezcla de pregunta y exclamación)

CHICA: Quién nos lo iba a decir… (Vuelve a repetir ella)

CHICO: Venga, cuéntame, ¿cómo te va?

CHICA: ¿Cómo me va? ¡Uf! (Exclama) ¡Qué pregunta más compleja!

CHICO: Más que compleja, genérica diría yo…


CHICA: ¿Por dónde empiezo? Digamos que si tuviese que contestar con una respuesta genérica diría “no me quejo”.

CHICO: …Pero podrías estar mejor (Responde él con una entonación de seguridad).

CHICA: Bueno, creo que siempre se puede estar mejor, ¿no?

CHICO: Sí, supongo que sí (Responde el chico, que busca con la mirada al camarero).

CHICA: Pues eso.

El camarero aparece con la botella de Martini y una copa. Sirve el Martini con hielo, una rodaja de lima y una aceituna.

CHICO: Ostras Matías, cómo cuidas a las chicas guapas.

CAMARERO: Soy un profesional (Comenta el camarero sonriente. Mientras, abre el quinto y lo pone al lado del chico).

CHICO: ¿Por dónde íbamos?

CHICA: Hablábamos de cómo nos iba.

CHICO: Ah sí… conversación superficial.

CHICA: Ja, ja, ja (Se ríe ella). ¿Qué quieres decir con superficial?

CHICO: Ya sabes, ese tipo de conversaciones que no te llevan a ningún sitio. En las que no se profundiza. En el escalafón de conversaciones rancias se lleva la medalla de bronce.

CHICA: Vaya, ¿me estás llamando rancia? (Dice ella mostrando un enfado teatrero).

CHICO: No, ya sabes que no.

CHICA: ¿Y se puede saber cuáles son las conversaciones rancias que se llevan las medallas de oro y plata?

CHICO: La de plata es la típica de la máquina de café. Vas a sacarte un café por la mañana y topas con esa persona que solo conoces de vista, que no sabes ni en qué departamento está y no tienes ningún tema en común.

CHICA: Ja, ja, ja, y parece que el café no vaya a salir nunca. Sí, estoy de acuerdo. ¿Y la de oro?

CHICO: La de oro es la de ascensor. ¡Qué incomodidad más grande!

CHICA: Ah, pues a mí me gustan. Dicen mucho sobre cómo es la gente.

CHICO: A mí lo único que me dicen es si son limpios o sucios.

CHICA: ¿Y eso?

CHICO: Porque siempre miro a los pies. ¿Por qué la gente no presta atención a los zapatos? Es muy importante llevarlos limpios.

CHICA: ¡Ups!, pues mejor no mires los míos.

CHICO: Por lo general las mujeres suelen llevarlos limpios.

La conversación se interrumpe porque el camarero se acerca, le guiña un ojo a la chica y deja en la barra una bandejita de altramuces.

CHICA: Gracias (devolviéndole el guiño).

El camarero sonríe y se da la vuelta. La chica mira al chico, que en ese momento está con cara de extasiado mirando la bandeja.

CHICA: ¿Qué pasa?

CHICO: ¡Altramuces! Hacía siglos que no los probaba. Increíble. Me acaba de transportar veinte años atrás.

CHICA: Ja, ja, ja. Eres un exagerado.

CHICO: Que sí, por lo menos veinte años… (Suspira) ¿Dónde estábamos hace veinte años?

CHICA: Pues… a ver, déjame que cuente… yo diría que en el instituto.

CHICO: ¡Qué tiempos! Un brindis por aquellos maravillosos años (Chocando su quinto con la copa de martini).

CHICA: Los mejores (Con un tono de resignación).

CHICO: ¡Cómo me gustabas en el instituto! ¡Me tenías totalmente loco!

CHICA: Ja, ja, ja, vuelves a exagerar.

CHICO: Sabes que es verdad (Tratando de mirarle a los ojos, pero ella esquiva la mirada).

CHICA: ¿Y qué me dices de ti? ¿cómo te trata la vida? (Intentando retomar la conversación anterior).

CHICO: Sigo soltero, estoy más gordo, ligo menos de lo que me gustaría, me he aficionado al póker on-line, me han ascendido en el trabajo, pertenezco a ese 1% de seres extraños que no se han dado de alta en Facebook y como dato curioso te diré que a mi edad me sigue creciendo el pie.

CHICA: Ja, ja, ja. No cambias. Siempre con tus bromas (Le mira con una mezcla de ternura y admiración).

CHICO: Bueno, ¿para qué cambiar cuando se está bien?

CHICA: Me gusta tu filosofía de vida.

CHICO: Claro, claro… (Con un tono despreciativo).

CHICA: ¿Qué quiere decir ese “claro, claro”? (Pregunta ofendida).

CHICO: Nada, da igual.

CHICA: No da igual. Habla. Para eso hemos quedado.

CHICO: ¿Hemos quedado para hablar? Vaya, y yo que me había puesto muda limpia.

CHICA: Eres tonto (riendo).

CHICO: Lo sé. Olvidé comentarlo en mi descripción. Soy tonto. De hecho soy tan tonto que voy a seguir comiendo altramuces en lugar de proponerte matrimonio.

Sin atreverse a mirarle a los ojos, se gira hacia el camarero

CHICO: Matías, nos tienes secos.

martes, 13 de enero de 2009

Trinitat Vella

Que sí, que lo que yo te diga, hazme caso.
Yo creo que no es así.
Bueno, tú mismo, pero estoy seguro.
No puede ser que de la noche a la mañana te puedan echar a la calle sin darte una indemnización. Que sí, que eso es un despido improcedente. No te corresponde nada. Te vas y ya está.
Yo creo que en un despido improcedente te tienen que pagar algo, una indemnización.
Lo que yo te diga. Te vas sin nada. Te echan y te vas con una mano delante y otra detrás.
Pero te darán un finiquito o algo.
Que no. Si lo consideran como despido no te dan nada. Para darte el finiquito tiene que ser Recursos Humanos quien lo autorice.
Pues yo no tenía entendido eso. Me parece muy heavy que puedan hacer eso, despedirte cuando les dé la gana sin darte nada. No creo que sea así.
Y dale. Te digo que sí. Que mi hermano hizo un cursillo de derecho laboral de esos que monta Fomento y me lo comentó.
Yo creo que no puede ser. Pero bueno.
Ya te traeré el manual que le dieron, ya verás.
Vale.
Oye, ¿te has enterado de la nueva campaña esa de los autobuses?
¿Cuála?
Cuála Pascuala.
¿Qué campaña?
La de los ateos. Han colgado carteles publicitarios en algunos autobuses que dicen “Probablemente Dios no existe. Disfruta la vida”.
Guay.
¿Sólo guay?
Sí, ¿qué más quieres?
No sé, saber si estás de acuerdo o no.
¿De acuerdo en que pongan carteles o de acuerdo en lo que dicen?
En las dos cosas.
¿Quién paga los carteles?
Creo que recogían fondos.
¿Voluntariamente?
Hombre, sí, imagino que sí, no van a ir con pistolas por la calle apuntándote a la sien.
Entonces estoy de acuerdo. Yo suelo estar de acuerdo con todo lo que es voluntario.
Es una buena filosofía. ¿Y de la frase qué opinas?
¿Me la repites?
Creo que es algo así como “probablemente Dios no existe. Disfruta la vida”.
Pues también me parece bien.
¿Pero te parece bien porque no crees en Dios?
Me parece bien porque hay que disfrutar la vida.
Eso no responde a mi pregunta.
¿Si creo en Dios? Uf, es una de las preguntas del millón.
¿Hay más?
Sí, todas las que están relacionadas, ya sabes, ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿es cierta la teoría del big bang?
Y qué opinas.
¿Qué opino de qué?
Pues de todo. De Dios, del origen del Universo, de todo eso.
Son las 8 de la mañana.
¿Y qué?
Pues que no estoy yo para filosofar con temas trascendentales.
Bueno.
¿Bueno qué?
Que eres un rancio.
Rancio, ¿por qué?
Pues porque nunca te mojas en nada.
¿Qué quiere decir eso?
Que siempre te evades.
¿Me evado?
Sí. A la que hay un tema importante que tratar te vas por la tangente.
¿Por la tangente?
Sí.
¿Por qué dices eso?
Pues porque es cierto. No sueles contestar. O te vas por las ramas, o cambias de tema.
Uaaaaaaaaaah
O te pones a bostezar…
Perdona. Me ha recordado a un monólogo del Buenafuente que hablaba de bostezos. Decía que cuando no tienes mucha confianza con alguien quien estás hablando y te viene un bostezo se pasa muy mal. Tratas de ocultarlo, sin abrir la boca y empiezas a hacer muecas. Te cae una lagrimilla por el ojo…
¿Lo ves?
¿El qué, el cartel?
Ya lo has vuelto a hacer. Ya has cambiado de tema.
Es que me lo has recordado.
Que te den.
Vale. Pero que sean dos rubias.
Dos peces espada son los que te deberían dar.
No te mosquees.
No, si no me mosqueo. No vale la pena.
¿El qué?
Hablar contigo.
¿No vale la pena hablar conmigo?
No.
Venga hombre, tampoco es para tanto, ¿no?
Que lo dejes ya. Que parecemos una pareja de abuelos que no saben de qué hablar.
Se te va la pinza.
Vale.
Bueno.
Oye.
¿Qué?
En esta vida hay dos clases de personas.
Vale.
¿No me vas a preguntar cuáles son?
No.
Rancio.
Risueño.
Eso, sueño, sueño es lo que tengo.
Venga dime.
¿Qué quieres que te diga?
¿Qué dos clases de personas hay?
Ah! Los Playstasionistas y los Equixboxistas.
Anda y que te den.
Vale, pero que sean dos rubias.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Simple vida

