Muy buenas, amigo mío!!!
- “¡Muy buenas amigo mío!”
- “¡Muy buenas!”, respondo casi de forma automática, quizá por la costumbre, quizá porque la única neurona que sobrevive después de lo de anoche todavía tiene la suficiente educación como para que mi ser transmita el mensaje.
- “¿Un quintillo?”.
- “No, mejor me pones un zumito”.
- “¡Vaya! Como estamos…”, responde el camarero con sorna.
- “Si, ¡la resaca es lo que tiene!”, digo a modo de excusa cuando en realidad lo que quiero decir es:”Tendrías que estar como yo estoy ahora, no te jode…”.
La verdad es que esta situación no es nueva para mi, sobre todo porque viene siendo habitual los domingos por la mañana, después de una noche de alcohol como la de los sábados, pero parece que es francamente cierto lo que se dice de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, en mi caso daría gracias a Dios si solo hubieran sido dos veces.
La sensación de que mi cuerpo y mi mente no funcionan acompasados, de que existe una procesión en mi cerebro en memoria de las neuronas muertas por el alcohol y donde las vivas cantan una sonata fúnebre con tambores de guerra, y que mi corazón funciona con un ritmo desacompasado, no por el amor (no estoy en condiciones de sentir ningún tipo de sentimiento) sino porque ni él tiene claro la cantidad de sangre que necesita bombear al resto del cuerpo para que este funcione con aparente normalidad, viene siendo algo que esta empezando a formar parte de mi vida cotidiana, y realmente no se si me gusta. Parece que no escarmiento, si se lo terrible que se siente uno después de una borrachera, ¿Por qué vuelvo cada fin de semana a lo mismo?. Además, parece que de nada sirve las promesas que intento grabarme en mi maltrecho cerebro cada vez que me despierto y suelto la primera palabra del día: “Dios!!!”. No se si buscando su ayuda divina o pidiéndole perdón por haberme pasado por el forro todos los pecados capitales de la Biblia y además sentirme orgulloso de ello, el caso es que siempre me repito la mítica frase del alcohólico reconocido de: “No vuelvo a beber nunca más”, iluso de mi.
Además no solo eso, sino que no se nos ocurre otra cosa mejor que hacer a mis colegas de barra y a mí que quedar de nuevo el domingo para echar el mal denominado vermú. Hasta el nombre me parece repulsivo en este mismo momento, ni siquiera soy capaz de pensar en alcohol, me dan arcadas y no creo que al camarero le guste ver encima de su barra mi cena de anoche.
Pues si, somos así, que le vamos a hacer, no tenemos remedio o simplemente somos masoquistas, el caso es que alguien, en un momento de euforia desmedida, no se le ocurrió otra cosa mejor que soltar que quedar hoy, domingo, a una hora tal como esta (por cierto, que puñetera manía tengo de ser puntual en todo) para volver a beber. De locos, desde luego…
En fin, el caso es que aquí estoy, con un vaso de zumo de naranja en la barra, un aspecto deplorable a la vista y un “resacón” de los que hacen época, y mis colegas sin venir (puntuales), además, una de las cosas que más me sorprenden de estas situaciones es la poca, por no decir nula, capacidad de recordar las doce horas inmediatamente anteriores a la hora actual, supongo, evidentemente, que por el deplorable estado en el que mis neuronas están. Puedes haber estado con la mujer más increíble del planeta, haber pasado el ridículo más espantoso o haber tenido una experiencia extracorpórea y no acordarte de ello, de verdad, la mente se venga del palizón alcohólico a la que la sometes con creces.
