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martes, 2 de enero de 2007

Muy buenas, amigo mío!!!

- “¡Muy buenas amigo mío!”

- “¡Muy buenas!”, respondo casi de forma automática, quizá por la costumbre, quizá porque la única neurona que sobrevive después de lo de anoche todavía tiene la suficiente educación como para que mi ser transmita el mensaje.

- “¿Un quintillo?”.
- “No, mejor me pones un zumito”.
- “¡Vaya! Como estamos…”, responde el camarero con sorna.
- “Si, ¡la resaca es lo que tiene!”, digo a modo de excusa cuando en realidad lo que quiero decir es:”Tendrías que estar como yo estoy ahora, no te jode…”.

La verdad es que esta situación no es nueva para mi, sobre todo porque viene siendo habitual los domingos por la mañana, después de una noche de alcohol como la de los sábados, pero parece que es francamente cierto lo que se dice de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, en mi caso daría gracias a Dios si solo hubieran sido dos veces.

La sensación de que mi cuerpo y mi mente no funcionan acompasados, de que existe una procesión en mi cerebro en memoria de las neuronas muertas por el alcohol y donde las vivas cantan una sonata fúnebre con tambores de guerra, y que mi corazón funciona con un ritmo desacompasado, no por el amor (no estoy en condiciones de sentir ningún tipo de sentimiento) sino porque ni él tiene claro la cantidad de sangre que necesita bombear al resto del cuerpo para que este funcione con aparente normalidad, viene siendo algo que esta empezando a formar parte de mi vida cotidiana, y realmente no se si me gusta. Parece que no escarmiento, si se lo terrible que se siente uno después de una borrachera, ¿Por qué vuelvo cada fin de semana a lo mismo?. Además, parece que de nada sirve las promesas que intento grabarme en mi maltrecho cerebro cada vez que me despierto y suelto la primera palabra del día: “Dios!!!”. No se si buscando su ayuda divina o pidiéndole perdón por haberme pasado por el forro todos los pecados capitales de la Biblia y además sentirme orgulloso de ello, el caso es que siempre me repito la mítica frase del alcohólico reconocido de: “No vuelvo a beber nunca más”, iluso de mi.

Además no solo eso, sino que no se nos ocurre otra cosa mejor que hacer a mis colegas de barra y a mí que quedar de nuevo el domingo para echar el mal denominado vermú. Hasta el nombre me parece repulsivo en este mismo momento, ni siquiera soy capaz de pensar en alcohol, me dan arcadas y no creo que al camarero le guste ver encima de su barra mi cena de anoche.

Pues si, somos así, que le vamos a hacer, no tenemos remedio o simplemente somos masoquistas, el caso es que alguien, en un momento de euforia desmedida, no se le ocurrió otra cosa mejor que soltar que quedar hoy, domingo, a una hora tal como esta (por cierto, que puñetera manía tengo de ser puntual en todo) para volver a beber. De locos, desde luego…

En fin, el caso es que aquí estoy, con un vaso de zumo de naranja en la barra, un aspecto deplorable a la vista y un “resacón” de los que hacen época, y mis colegas sin venir (puntuales), además, una de las cosas que más me sorprenden de estas situaciones es la poca, por no decir nula, capacidad de recordar las doce horas inmediatamente anteriores a la hora actual, supongo, evidentemente, que por el deplorable estado en el que mis neuronas están. Puedes haber estado con la mujer más increíble del planeta, haber pasado el ridículo más espantoso o haber tenido una experiencia extracorpórea y no acordarte de ello, de verdad, la mente se venga del palizón alcohólico a la que la sometes con creces.

Los minutos pasan y aquí no se presenta ni Cristo, no me sentaría nada bien haber hecho el esfuerzo titánico de levantarme de la cama para que ninguno de mis amigos se presente, es más, si fuera así que no cuenten más conmigo para ninguna otra cita. Bueno, realmente creo que quedamos así, en tomar un vermú a esta hora, quizá este equivocado, aunque no lo creo puesto que era a una hora realmente temprana y el alcohol todavía no había afectado a mi cuerpo de forma excesivamente nociva. El caso es que no se porque pero tengo la sensación de que no se va a presentar nadie, no sé, es como aquellas extrañas sensaciones que le invaden a uno (creo que sin tener que echarle la culpa al alcohol) como cada vez que tu novia te dice: “Tenemos que hablar”. Bueno, espero 10 minutos más hasta acabarme este zumo que tengo enfrente mió, el cual además, entra en mi cuerpo a duras penas, como si mi ser repulsará cualquier tipo de liquido que entrara en él.