Nací en la madrileña calle Jorge Juan.
Sin apenas tiempo para acostumbrarme a la vida, me envolvieron en una mochila y me introdujeron en una furgoneta. Me faltaba el aire, pero tenía claro que no me iba a rendir. Se hizo cargo de mí un señor mayor, canoso y de aspecto serio. Apenas me dedicó una mirada y mucho menos la sonrisa que necesitaba.
Por fortuna, no tardaron en llegar mis primeros padres adoptivos. Eran unos muchachos jóvenes a los que se les veía siempre contentos. Para celebrar nuestra unión decidieron que realizásemos una romántica escapada a París. Pero apenas vi la luz en la ciudad de la luz. Estuve en un pequeño recinto en la habitación del Hotel. Aquello era incómodo, pero no me rendí.
Al regresar a Madrid, me dejaron en una de las tiendas del aeropuerto. Me apenó mucho, porque, a pesar del abandono de París, esos chicos me caían bien.
Sin tiempo para digerirlo, ya estaba en manos de mi siguiente madre adoptiva, una mujer de armas tomar, segura de sí misma, guapa, esbelta y elegante que acostumbraba a vestir con traje chaqueta. Es curioso, pero el recuerdo más grato que guardo de ella es lo bien que olía.
Pasamos varios días juntos hasta que decidió dejarme en una gasolinera. El paso del perfume al gasoil fue un impacto que aún no he superado. El dueño de la gasolinera, mi nuevo padre, me tocaba con sus manos rudas, y grasientas. Sus sucias uñas me causaban arcadas. Pero él no parecía ser consciente y no dejaba de acariciarme.
Una mañana, mi padre se enzarzó en una discusión con un señor enmascarado por mi culpa. Entre gritos y caras de pánico se oyó un estruendo y mi padre cayó al suelo. Entonces el hombre de la máscara me agarró con fuerza y, en volandas, me llevó corriendo hasta su coche. Me dejó en el asiento de su lado y condujo a una velocidad desorbitada a pesar de que yo no llevaba ninguna protección. Pronto se oyeron sirenas y el enmascarado, que ya había descubierto su cara, se ponía cada vez más nervioso y le caían enormes gotas de sudor por todo su rostro. El enmascarado hizo un giro brusco y no pudo evitar el camión que venía de frente. Vi la luz, aunque no me rendí. Las sirenas sonaban próximas y cada vez eran más. Un señor vestido de azul sonrió al verme y me escondió. Estuve varios días con él, hasta que decidió deshacerse de mí en un bar al que acudía cada tarde. Pasé a manos del camarero, quien no me prestó mucha atención, algo a lo que ya estaba más que acostumbrado. No tardó en dejarme a merced de un treinteañero de aspecto angelical que me hacía mucho daño, me apretaba muy fuerte y parecía que le gustaba olerme profundamente. Era una sensación muy desagradable y cada vez lo hacía más a menudo. Una mañana me dejó en manos de un chaval de apenas veinte años que conducía una pequeña moto. Aunque las motos me daban miedo, me sentía muy protegido. De la moto me pasaron a un coche y de este coche a otro mucho más elegante, el coche más elegante que he visto en mi corta vida. Me llevaron por una carretera de tierra que finalizaba en unas grandes puertas de hierro. Cuando se abrieron las puertas, apareció una enorme casa rodeada de fuentes y una enorme piscina tan azul como el cielo. Y allí es donde actualmente me repongo de mi corta e intensa vida, amontonado entre fajos de billetes de 100€, pero yo no soy uno más, yo soy especial.

domingo, 8 de junio de 2008

Un lunes cualquiera... de la orientación al cliente y el servicio integral (ejemplo de manual de Recursos Humanos)

El lunes esperaba la llamada del taller. Eran las once de la mañana y el móvil aún no había sonado, lo que me llevaba a pensar que, o bien no habían cogido mi coche el primero, o bien la avería no era leve. A eso de las 12h. recibo la llamada del tal Sito (así es que como le llaman sus allegados):
- Ángel, ya tienes aquí el coche, ya puedes pasar a por él, ¿vale?, venga hasta luego.
- Oye, cómo que hasta luego, ¿me puedes explicar qué le pasa al coche?
- Nada, una bolsa de aire, parece que no ha purgado bien.
- ¿Y eso es normal?
- No, no es normal, no suele pasar pero te ha pasado, no sabemos de quién es culpa, si tuya o nuestra...
- ¡Cómoooo! ¡No pretenderás decirme encima que es culpa mía!
- No yo no he dicho eso...
- Sólo faltaría, después de más de novecientos euros de reparación, me llevo el coche peor de lo que estaba y va a ser culpa mía.
- Bueno, puedes pasar a recogerlo cuando quieras, venga adiós.
Y el tal Sito cuelga el teléfono, haciendo alarde de que la orientación al cliente es uno de sus fuertes, dejando con la palabra en la boca al cliente, claro que sí!
Llamo al taller para que me informen del horario (porque el tal Sito no está para estas cosas) y me dicen que de 13:30h. a 15:30h cierran. Ok, allí estaré a las 15:30h, ¿es posible que llegue alguien un poco antes? No, es que estarán comiendo (claro, sólo faltaría!)
Llego al taller, espero a que abran y el tal Sito:
- Hola Ángel, ya lo tienes, échame una firmica aquí (una hoja cumplimentada a boli)
- Sí (firmando), me puedes decir qué le ha pasado al coche?
- Pues lo que te he dicho antes por teléfono - (bien por ti, Sito, ¿has pensado en impartir cursos de atención al cliente?, aquí al pie del taller estás perdiendo dinero).
- Bueno, explicamelo.
- Pues nada, que parece que no se probó bien y no había purgado y...
- O sea, que la revisión no se hizo bien.
- Se miró todo pero no purgó bien.
- Vale. Quiero el libro de reclamaciones.
- Haz lo que tengas que hacer. ¿Puedes darle el libro de reclamaciones? - dirigiéndose a la administrativa.
La administrativa (ninguna de las tetonas del sábado) me da tres impresos de reclamación/denuncia, modelo oficial de la Generalitat. Cumplimento los formularios, por triplicado y cuando los tengo le pregunto que quién los firma, a lo que me responde que el jefe del taller, que está a punto de llegar. A todo esto ya son las 16:30 horas. Cinco minutos después, el tal Sito me dice con aire chulesco, "va, ya te lo firmo yo porque el jefe del taller se va a retrasar. ¿Dónde hay que firmar?" (vaya, pretendes hacerme creer que soy el primero que os pone una reclamación?). Pues aquí le digo, señalando el espacio a tal efecto. ¿Ya está? me pregunta una vez firmados los impresos. Falta el sello, le digo. Pone el sello y me voy hacia la puerta, donde tengo el coche esperándome.
Enciendo el motor y la aguja de la gasolina marca la reserva. Entro y le digo a Sito si puede venir.
- ¿Qué pasa?
- ¿Tenéis la poca vergüenza de darme el coche en reserva?
- ¿Qué reserva?
(Cómo mola que te hagas el tonto, me vuelve loco!). - La gasolina, ¿lo ves?
- Ah, bueno, había que hacer kilómetros para comprobar el coche.
- Sí, si me parece bien que lo probéis, pero ¿tanto cuesta echarle aunque sea 5€ para no entregarme el coche en reserva?
- Si quieres te enseño el documento que firmaste cuando entregaste el vehículo indicando los kilómetros que tenía.
- ¿Tú crees que es normal esa respuesta?
- Ángel quizá no te damos el servicio que esperabas. Mala suerte.
- ¿Mala suerte? Mira déjalo. Como servicio integral BMW dejáis mucho que desear.
Arranco y me voy hacia el trabajo, teniendo que cruzarme la ciudad (de Badalona a Zona Franca) en reserva. Llego al trabajo (dos horas tarde) y entre la documentación veo que no me han entregado la copia que he firmado (a pesar de haberla pedido expresamente). Llamo por teléfono al tal Sito.
- Sí, dime Ángel.
- No me habéis dado copia del documento que he firmado.
- ¿Qué documento?
- La hoja en la que indica lo que le habéis hecho al coche.
- Ah! el registro de entrega. Enseguida te la envío por fax.
- Ok.