Los minutos pasan y aquí no se presenta ni Cristo, no me sentaría nada bien haber hecho el esfuerzo titánico de levantarme de la cama para que ninguno de mis amigos se presente, es más, si fuera así que no cuenten más conmigo para ninguna otra cita. Bueno, realmente creo que quedamos así, en tomar un vermú a esta hora, quizá este equivocado, aunque no lo creo puesto que era a una hora realmente temprana y el alcohol todavía no había afectado a mi cuerpo de forma excesivamente nociva. El caso es que no se porque pero tengo la sensación de que no se va a presentar nadie, no sé, es como aquellas extrañas sensaciones que le invaden a uno (creo que sin tener que echarle la culpa al alcohol) como cada vez que tu novia te dice: “Tenemos que hablar”. Bueno, espero 10 minutos más hasta acabarme este zumo que tengo enfrente mió, el cual además, entra en mi cuerpo a duras penas, como si mi ser repulsará cualquier tipo de liquido que entrara en él.
El caso es que los minutos pasan y ya ni el camarero me intenta dar conversación, y eso que no hay mucha gente en el bar. Es raro, pero todo en el ambiente es como si estuviera en un estado de expectación, de tensa espera, de a ver quien realiza un movimiento realmente definitivo que desencadena una serie de acontecimientos transcendentales, hay como una tensa calma, o al menos es la sensación que tengo, y la verdad es que no sé por qué. No sé pero es como si estuviera paranoico perdido, mejor me dejo de tonterías, sino vienen mis amigos pues mejor, me voy a casa, intento comer algo, que no creo que pueda, e intento que Morfeo se apiade de mi cuerpo y me haga victima de su poder reparador.
Bueno, decidido, me voy, espero que mis amigos, si se presentan, me comprendan, no estoy en condiciones ni siquiera de mantener una conversación de temas tan trascendentes para mí como el fútbol o la play, o recordar los mejores momentos de anoche cual resumen de la jornada de fútbol en Primera División. Paso, descanso que mi cuerpo me lo pide. Además, las extrañas sensaciones de mi cuerpo solo es miedo, o al menos creo que eso debe ser. Miedo a que de nuevo nos juntemos para un miserable vermú y se nos hagan las siete de la tarde y volvamos a caer completamente alcoholizados. O esa sensación entre miedo y expectación es la que despide el bar de reunión habitual, que cada vez que presiente una reunión como esta siente pena por ver como la juventud destroza su cuerpo, su mente y su lozanía en barras de bar de mala muerte. Como si el local tuviera sentimientos, o al menos más que nosotros.
- “Que te de debo por el zumo”, no sin cierta vergüenza porque como se dice en los San Fermines a los borrachos, “Para esto no haber venido”.
- “¿Ya te vas?”, me dice el camarero entre sorprendido y jocoso.
- “Sí, paso de esperar más, no va a venir nadie”
- “Pues nada, un eurillo”
Miro en mi pesado monedero cargado de monedas pequeñas fruto de la malísima costumbre que tengo de pagar los “pelotazos” siempre con billetes y no molestarme en mirar el monedero en busca de monedas, no sé si por comodidad o por evitar la mirada asqueada de la camarera cuando alguien le suelta una ristra de monedas encima de la barra. En ese mismo momento suena mi móvil, a la vez que me sorprendo por haber sido la suficientemente hábil esta mañana como para haber acertado el PIN para encenderlo. Veo en la pantalla iluminada y parpadeante el nombre de uno de mis colegas e inmediatamente me viene a mi mente una sensación de alivio porque no me cabe duda de que llama para decirme que no viene porque esta medio difunto. Descuelgo el teléfono:
- “Si”, digo mecánicamente.
- “¿Dónde te has metido?”, me contesta casi gritando
- “!Como que donde me he metido!, estoy esperando en el bar para echar el vermú”, entre sorprendido e indignado
- “Venga, no seas tan gracioso, que no esta el horno para bollos”, “Ven corriendo que te estamos esperando”
- “¿Qué me estáis esperando donde?”, digo completamente perplejo.
- “¿Cómo que donde?”, me dice gritando y con enfado. “¡Que te vengas cagando ostias para el hospital!, quedamos que por la mañana vendrías para estar con ellos.”