El caso es que los minutos pasan y ya ni el camarero me intenta dar conversación, y eso que no hay mucha gente en el bar. Es raro, pero todo en el ambiente es como si estuviera en un estado de expectación, de tensa espera, de a ver quien realiza un movimiento realmente definitivo que desencadena una serie de acontecimientos transcendentales, hay como una tensa calma, o al menos es la sensación que tengo, y la verdad es que no sé por qué. No sé pero es como si estuviera paranoico perdido, mejor me dejo de tonterías, sino vienen mis amigos pues mejor, me voy a casa, intento comer algo, que no creo que pueda, e intento que Morfeo se apiade de mi cuerpo y me haga victima de su poder reparador.

Bueno, decidido, me voy, espero que mis amigos, si se presentan, me comprendan, no estoy en condiciones ni siquiera de mantener una conversación de temas tan trascendentes para mí como el fútbol o la play, o recordar los mejores momentos de anoche cual resumen de la jornada de fútbol en Primera División. Paso, descanso que mi cuerpo me lo pide. Además, las extrañas sensaciones de mi cuerpo solo es miedo, o al menos creo que eso debe ser. Miedo a que de nuevo nos juntemos para un miserable vermú y se nos hagan las siete de la tarde y volvamos a caer completamente alcoholizados. O esa sensación entre miedo y expectación es la que despide el bar de reunión habitual, que cada vez que presiente una reunión como esta siente pena por ver como la juventud destroza su cuerpo, su mente y su lozanía en barras de bar de mala muerte. Como si el local tuviera sentimientos, o al menos más que nosotros.

- “Que te de debo por el zumo”, no sin cierta vergüenza porque como se dice en los San Fermines a los borrachos, “Para esto no haber venido”.
- “¿Ya te vas?”, me dice el camarero entre sorprendido y jocoso.
- “Sí, paso de esperar más, no va a venir nadie”
- “Pues nada, un eurillo”

Miro en mi pesado monedero cargado de monedas pequeñas fruto de la malísima costumbre que tengo de pagar los “pelotazos” siempre con billetes y no molestarme en mirar el monedero en busca de monedas, no sé si por comodidad o por evitar la mirada asqueada de la camarera cuando alguien le suelta una ristra de monedas encima de la barra. En ese mismo momento suena mi móvil, a la vez que me sorprendo por haber sido la suficientemente hábil esta mañana como para haber acertado el PIN para encenderlo. Veo en la pantalla iluminada y parpadeante el nombre de uno de mis colegas e inmediatamente me viene a mi mente una sensación de alivio porque no me cabe duda de que llama para decirme que no viene porque esta medio difunto. Descuelgo el teléfono:

- “Si”, digo mecánicamente.
- “¿Dónde te has metido?”, me contesta casi gritando
- “!Como que donde me he metido!, estoy esperando en el bar para echar el vermú”, entre sorprendido e indignado
- “Venga, no seas tan gracioso, que no esta el horno para bollos”, “Ven corriendo que te estamos esperando”
- “¿Qué me estáis esperando donde?”, digo completamente perplejo.
- “¿Cómo que donde?”, me dice gritando y con enfado. “¡Que te vengas cagando ostias para el hospital!, quedamos que por la mañana vendrías para estar con ellos.”
- “¡Pero que me estas contando, tío!”, digo sin tener ni idea de lo que realmente me está hablando.
- “¿Ya no te acuerdas de lo de anoche?”, me dice medio alucinando.
- “Pues no”
- “¿No te acuerdas de la pelea?, ¿De las ambulancias?, ¿Del hospital?”, me dice creo que entre lágrimas.
- “Tío, me estás asustando”, digo con el corazón en un puño.
- “¿No te acuerdas que nos liamos a ostias con aquellos niñatos?, que a la salida cogieron a “X” e “Y” en la puerta y les dieron una paliza con unos bates de béisbol. Vino la policía, las ambulancias y estuvimos en el hospital, están en la UCI, en coma. ¿No te acuerdas?”.