Media hora después me llaman al móvil.
- Hola Ángel, que la hoja esa no te la voy a poder enviar.
- ¿Por qué?
- Porque hay que pasarla al ordenador y tiene que firmarla el jefe del taller.
- Me parece bien, cuando la tengas pasada a ordenador y firmada por el jefe del taller me la envías, pero ahora quiero una copia de la que he firmado hoy.
- Ahora no puede ser.
- La quiero esta tarde.
- Cuando tenga tiempo te la envío, ¿vale?
- ¿Cómo que cuando tengas tiempo?
- Sí cuando tenga tiempo.
- ¿Quién es tu responsable?
- ¿Qué?
- ¿Que quién es tu responsable?
- Fran Romero (de malos modos)
- Ok, no creo que cueste tanto dar un nombre.

Llamo a Fran Romero, no está.
Al día siguiente llamo a Fran Romero, está reunido, le pasan nota de mi llamada.
Bueno, por abogados no será, pienso...
El miércoles vuelvo a llamar. Logro que me pasen con él, comienzo a explicarle la historia.
- Sí, eres Ángel el del mini que ha tenido un problema. Pero ya está todo ok, no? el sábado di la orden de que te dejasen un vehículo, yo estaba en Tarragona pero me pusieron al corriente de todo...
- Bueno, me dejastéis un coche, sí, después de estar toda la mañana llamando, porque si no me pongo borde la opción que me dabáis era llevar el coche el lunes, y lo necesito para ir a trabajar, ¿sabes?
- Sí, sí, pero afortunadamente teníamos uno y ya se solucionó.
- De todos modos quiero dejar constancia de que el trato que he recibido deja mucho que desear, no es lo que se espera de un taller de vuestra altura. No puede ser que cuelguen el teléfono, que me hagáis una revisión de 909€ y no esté bien revisado, que me hagáis una recarga de aire y me digáis que "esperemos que no tenga ninguna fuga", ¿tú crees que después de pagar ese precio la respuesta es esa? Y lo último es que vayas a recoger el coche y te lo hayan dejado en reserva.
- Ángel, esto que me estás contando es nuevo para mí. Me extraña mucho que Alfonso (Sito) te haya dicho eso, porque lo conozco y sé cómo es.
- Vale, habla con él y que lo explique.
- Te llamo luego.
Media hora después me llama nuevamente Fran.
- Ángel, ya he hablado con Sito y me lo ha explicado todo. Como jefe de taller quiero decirte que el trato que damos es muy bueno y que me sabe muy mal que te vayas con una mala sensación, porque el 99% de nuestros clientes vuelve y están muy contentos con nuestro servicio y...
- Pues yo soy ese 1% restante. Comprenderás que no esté contento con el trato y el servicio recibido.
- Ángel, no sé si puedo hacer algo por ti, si hubiese alguna manera de solucionar esto. Ya he visto que has puesto una reclamación, eso ya te avanzo que no te sirve de nada, porque harán la vista gorda, pero al margen de eso yo no quiero dejarte con una mala sensación, no sé si puedo hacer algo por ti, de verdad.
- Yo no busco nada, pero no me gusta que me traten así. Llevo 10 años trabajando y sé lo que es dar una buena atención al cliente y yo no la he recibido.
- No sé qué te puedo ofrecer. La próxima vez que vengas por aquí, para la revisión o para lo que sea, pregunta por mí, de verdad.
- A vuestro taller no voy a ir más, salvo que le ocurra algo al coche, porque espero que respondáis si surge algún problema.
- Por supuesto, tienes garantía. Mira la próxima vez que vengas avísame y te dejaré un coche a cambio.

Uaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuuuuuu, me dejará un coche a cambio. Vaya, que la compensación que me ofrece es dejarme un coche, igual que el pasado fin de semana!!!!

Epílogo: ayer recibo una carta en el buzón. Auto Bétulo. La típica carta de excusas, pienso. Pero no. La carta reza así:

Sabemos lo que su coche necesita para disfrutar del verano
Y ahora se lo ofrecemos en las mejores condiciones
Para que pueda disfrutar del verano sin preocuparse de nada, Auto Bétulo le ofrece entre el 1 de junio y el 31 de julio un chequeo gratuito de los siguientes puntos de control bla bla bla
Y si durante este proceso surgiera alguna operación de mantenimiento, le ofrecemos un 10% de descuento en la factura de dicha operación.