- “¡Pero que me estas contando, tío!”, digo sin tener ni idea de lo que realmente me está hablando.
- “¿Ya no te acuerdas de lo de anoche?”, me dice medio alucinando.
- “Pues no”
- “¿No te acuerdas de la pelea?, ¿De las ambulancias?, ¿Del hospital?”, me dice creo que entre lágrimas.
- “Tío, me estás asustando”, digo con el corazón en un puño.
- “¿No te acuerdas que nos liamos a ostias con aquellos niñatos?, que a la salida cogieron a “X” e “Y” en la puerta y les dieron una paliza con unos bates de béisbol. Vino la policía, las ambulancias y estuvimos en el hospital, están en la UCI, en coma. ¿No te acuerdas?”.
En ese mismo momento recorrió un frío sudor mi espalda, un verdadero pánico se apoderó de mí ser e hizo imposible que pudiera articular palabra alguna. No supe reaccionar, por un momento pensé que todo era una broma, que no podía ser que algo tan grave hubiera pasado y yo ni siquiera tuviera un leve recuerdo de ello, pero el estado en el que me había levantado me hacía dudar de absolutamente todo en esta vida, incluso de que realmente estuviera vivo. Fue tal el vuelco que me dio el corazón al escuchar las palabras de mi amigo que no solo la resaca se me pasó instantáneamente, sino que todos los sentidos de mi cuerpo se reiniciaron y fueron poniéndose en estado de pleno funcionamiento.
Fueron varios los segundos que tardé en reaccionar antes de poder articular palabra, me quedé inmóvil, con el teléfono en la mano y pegado a la oreja, petrificado a la vez que asustado, muy asustado. Además, por unos momentos tuve una sensación de verdadera culpa, ni siquiera había sido capaz de acordarme de semejante cosa, el alcohol había causado unos estragos en mi memoria que no creía que fuera capaz de algo tan importante.
Avergonzado solo pude decir a mi amigo: “Enseguida voy!!!”, con la voz rota y temblorosa. Fue entonces cuando de fondo, en el teléfono, empecé a escuchar unas risillas de fondo. Dudé por un momento de que esas risas que se oían fueran auténticas o era de nuevo mi cerebro que me estaba jugando una mala pasada, pero esas risas cada vez se iban haciendo más fuertes hasta sonar como una carcajada perversa. Como mis sentidos se habían reiniciado de forma increíble enseguida reaccioné, medio paralizado de nuevo solo atiné a decir una palabra, mezcla entre alivio e ira:
- “HIJOS DE PUTA!!!”
- “¡¡¡Gírate capullo!!! Estamos en la puerta del bar, ahora ya te has despertado del todo, ¿no?. Camarero, una ronda de quintos!!!
- “Enseguida”, contestó mirándome con una sonrisa en la cara.
Los miré sorprendido a todos, sobretodo a los dos amigos que creía en la UCI de un hospital debatiéndose entre la vida y la muerte.
- “¿Cómo habéis sido capaces de semejante brutalidad?”, les pregunté ante mi completa perplejidad.
- “Estabas tan muerto en la barra que era la única manera que se nos ha ocurrido para que reaccionaras y pudiéramos beber cerveza todos”, dijo el “bromista” telefónico
- “¡¡¡Esas cervezas!!!”, gritó uno de ellos.
- “Paso de alcohol para siempre, os lo juro”, confesé. “No vuelvo a pasar estos malos ratos jamás en mi vida, no compensa beber alcohol porque sí”.
- “No bebes alcohol por el placer de emborracharte, amigo mío, no es la bebida lo que te gusta, lo que realmente te gusta es el placer de la compañía, como a todos. Así que coge la cerveza y comparte este momento, porque realmente estos momentos no se vuelven a repetir jamás”, sentenció uno de ellos.“Dame ese quinto”, dije entre sonrisas de alegría y alivio
by Conde
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