En ese mismo momento recorrió un frío sudor mi espalda, un verdadero pánico se apoderó de mí ser e hizo imposible que pudiera articular palabra alguna. No supe reaccionar, por un momento pensé que todo era una broma, que no podía ser que algo tan grave hubiera pasado y yo ni siquiera tuviera un leve recuerdo de ello, pero el estado en el que me había levantado me hacía dudar de absolutamente todo en esta vida, incluso de que realmente estuviera vivo. Fue tal el vuelco que me dio el corazón al escuchar las palabras de mi amigo que no solo la resaca se me pasó instantáneamente, sino que todos los sentidos de mi cuerpo se reiniciaron y fueron poniéndose en estado de pleno funcionamiento.

Fueron varios los segundos que tardé en reaccionar antes de poder articular palabra, me quedé inmóvil, con el teléfono en la mano y pegado a la oreja, petrificado a la vez que asustado, muy asustado. Además, por unos momentos tuve una sensación de verdadera culpa, ni siquiera había sido capaz de acordarme de semejante cosa, el alcohol había causado unos estragos en mi memoria que no creía que fuera capaz de algo tan importante.

Avergonzado solo pude decir a mi amigo: “Enseguida voy!!!”, con la voz rota y temblorosa. Fue entonces cuando de fondo, en el teléfono, empecé a escuchar unas risillas de fondo. Dudé por un momento de que esas risas que se oían fueran auténticas o era de nuevo mi cerebro que me estaba jugando una mala pasada, pero esas risas cada vez se iban haciendo más fuertes hasta sonar como una carcajada perversa. Como mis sentidos se habían reiniciado de forma increíble enseguida reaccioné, medio paralizado de nuevo solo atiné a decir una palabra, mezcla entre alivio e ira:

- “HIJOS DE PUTA!!!”
- “¡¡¡Gírate capullo!!! Estamos en la puerta del bar, ahora ya te has despertado del todo, ¿no?. Camarero, una ronda de quintos!!!
- “Enseguida”, contestó mirándome con una sonrisa en la cara.

Los miré sorprendido a todos, sobretodo a los dos amigos que creía en la UCI de un hospital debatiéndose entre la vida y la muerte.

- “¿Cómo habéis sido capaces de semejante brutalidad?”, les pregunté ante mi completa perplejidad.
- “Estabas tan muerto en la barra que era la única manera que se nos ha ocurrido para que reaccionaras y pudiéramos beber cerveza todos”, dijo el “bromista” telefónico
- “¡¡¡Esas cervezas!!!”, gritó uno de ellos.
- “Paso de alcohol para siempre, os lo juro”, confesé. “No vuelvo a pasar estos malos ratos jamás en mi vida, no compensa beber alcohol porque sí”.
- “No bebes alcohol por el placer de emborracharte, amigo mío, no es la bebida lo que te gusta, lo que realmente te gusta es el placer de la compañía, como a todos. Así que coge la cerveza y comparte este momento, porque realmente estos momentos no se vuelven a repetir jamás”, sentenció uno de ellos.“Dame ese quinto”, dije entre sonrisas de alegría y alivio