Realmente, conmigo han rizado el rizo. Aparte de burro, apaleao

sábado, 31 de mayo de 2008

Un sábado por la mañana cualquiera

Ayer llevé el coche al taller. Después de un par de años tocaba pasar la revisión. Llevaba tiempo debatiéndome entre llevarlo al taller oficial o a un mecánico de confianza y finalmente ganó la primera opción. Todo muy profesional, desde la centralita hasta el ¿mecánico? que te explica qué le van a hacer al coche y te da un presupuesto inicial.
Ángel (estos sitios se distinguen por llamarte por tu nombre), toca cambio de filtros, bla bla bla, el importe aproximado serán 432€ más iva. Claro, que si me dices que el aire no te funciona posiblemente (como si hubiese otra opción) te subirá más. "Cualquier cosa yo te llamo" (esta frase es para enmarcar). Y sí, efectivamente me llamó, me llamó para darme la noticia de que el presupuesto se duplicaba.
Por la tarde fui a recoger el coche. "Te lo están lavando, en diez minutos lo tienes". Mientras me doy una vuelta por el concesionario. Quince minutos después, de nuevo en el taller, me entregan el coche y muy amablemente, me comenta que si estoy interesado en un par de extras (del orden de cuatrocientosypico cada uno). "No gracias, pero un llavero sí que me podrías regalar" "Es que son de gerencia, nosotros tenemos las manos atadas" (otra frase para enmarcar).
Tras conseguir el llavero (por detrás lleva publicidad del concesionario, así que no es para tanto), me entregan el coche y me voy para Santa Coloma a echar un partidico de tenis con mi hermano (ese partido da para otra historia, no por nuestro juego sino por el modelito con el que jugaba la rubia que se puso en la pista de al lado, pero lo vamos a dejar aquí...).
El partido sirvió para dos cosas. Una, cerciorarme de algo que ya sabía, que estoy gordo y debo hacer deporte. Dos, para romper mis gafas (las dejé en la mochila sin ponerlas en una funda; esto tenemos los gafotas novatos) y seguir con una semana desastrosa.
De camino a casa enfilo la Ronda de Dalt. Un coche se me pone en paralelo y me hace señales. Bajo la ventanilla, baja él la suya y me dice "te está saliendo humo". Alucino. El coche de detrás lo mismo. Me acojono, miro el panel del coche y veo la aguja del líquido refrigerante parpadeando y parándose en el piloto rojo de la parte izquierda. Tomo la salida y paro en una gasolinera. Aprovecho para comprar coca-cola y pan (esto tienen las gasolineras actuales que parecen opencors). Enchego el motor, la aguja se va al centro. Parece que todo en orden. Arranco, circulo, entro de nuevo en la ronda y la aguja comienza a descender a medida que ascienden las revoluciones. De nuevo el humo. De nuevo a buscar una salida. Paro, dejo enfriar el motor. Vuelvo a arrancar y otra vez la misma historia. Llamo al Parri (un peseto siempre sabe de coches y si además es el maestro no digamos) "yo te recomiendo llegar a casa y que mañana lo recoja una grúa del seguro y lo lleven al taller". Eso haré, es un buen consejo, gracias maestro. Con dosis al 50% de paciencia y acojone consigo llegar al garaje. Dejo el coche, que por el ruido del ventilador parece un avión y me voy a cenar. Nos cascamos una botellica de vino y a pensar en mañana.
Sábado mañana, llamo al taller. Voz femenina que tras escuchar la historia me dice que ella sólo se encarga de entregar los coches que no han podido pasar a recoger durante la semana, pero que el taller está cerrado. Bueno, me da igual que esté cerrado, yo quiero una solución, necesito un coche para este fin de semana y para ir a trabajar, y no pienso perder una mañana llevandote el coche el lunes. Bueno, déjame hacer unas llamadas a ver si puedo localizar a alguien. Quince minutos después recibo la llamada, que me pilla en el súper. Hola Ángel, lo que te puedo ofrecer (ya empiezas mal, pienso) es que traigas hoy el coche, pero no tenemos ninguno para dejarte. Claro, le digo yo, y me quedo en mitad de la montaña (el taller está en un polígono entre Badalona y Montigalà, y para más datos diré que se llama Auto Bétulo por si alguien lo quiere como mala publicidad a nivel de "servicio integral"). Me mosqueo, la chica nota que me mosqueo y queda en llamarme nuevamente. En diez minutos me llama para decirme que ha conseguido un coche. Eso sí, llama tú al servicio de urgencia de BMW para pedir la grúa, porque yo no puedo llamar por ti. Ningún problema, le digo, nos vemos luego.
Media hora después de llamar para la grúa me llaman por teléfono. Hola, soy Vicente, ¿has pedido una grúa? sí. En diez minutos estoy ahí. Efectivamente, en diez minutos ahí estaba el Sr. Vicente, un tío rudo, con cara de buenazo que te dirige una sonrisa al chocarte la mano. ¿Y qué, qué ha pasado?. Me monto en la grúa con él y le relato lo sucedido al tiempo que le voy indicando cómo ir hacia el concesionario. "Son unos cabrones" me dice. Al principio reina el silencio entre los dos, pero poco a poco comenzamos a hablar. Mi hija se compró un Ibiza, uno de estos de kilómetro cero, me cuenta Vicente. Se lo entregaron un sábado y al día siguiente perdió todo el agua. Le dije a mi hija que lo llevase al concesionario el lunes a primera hora, que le mandaría a un compañero para que la llevase, porque yo estaba en Madrid. Por la tarde me llama llorando y me comenta que le quieren cobrar 450€, ¿qué qué!!!? le digo yo, tranquila que voy para allá, que llegaré a Barcelona sobre las 19h. Así que cuando llego a Barcelona me voy directo para el concesionario. Hola, vengo a recoger el Ibiza. Ah sí!, pase por caja. ¿Por caja? tú no tienes vergüenza, se compró el coche el sábado y le disteis un año de garantía y ahora quieres cobrarme 450€??? Anda, dame el coche. Que sois una panda de cabrones.
Pues sí, le digo a Vicente, es una lástima que te tengas que poner así para que te hagan caso. Bueno, me dice él, y las navidades pasadas por poco las paso en comisaría. El día 23 de diciembre le digo a mi mujer que ya va siendo hora de cambiar la tele. Nos hacía ilusión. 3000€ de plasma, 42 pulgadas, espectacular. Imáginate nuestra ilusión con el cambio, la anterior tele tenía 24 años. Nos entregan la tele y por la noche le digo a mi mujer, vamos a hacernos unos bocatas y vemos una buena peli, ¿no?. Nos ponemos a ver la peli y a los 20 minutos !plaff! se va la imagen. Le digo a mi mujer que al día siguiente se pase por la tienda y lo comente. A la mañana siguiente yo iba con un cliente, como contigo ahora y me llama la mujer. Me dice que el de la tienda le ha dicho que llame al servicio técnico y que el hombre le ha gritado. Yo que escucho eso y miro al cliente que llevaba al lado y hombre me dice "escolti, si vol anem ara mateix". Tardé en enfilar hacia la tienda y el cliente conmigo. Cuando mi mujer dice que le han gritado es que le han gritado, ella es una buenaza. Llego a la tienda y le digo a mi mujer, tú tranquila. Me voy para el vendedor y le digo, mira, que mandes a mi mujer al servicio técnico ya me parece fatal, pero que encima le grites... Y el tío me corta gritando "oiga que yo no he gritado a nadie!!!" Pimmmmba, tal como me lo decía le solté un guantazo con la palma abierta que se fue a parar a mitad de la tienda, lo tumbé. Llevaba el tío una carpeta en la mano y toda la tienda llena de papeles. Se armó allí un revuelo, todos los clientes mirando y el tío en el suelo sangrando y amenazándome con que me iba a denunciar. A todas estas aparece un gorila y tal como le veo venir le digo, "no vengas que a ti te doy con el puño cerrado" "no, no, si yo sólo vengo a recogerle". En esas que sale de una puerta un tío trajeado con corbata y haciendo aspavientos. Qué ha pasado, qué ha pasado. Le explico al tío lo que ocurrido y mira, el mismo día, a las dos de la tarde ya tenía un plasma nuevo en casa. Y hasta hoy genial. Claro que ahora el mismo no cuesta tresmil sino mil euros, pero la ilusión que nos hizo a mi mujer y a mí poder ahorrar ese dinero y comprarnoslo...
Entre historia e historia ya habíamos llegado al taller. Bajamos de la grúa, nos da los buenos días una rubia tetona y Vicente me dice "oye, pues si no te dan un coche por lo menos te la follas". Me despido de Vicente con un apretón de manos y el tío me dice "Ángel, para lo que necesites, si cualquier día necesitas una grúa pregunta por Vicente". Gracias tío (afortunadamente en esta vida hay gente buena y competente).
Entro en el taller y me saluda una morena, más tetona aún que la rubia. Fijo que en el proceso de selección les pasan el test de Rochard, pienso. Tras media hora para redactar el contrato de arrendamiento del vehículo (sólo tenía que poner mis datos personales), me pasa con una tercera tetona (va en serio) que toma nota de la incidencia. Yo soy la administrativa con la que has hablado esta mañana, es que sólo estoy aquí para recibir llamadas y entregar coches. Vale, gracias por tus gestiones. Y sonríe, satisfecha de haber salido airosa de una situación adversa.
Así que hoy en el garaje tengo un BMW 318, no es el cayuco del Herraiz pero ya da el pego. Ahora a esperar a qué me cuentan el lunes.
"Un tío que te recoge el coche con corbata se paga" me dice el amigo Pollo. Y razón no le falta. Yo pagué ayer la friolera de 909€ por hacerle una inspección al coche que me lo ha dejado peor de lo que estaba. Ahora a ver cómo responden. Ya pueden ir sacando llaveros.

Pd: una vez leída la historia, creo que lo que pretendía ser una crítica hacia el taller se va a convertir en un punto de interés pitxorra en busca de administrativas tetonas...

Dedicado a Vicente, como diría el kuñao "un gladiador de la vida"

lunes, 25 de febrero de 2008

"Nadie chulea a Eroski"

- No he podido conseguirlo – y se hizo el silencio. Eroski permaneció en su sillón, observándome con un rostro mitad lástima y mitad admiración. Apartó la mirada de mis ojos, puso los suyos en blanco y adoptó una pose de profunda meditación.
- Mira chaval –Eroski se acercaba y yo, aunque trataba de mostrarme firme, innatamente reculaba hacia atrás. El compinche se apresuró a cerrar la puerta, supongo que con el fin de apaciguar mis gritos. El gigantón dio otro paso y de nuevo se paró. Me observó con su mirada de hielo y continuó diciendo - no se quién te has pensado que soy yo, pero te aseguro que de mí no se ríe ni mi padre.
- No es lo que pretendo, se lo aseguro – dije con voz entrecortada.
- A lo largo de mi vida he conocido a mucha gente. Cada persona es diferente, la condición humana siempre te sorprende con algo nuevo, pero hay un rasgo común entre toda esa gente con la que en algún momento me he cruzado. ¿Y sabes cuál es? – me miró y no supe si debía responder o se trataba de una pregunta retórica. Eroski hizo una pausa que parecía estudiada y continuó diciendo – Pues que nadie chulea a Eroski.
- Ok – atiné a decir, al mismo tiempo que el puño de Eroski se incrustraba en la boca de mi estómago. Doblé las rodillas llevándome los dos brazos a la parte afectada a modo de protección. Me faltaba el aire, tenía la sensación de haberme tragado algo que me impedía respirar.
- Levanta! – gritó el gitano – Levantate! – volvió a gritar, al tiempo que me cogía del pelo obligando a incorporarme. Mientras me sujetaba la cabeza con la mano izquierda cargó nuevamente la derecha propinándome el mayor puñetazo que me han dado en mi vida. Noté un “creck” y me invadió en la zona afectada una sensación de calor que me indicaba la fractura nasal de la que acababa de ser objeto. Nuevamente quise doblar las rodillas, pero esta vez Eroski no me dejó. En el instante en que innatamente me llevé las manos a la nariz, el grandullón giró su rodilla impactando en mis partes nobles. Es el último recuerdo que tengo de aquella estancia y de aquella noche.

martes, 12 de febrero de 2008

Perfect day

Tras beberme el gintonic que me supo a gloria, di un par de vueltas a la manzana con el fin de hacer acto de presencia con puntualidad británica. La hora hache había llegado y tocaba hacer frente a la situación estóicamente. Entoné mentalmente una canción alegre (Perfect day de Lou Reed) a fin de relajarme y entré en el bar donde había quedado con el gitano.

- Buenas – saludé secamente. De los allí congregados no se giró ni el camarero.

- Vaya, vaya, si está aquí el rey de los dados – dijo el patán de las 26 horas, que había salido de la nada.

- Vengo a ver a Eroski.

- Te está esperando dentro. Dame las armas que lleves.

- Tarde, las acabo de dejar en la tintorería a ver si se les va el óxido.

- ¿En serio? – lo curioso es que él sí que lo preguntaba en serio - Bueno, te tendré que cachear.

- Tú mismo, pero igual me pongo contento – le dije al tiempo que le lanzaba un besito al aire.

- Eh, que yo paso de esos rollos, que yo soy un machote ibérico más español que el Fary. Pasa anda, sígueme, y nada de sorpresas – dijo como si él mismo se creyese que formaba parte del reparto de “Uno de los nuestros”. Cruzamos el bar y al final del pasillo topamos con una puerta de madera de las de antaño. Al girar el pomo apareció un resquicio de luz que no tenía nada que ver con la luminiscencia del antro en el que estábamos inmersos.

- Jefe, está aquí el mequeterfre…, me-que-ter, mer-que-ter… el tonto de los dados.

- Pasa, chaval – dijo Eroski, sin apenas inmutarse. Estaba sentado en un sillón de estilo barroco que no hacía juego con la decoración del resto de la estancia.

- Buenas – atiné a decir.

- ¿Dónde está lo mío? – dijo Eroski, yendo al grano. Obviamente ya se había percatado de que no llevaba nada en las manos.

viernes, 28 de diciembre de 2007

¿Cuento de Navidad?

Hace una semana me tuvieron que hacer un duplicado de la tarjeta sim del móvil. Soy tan patán que puse mal el pin tres veces (aunque continúo convencido de que el número que introduje era el correcto). Después del pin te pide el puk, pero como ya he dicho que soy un patán también lo introduje erróneamente (para los que a estas alturas estéis pensando que iba tajao os informo de que no). Debido al cambio de tarjeta sim perdí toda la agenda, mensajes, fotos, etc. El pasado 25 de diciembre quedamos para echar una buena tarde en compañía de los amiguetes, en algo que también se empieza a convertir en tradición. Dado que sabía que iba a beber, opté por dejar el coche aparcado en el parking. Siguiendo con la patanería, decidí (conscientemente) dejar el mando del parking dentro del coche (para no perderla). El problema es que la llave de acceso al parking a través de la portería iba en el mismo llavero, lo cuál implicaba que una vez fuera del parking ya no podía volver a entrar (tengo el parking en un portería cercana a casa, pero no es mi escalera). Tan pronto salía del parking reparé en que no podría volver a entrar a no ser que me habriese algún vecino, pero dado que esos momentos no necesitaba el coche decidí irme con los amiguetes y preocuparme al día siguiente.El día siguiente fui hacia el parking y llamé a uno de los timbres al azar:
- ¿Sí?
- Hola, disculpe que le moleste, ¿sabe en qué piso vive el presidente de la escalera?
- No
- Es que me he dejado el mando del parking dentro del coche y (clok, sonido de colgar el interfono)
Otro piso al azar:
- Diga, ¿quién es?
- Hola, disculpe que le moleste, ¿sabe dónde vive el presidente de la escalera?
- Prueba en el ático (clok, sonido de interfono al colgar).
Ático:
- ¿Sí?
- Hola, buenos días, ¿vive aquí el presidente de la escalera?
- No, vive en el quinto
- ¿Quinto qué?
- Segunda creo
- Gracias
Llamada al 5º 2ª. No contestan.Vuelvo a llamar al ático anterior.
- ¿Sí?
- Hola, perdona que le moleste de nuevo. Es que no me contestan en el piso del presidente y tengo un problema. Tengo un parking de alquiler aquí, y me he dejado el mando y la llave dentro del coche.
- ¿Y qué quieres que haga yo?
- Si usted tiene también parking podría abrirme
- Pero yo no te conozco de nada, comprenderás que no te abra.
- Pero es que el presidente no está, y tengo la cartera en el coche y la necesito.Clok, sonido de interfono colgado. Media hora después baja un señor con un niño.
- Hola.
- Yo no sé nada, he venido a pasear con mi nieto (curioso, pienso, aún no le he dicho nada)
- Verá, es que tengo el coche aquí y me he dejado el mando del parking y la llave dentro. Y no puedo entrar y necesito la cartera.
El hombre pulsa el timebre (del ático)
- ¿Sí?
- Francesc, que hay un señor aquí que necesita que le abras el parking.
- Ahora bajo.Por fin, pienso. El hombre se marcha con su nieto. El nieto me hace burla, yo se la devuelvo. Contento por haber perdido solo media hora de mi vida (mentalizado para que fuese mucho más) espero a que baje el tal Francesc a abrirme. Dos minutos. Cinco. Diez. Media hora. O el tal Francesc es muy presumido o un tanto olvidadizo... o pasa de mí conscientemente.Llamo de nuevo al ático.Voz de chica
- ¿Sí?
- Hola es que tengo el coche...
- Mira, no voy a bajar a abrirte, no te conozco de nada. (clok de interfono)Bueno Ángel, paciencia, ya vendrá o saldrá algún coche.Veinte minutos después se abre la puerta de la escalera. Una chica va cargada de cartones. En la mano lleva el mando del parking. Pulsa el botón y la puerta se abre.
- Gracias - le digo - Siento haberte molestado.
- Tengo dos hijos pequeños.
- Lo siento. Es que ningún otro vecino me ha hecho caso.
La chica gira la cabeza y se marcha a tirar los cartones. No llevaba gorro rojo con bola blanca ni barba, pero ha sido mi papanoel de estas navidades.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Sagrera

- ¡¡¡¡Buenos días señoras y señores!!!! – El payaso bajaba los escalones del andén central con sus enormes zapatos rojos mientras hacía sonar el claxon que llevaba colgado al cuello “Moc, moc, moc”.
- ¡Alegría! ¿Qué son esas caras? ¡hay que sonreír! ¿Una sonrisita señora? - dijo a una mujer que se cruzaba con él en las escaleras, totalmente estupefacta.
- Moc, moc, moc – gritaba imitando el sonido de su claxon. – Moc, moc, moc – lo hacía sonar nuevamente. - ¡Alegría! Moc, moc, moc – claxon y grito al unísono.
Las caras de los pasajeros que esperaban el metro eran una mezcla de sorpresa, asombro e ilusión. Los pocos niños que había apretaban las manos de sus padres señalando al payaso con la boca abierta. El payaso vestía de amarillo, con tres enormes botones rojos y una flor gigante en el lado izquierdo. Llevaba una peluca naranja y verde y la cara pintada con una gran sonrisa en torno a la tan característica nariz roja. Se paró en el tercer escalón, utilizándolo a modo de tarima.
- ¡¡¡¡Buenos días señoras y señores!!!! – volvió a gritar. Esta vez ya había conseguido centrar la atención de los pasajeros de los tres andenes – La vida está inventada para ser feliz. No cuesta nada sonreír – Gritaba en un tono cantarín. – ¡Risas, palmas y alegría. No esté triste, mejor sonría!
Cada vez se dibujaban más sonrisas en los mismos rostros que pocos minutos antes transmitían cansancio y tristeza. Aunque algún “valiente” pasaba al lado del payaso, la mayoría de pasajeros que tenían que bajar las escaleras optaban por desviarse hacia los andenes laterales.
- Vamos a hacer un juego – gritó el payaso. – Cuando yo levante las manos, todos haremos palmas. – Acto seguido, se agachó hacia delante con los brazos estirados apuntando a sus enormes zapatones rojos y comenzó un tembleque recordando a los grupos de gospel. De repente, con un rápido movimiento se incorporó como si estuviese haciendo la ola en un campo de fútbol, acompañando el gesto con una mueca alegre. Ningún pasajero se atrevió a dar la primera palmada.
- Vamos a cantar una canción. Cuando yo levante las manos todos haremos palmas – repitió el payaso alegre, como si fuese la primera vez que lo decía. Y acto seguido inició el mismo baile de San Vito. La gente intercambiaba miradas buscando complicidad, comenzaba a notarse las ganas de seguir al payaso. Tras unos segundos el payaso se incorporó rápidamente, con una mueca también graciosa diferente a la anterior. Plas, plas, plas. Del final del andén central procedía el eco de unas palmadas. Plas, plas, plas. Otro sonido de palmadas. Plas, plas, plas. Algunos pasajeros que también se animaban. La gente giraba sobre sí misma para ver cuántos aplaudían.
- Muy bien por los valientes. Ahora vamos a hacerlo otra vez y aplaudiremos todos – gritó el payaso. Comenzó el ritual y enseguida se incorporó. Plas, plas, plas. Los aplausos esta vez eran muchos más. Plas, plas, plas. La gente aplaudía y sonreía. El payaso, viendo que más de la mitad de gente ya estaba participando, se puso a dar palmas con sus guantes blancos, tratando de marcar un compás. Plas, plas, plas. Las palmadas sonaban mejor. Plas, plas, plas. Los que quedaban por aplaudir se empezaban a animar. Los que llevaban maletines los habían dejado entre las piernas liberando así las manos. Plas, plas, plas. La sonrisa se había apoderado de los pasajeros. Plas, plas, plas. El payaso continuaba marcando el ritmo, seleccionando con la mirada a los pocos que aún no aplaudían e invitándoles a hacerlo. Plas, plas, plas. De repente hizo el gesto de parar y el eco de las palmas disminuyó hasta hacerse el silencio.
- Ahora que solo aplaudan los de este lado – señalando al andén de su izquierda. Plas, plas, plas – Comenzaron a aplaudir – No, no, no, gritó el payaso. Si no hay baile no hay palmas – Los pasajeros del andén de la izquierda dejaron de dar palmas y se mantenían atentos al payaso, que había continuado con su ritual. Cuando se incorporó con la mueca alegre, la gente comenzó a aplaudir. - Vamos, que se escuchen esas palmas, más fuerte! – Plas, plas, plas. Comenzaron a aplaudir más fuerte – Muy, muy bien – dijo el payaso haciendo el gesto de cortar. - Ahora les toca a los de este lado – señalando al lado opuesto – De nuevo comenzó el baile y cuando se levantó la gente de la derecha comenzó a aplaudir muy fuerte, sin duda para que sonasen más altos que los anteriores aplausos del andén opuesto. El payaso hizo el gesto de cortar y continuó. – Muy bien, muy bien, muy bien. Ahora le toca al andén central. - Los pasajeros permanecían atentos al baile del payaso, pero esta vez no comenzó el ritual. – A vosotros os toca saltar!!! – dijo gritando el payaso. Algunos se miraban, otros reían, otros hacían movimientos negativos con la cabeza en plan “hasta aquí hemos llegado”, otros parecían totalmente hipnotizados por el payaso y daba la sensación de que harían cualquier cosa que les pidiese. – Ánimo – continuó el payaso – El baile es muy sencillo – y comenzó a moverse – paso a la izquierda, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso a la derecha, paso a la izquierda, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso a la derecha. Vamos todos! – señalando al andén central. Los de los andenes laterales se reían y señalaban a la gente que comenzaba a imitar los movimientos del payaso. El baile parecía contagiarse y poco a poco el resto se iban animando – Paso a la izquierda, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso a la derecha - Cuando el payaso vio que la gente que permanecía quieta no bailaría decidió dar por zanjado el asunto y continuar. – Ahora participaremos todos – gritó – Cuando los del andén central vayan a la izquierda, los de este andén aplaudirán – dijo señalando al andén de su izquierda - Y cuando vayan a la derecha darán palmas los de este lado – señalando al lado opuesto. Y el baile comenzó. Paso a la izquierda, paso a la izquierda (plas, plas, plas), paso a la derecha, paso a la derecha (plas, plas, plas). – Muy bien, muy bien, otra vez! – gritaba el payaso, sin duda contento de estar consiguiéndolo. – Paso a la izquierda, paso a la izquierda… - los del andén central parecían estar en una sala de aeróbic el primer día de clase – paso a la derecha, paso a la derecha – era increíble ver bailar, aplaudir y reír a toda esa gente – Paso a la izquierda, paso a la izquierda (plas, plas, plas).

De repente el sonido del metro hizo callar los aplausos. Los vagones aparecieron por el túnel y los pasajeros retomaron la compostura. La mayoría continuaba mirando al payaso, el cual parecía dar por concluida la función. Cuando el metro paró, se accionaron las palancas, se abrieron las puertas y las caras grises volvieron a hacer acto de presencia.

Dedicada a mi querida Ros, que me la explicó un día

lunes, 26 de noviembre de 2007

Torras y Bages

Interior del vagón. Dos chicas muy monas van apoyadas en uno de los respaldos. Bien peinadas, maquilladas (una con colores más agresivos que la otra) y ambas vestidas igual, con traje pantalón de color gris.
- No soporto las rebajas tía – dice la más maquillada, en un tono entre pijo y garrulillo.
- Ah, pues a mí me gustan – contesta la otra, con aire charnego.
- ¡Qué dices!- exclama, acentuando la expresión con los ojos cerrados y movimiento de cabeza a modo de exageración - Gente y gente y más gente. Es agobiante – dice resoplando - Todos removiendo ropa y nosotras como pavas detrás de ellos, doblándola de nuevo. Es de locos – haciendo el gesto universal del dedo índice girando a la altura de la sien.
- Yo me lo paso bien, se ve cada personaje… - dice sonriendo con los ojos cerrados, como si recordase alguna escena en concreto.
- Sí, eso sí, de frikis está el mundo lleno. Debemos tener imán porque vienen a parar todos a nosotras – de nuevo acabando la frase en tono pijo garrulillo.
- ¿Te acuerdas de aquél tío que le quería regalar un tanga a su novia y te pidió que te lo probases? – pregunta riéndose.
- ¡No me hables! Creo que en mi vida me he puesto más roja – dice, tapándose la cara, como si estuviese ocurriendo en ese momento.
- Te tendrías que haber visto la cara, tía – continúa riendo.
- ¡Qué cerdo! Seguro que no tenía ni novia. ¡Asqueroso! – exclama, con una mueca de repulsión.
- Cuando trabajaba como administrativa en la gestoría, teníamos un cliente que siempre me hablaba mirándome a las tetas. Un día le solté “háblale más alto a la derecha que es un poco sorda”. Y el tío se puso igual de rojo que tú aquel día, ja ja ja.
- ¡Qué bueno tía! – el “tía” le sale más pijo que a Chabeli - Tuvo que quedarse cortadísimo.
- Ya te digo, desde aquel momento ya no lo vi más, si tenía que decirme algo me llamaba por teléfono – acaba la frase sonriendo, satisfecha consigo misma.
- ¡Qué fuerte!. ¿Y recuerdas cuando la mujer aquella se quedó encerrada en el probador?
- Uf, casi se desmaya. Yo lo pasé mal por la pobre mujer.
- Pesaba más de 150 kilos, casi no se podía dar la vuelta en el probador.
- Por poco tenemos que llamar a los bomberos.
- Hummmm – exclama mordisqueándose el labio – No hubiese estado mal, ¿te imaginas?
- ¡Eres una loba! – pegándole un empujón cariñoso. La pija garrulilla le guiña el ojo y ambas se ríen. Tras una pequeña pausa, la charnega continúa - Y el marido que había aprovechado para ir a echar la quiniela. Cuando llegó casi le da un sofoco, ¿te acuerdas?
- Es verdad. Era un señor muy bajito. ¡Vaya pareja! Cuando iban juntos parecía que la mujer llevase un llavero.
- Un pin, ja ja ja – y ambas ríen sin parar. Cuando consiguen calmarse, continúan rememorando situaciones.
- ¿Y cuando entró corriendo el de seguridad buscando al que había robado en el Carrefour? – dice la pija garrulilla.
- Yo creo que lo hizo para impresionarte.
- ¡Anda! – dice con una sonrisa dibujada en el rostro, dejándose querer.
- Que sí, que ese está por tus huesos, lo sabes de sobra.
- ¡Que no tía! – de nuevo sonriendo.
- ¿Estás segura? Porque a mí no me guiña el ojo cuando me ve…
- ¡Anda ya! Si eso sólo lo hizo una vez.
- Pues a mí me parece guapo – dice con voz sensual, buscando la complicidad de su amiga.
- Es majo – dice tocándose el pelo, como una cheerleader en una película de universitarios yanquis.
- ¿Majo? ¡Está buenísimo! Seguro que está ya está pillado, como todos los hombres interesantes.
- Bueno, no soy celosa, ja ja ja. – Ambas se ríen con mirada cómplice y mueven ligeramente la cabeza como si siguiesen manteniendo la conversación telepáticamente.
- Uf, deja de reírte que se me contagia y luego me duele la barriga.
- Vale, ya paro – dice tocándose el contorno del ojo secándose una lágrima fruto de la carcajada.
- Pues yo prefiero estar doblando ropa que estar en caja – dice recobrando la compostura.
- ¡Ah yo no! – con enérgicos movimientos de cabeza de izquierda a derecha.
- Yo sí. Eso de levantar la cabeza y ver una cola interminable me agota. Y para colmo cuando les toca no tienen la tarjeta preparada. Justo cuando les estás cobrando es cuando miran el bolso “ay nena, que no encuentro el monedero”. ¡Como si no le hubiese dado tiempo a buscarlo en todo el rato que lleva haciendo cola señora!
- A mí eso me da igual, total tengo que estar en la caja hasta que cerremos, así que me da lo mismo.
- Ya, pero es que no soporto esa desgana. Hay gente que va por el mundo a menos revoluciones, como si les pesase el doble la gravedad. El otro día nos pasó con una pareja. Fui al cajero con el Fran y estaban dentro sacando dinero. Primero el chico sacó con la tarjeta y después la chica actualizó la libreta. Debía hacer un año que no la actualizaba porque tardó un buen rato. Pero es que cuando el cajero le devolvió la libreta se pusieron a “estudiar” los movimientos. ¡Qué rabia! Además empezaban a discutir “para qué sacaste este dinero, dónde compraste esto” Al final porque el Fran se lió a puñetazos con el cristal de la puerta que si no aún están allí.
- Eso me ha pasado alguna vez y sí que da rabia sí.
- Ya te digo si da rabia… es que la gente con esa pachorra no la aguanto.
- ¿Sabes a mí lo que también me da mucha rabia?
- ¿El qué?
- Que me toquen el hombro para preguntarme algo cuando estoy de espaldas. Hay gente que te hace hasta daño.
- Ostras, ¡es verdad!.
- Es que no lo soporto, ¿acaso vas toqueteando a los camareros cuando comes en un restaurante? ¿o le das una palmada en la espalda al conductor del autobús?
- Ja, ja, estaría bien, ¿te imaginas? – dice sonriendo.
- ¿Sabes lo que tampoco soporto?
- ¿Qué?
- Ir por la calle y que alguien se ponga a andar en paralelo a mí.
- ¿Qué quieres decir?
- Sí, ¿no te ha pasado nunca que vas andando deprisa y alguien se pone a caminar a tu lado al mismo ritmo? Me siento tonta, parece una carrera.
- Yo cuando me pasa eso me freno y hago como que miro algún escaparate.
- Claro yo también, ¿pero por qué me tengo que frenar yo? ¡Que cruce la calle el otro! – de nuevo se ríen como antes.
- Para tía, que se me corre el rimel.
- Es que hay gente en el mundo porque tiene que haber de todo.
- Ya te digo.

En el momento en que por megafonía se escucha el nombre de la siguiente parada, ambas se sitúan frente a la puerta y se retocan el pelo, utilizando el cristal a modo de espejo.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Frankfurt Alvar

Microrrelato por entregas. Capítulo I

"Dos horas más" pienso.

Salgo a la calle a despejarme, abandono la puta sala de espera y me doy una vuelta por el recinto. Me dirijo al edificio principal. Acabo ante la puerta de la cafetería, la miro y doy media vuelta.

Al fondo del pasillo hay dos tipos de mantenimiento charlando, voy directo hacia ellos.
Me dirijo al más alto, parece de aquí, le pregunto:

- Perdona, ¿no hay un BAR por aquí?

Me responde el otro, con un acento que parece pakistaní:

- Si, allí tienes el bar.

Dice, señalando hacia el final del pasillo por el que he venido.

- No es eso lo que el busca.

Interviene el otro fulano.

Esbozo una media sonrisa en señal de aprobación. El tipo me explica como llegar a un par de garitos que están fuera del recinto.

Mientras me dirijo hacia uno de ellos pienso: "¿Tanto se me nota?"



Microrrelato por entregas. Capítulo II

Debí darme media vuelta nada mas ver el tirador de San Miguel. Pero ya estaba dentro.

El garito es un antro y aunque el cartel de la puerta reza "Frankfurt", se parece más a una caseta de feria de esas que venden salchichas de plástico y patatas fritas a granel que a un verdadero Bar.

Pero es lo que hay y por hoy tiene que valer.

"No importa" me digo, "soy un hombre con recursos". Así que cuando el camarero se acerca le acerca le suelto:

- Una mediana

Con una tranquilidad pasmosa se dirige al fondo de la barra, abre una nevera y agarra una San Miguel Especial.


"Definitivamente, hoy no es mi día", pienso.



Microrrelato por entregas. Capítulo III


En la barra, un tío alto a pesar de tener ya más que cumplidos los sesenta intenta que el camarero se fije en una foto de la cartera que sostiene.

- Mira, este era yo (le dice). Un tiarrón.

El camarero le contesta con una mirada de soslayo y se aleja hacia el fondo de la barra.
El tipo no se amilana, tiene ganas de hablar, así que se gira en su taburete y esta vez se dirige a mí.

- Jugaba en el Club Natació Barcelona.

Me miro la San Miguel Especial aún inmaculada y la vierto en la copa, como si la cosa no fuera conmigo.

- Yo era un ligón ¿sabes? Tenia siempre un montón de chavalas detrás mio.


Lo miro y le dedico otra media sonrisa. El tipo tiene ganas de hablar, pero hoy tampoco debe ser su día.





Microrrelato por entregas. Último Capítulo.


- ¿Este que suena es el Ramazotti?

El tío sigue intentando encontrar un tema de conversación.

- Puede.

Le contesto secamente y le doy un trago largo a mi copa dando por zanjada la conversación. "¡Joder!" pienso "Si esta es la
Especial a que demonios debe saber la otra
" Agarro el botellin y le doy media vuelta buscando la etiqueta que me revele algo sobre la composición de aquel mejunje "¿Seguro que esto lleva cebada?".

En la otra parte de la barra hay un currante dando buena fe de un bocata de queso. El pesado me deja por causa perdida y se dirige a él:

- ¿Es el Ramazotti, verdad?

El currela deja por un momento el bocata para contestarle:

- Si es él. Es inconfundible.

- Pues a mi los que me gustan son los cantantes franceses. (Prosigue el pesado). Kegaaaaard.
Vocaliza dejando una "a" interminable que atestigua su dominio del gabacho.

- Si. Ese era aquel que salia con la Bo Derek ¿no?

- No ¡que va! ese era otro, no me acuerdo del nombre, pero era un cantante de segunda fila, ese nunca llegó a nada. El Kegaaard cantaba aquello de "Ju suis nuit..."


La conversación empeora, así que me concentro en la copa que tengo entre manos. Haciendo de tripas corazón le doy un segundo trago que casi la apura. Localizo al camarero, dejo caer unas monedas en la barra y suelto un "Buenas Tardes" como toda despedida.


Al salir por la puerta me doy media vuelta y me fijo en el cartel: "FRANKFURT ALVAR"
"Tendré que acordarme bien del nombre", pienso, "Para no volver por aquí nunca más".

jueves, 4 de octubre de 2007

Crónica de una despedida pitxorra

Sábado 22 de septiembre. Un nutrido grupo de pitxorras se dirige hacia la choza del amigo Simón. En la puerta se percatan de que han olvidado comprar artilugios para embadurnar al novio, así que IMPROVISACIÓN 1 se dirigen hacia una tienda de chinos (“está aquí al lado” según el Chinchi) y compran lo habitual en estos casos, a saber, bataguatinédeseñoraquetrabajaensuslaboresadictaatelecinco, pintalabiosrojoputón y pintauñas (para los ojos, según el Herraiz. Suerte que aún íbamos serenos y no insistimos en pintárselos, porque de haber sido así gran parte de la despedida se hubiese celebrado en la sala de espera de urgencias de algún centro oftalmológico).
IMPROVISACIÓN 2: ¿Alguien me puede explicar qué es lo que no queda claro en la frase “ir al Menkes (tienda de disfraces popularmente conocida en la Ciudad Condal) y comprar el disfraz de caperucita roja que tienen”?
Vestido el novio nos lo llevamos a la Masia que habíamos alquilado el fin de semana (perfecta de no ser por los dos o tres kilómetros de camino de cabras que provocó agudas rascadas en los coches). Barbacoa, piscina, ping-pong y un tirador de Chouffe (gracias al amigo Pollico) convergían en lo necesario para pasar un fin de semana espectacular.
La Chouffe, esa cerveza tan especial que nos brinda las castañas más eclépticas. La Chouffe, esa cerveza que debe llevar un ingrediente mágico que provoca ese buen rollo. La Chouffe, esa cerveza que entra como una clarita y cuando menos te lo esperas te pega un hostión como el de Alonso en Japón.
Sobre la paella del amigo Chinchi seré escueto: espectacular.
Por la tarde montamos una tangana futbolística en la que en Betandwin se pagaba a 1,01 la luxación de algún miembro. Afortunadamente el partido se disputó con buen rollo (aunque algunos aún conservemos recuerdos en forma de hinchazones o moratones). Siguiendo con las actividades lúdicas, del estadio de fútbol improvisado pasamos a la piscina, donde nuestra capacidad innovadora nos llevó a inventar el waterpolo, el basketpiscina y el aguavoley. (Abro un paréntesis para comentar la anécdota de la piscina: Dani deambulando por el borde de la piscina con un vaso de cerveza en la mano. Simón detrás de Dani. Simón da un empujón a Dani. Dani vuela. Dani mira el vaso de cerveza. Una neurona de Dani toma la iniciativa y le transmite lo que debe hacer, esto es, soltar el vaso en el aire, porque igual flota y suavemente se detiene en el suelo sin verter ni una gota de cerveza. Dani suelta el vaso tal como le ha transmitido su neurona. Dani cae al agua. El vaso no flota, cae en el suelo y se parte en mil pedazos. Lástima de una caña desperdiciada, era de Chouffe. Kuñao que viene a limpiar los cristales con la escoba con la que esa misma mañana se habían limpiado los vómitos de Condemor la noche anterior. Leyéndolo ahora daba un poco de asco pasearse descalzo por allí…).
Por la tarde algunos durmieron, otros lo intentaron, y la pareja compuesta por Chinchi comando y Kuñao vivespañavivelfary! Continuaron bebiendo Chouffe hasta la hora de irnos a:
Sitges: cenazo en el Argentino de Sitges (mejor no digo el nombre para que no se colapse, porque el restaurante es espectacular). Quince tíos sentados en una mesa y 13 manteniendo la compostura. Se admiten apuestas para saber quiénes eran los otros dos.
“Kuñao, como vuelvas a levantarte de tu sitio nos vamos fuera tú y yo y no vuelves a entrar hasta que te calmes” “vale” (cabeza cabizbaja y afligida) “Viva ESpaña, Viva el Fary!!!”. Y así hasta los postres…
Tras calentar el cuerpo con unos chupitos cortesía de la casa, nos encaminamos al centro de Sitges (“está aquí al lado” según el Chinchi). Después de caminar casi una hora ascendemos por la calle del pecado “hermano, deben ser las camisetas porque a mí no me suelen mirar así”. Efectivamente, debían ser las camisetas, porque la escuadra de 15 tíos ascendiendo por la calle más conocida de Sitges, con camisetas negras en letras naranjas “PITXORRAS.COM” y capitaneados por un tío vestido de caperucita roja que más que a la del cuento se parecía al príncipe de Beckhelar era una estampa que no tenía precio. Nunca antes había escuchado tanto susurro provinente de voz masculina “pitxorraaaaaaaaa, hummmmm”. Y es que esto tiene Sitges, cuna de gays y centro neurálgico de torilis que juegan a serlo.
Murphys para que el riñón no perdiese comba y gintonics para esperar a la PEDAZO DE ESTRIPER. Lo siento, no hay fotos (improvisación 3, seremos capullos).
Después, deleite por los bares musicales de la calle del pecado, con el Chinchi haciendo volteretas y dándonos paso rollo los hombres de Harrilson y pegándose un hostión justo delante de una pareja de mossos.
Se puede decir que fue un buen sábado de fiesta, no nos podemos quejar.
Anécdota de la parada de taxis. Vienen dos pedazo de jacas rumanas (o rusas o búlgaras, vete a saber) y me planto delante de ellas y suelto “este chico se nos casa” y una de ellas, alza la mirada y suelta “¿me ves preocupara?”.
En fin, que me dejo muchos detalles, muchas historietas y anécdotas, pero lo importante es que queden guardadas en la rententiva del grupo y especialmente del pitxorra Simón. Y el sábado vamos de bodorrio!!!. Felicidades pareja!

miércoles, 3 de octubre de 2007

Diario de guerra 11.05

7:00, pateando la calle. La mejor hora, no hace calor y apenas se ve un alma.

Cruzo. El semáforo está en rojo pero el capullo del deportivo amarillo está a suficiente distancia, me sobra tiempo.

Hay una abuela al otro lado que me mira, mira el semáforo y duda, empieza a cruzar...

El capullo del deportivo me ha visto, sabe que me sobra espacio, así que pisa el acelerador, quiere hacerme sudar, pero no la ha visto a ella.

Ahora es demasiado tarde, llego al otro lado mientras veo a la abuela inmóvil, justo una centésima antes del choque. El capullo ha intentado frenar y ha perdido el control, se lleva por delante a la abuela y un poco más abajo a una furgoneta que estaba aparcada, el sonido del impacto es brutal.

No tengo motivos para sentirme culpable, pero lo hago.