by Conde


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Callos


Finalmente se decidió por aquel bar. Le llamó la atención la vieja madera pintada a mano que franqueaba la puerta a modo de letrero. “Bar Jiménez”, con letras de estilo gótico. Debajo, ligeramente ladeada una frase con claros tintes de orientación al cliente: “Los mejores callos de la comarca”.
Accedió al local con paso decidido. Una rápida ojeada de izquierda a derecha le sirvió para tener un enfoque panorámico y realizar un análisis de la situación. El camarero, de espaldas, se había percatado de su entrada por el reflejo en la cafetera, un gesto que demostraba llevar años desempeñando su oficio. Al final de la barra dos abueletes bebiendo un chato de vino discutían sobre los resultados de las últimas elecciones. Un par de metros a su izquierda, un hombre de mediana edad tomaba una caña de cerveza mientras ojeaba el diario deportivo. En el otro extremo, un jubilado apuraba su quinto, con rostro serio y de pocos amigos.
Decidió colocarse en el centro de la barra, en la distancia media entre los solitarios. El camarero se giró y le dio su particular bienvenida.
- Muy buenas, ¿qué va a ser? – dijo enarcando una ceja en lo que podía ser un movimiento estudiado o un tic de nacimiento.
- Póngame un quinto, por favor.
- Ahora mismo – Dio un par de pasos, sacó el botellín de la nevera, lo abrió y se lo puso delante de una forma totalmente robotizada. Cogió una bandejita metálica abrió un bote de cristal grande que contenía garbanzos y se los puso al lado del quinto.
- Gracias, muy amable.
- ¿Usted no es de por aquí, no?
- Pues no, ¿tanto se me nota?
- Hoy día no es muy habitual que te den las gracias. Y en este barrio mucho menos. – Dijo desafiando a algún cliente que se diese por aludido.
- No cuesta nada darlas. Y hoy día tampoco es muy habitual que te pongan acompañamiento con la bebida.
- Lo bueno se pierde amigo. Hace años te podías tomar un par de cervezas en cualquier bar y te ibas comido a casa. Hoy quedan pocos bares en los que te pongan tapa. Lo bueno se pierde – repitió y se giró dando por zanjada la conversación.

Apuró su cerveza y buscó con la mirada al camarero.
- ¿Ya se marcha, amigo?
- Sí, debo irme. ¿Qué le debo?
- Son setenta y cinco céntimos.
- Quédese con el cambio – dijo, dándole una moneda de euro.
- Gracias hombre. Boooooooooteeeeeeeee – gritó al tiempo que tiraba de un cordel que hacía sonar un cencerro.
- De nada. – contestó un poco perplejo por la parafernalia que había montado con la campana. - Por motivos de trabajo voy a estar por aquí unos cuantos días. Me pasaré a probar esos callos.
- No se arrepentirá, amigo mío. Los callos Jiménez son únicos en la comarca – dijo señalando al eslogan impreso en el servilletero.

* * *

Al día siguiente volvió más o menos sobre la misma hora. Esta vez había más gente en el bar, contó ocho personas, además del camarero y él.
- Muy buenas amigo, ¿le apetecen esos callos?
- Hola. Creo que va a ser mejor dejarlo para otro día, tengo el estómago algo revuelto.
- Lo mejor para el dolor de barriga es comerse un buen bocata de jamón ibérico y bajarlo con un buen vaso de vino.
- No suena mal, pero mejor póngame un quinto.
- Como quiera amigo. ¿Le apetece algo para picar?
- No, gracias.

Apuró su quinto y dejó un euro encima del mostrador, esta vez sin despedirse del camarero.
* * *

Cuando entró en el bar al día siguiente fue directo hacia el taburete que vio libre en el centro de la barra.
- Amigo mío, parece que haya visto un fantasma, ¿se encuentra bien? – dijo el camarero al verle.
- No es nada, sólo un mal día – contestó con mirada ausente. – Póngame un quinto por favor.
- Ahí tiene – el camarero le puso la cerveza acompañada de una bandeja de cacahuetes y se fue hacia el extremo opuesto de la barra. Continuó rellenando los palilleros.
Observó con detenimiento a los clientes apoyados en la barra. Algunas caras ya las conocía de los dos días anteriores, a otros los veía por primera vez, “tan diferentes y tantas cosas en común, si se percatasen de lo similares que son…”.

- ¿No le apetecen unos callos, amigo mío? – dijo el camarero que había aparecido como un espectro.
- No, no tengo hambre, pero gracias. – contestó, saliendo de su trance.
- ¿Así que un mal día? – dijo soltando el trapo en la barra y adoptando una postura de relajación.
- Sí, hay días que odio mi trabajo.
- Si yo le contase amigo mío. Más de cuarenta años llevo detrás de la barra y le aseguro que las he visto de todos los colores.
- ¿Ha pensado en escribir un libro? Seguro que tiene un montón de anécdotas interesantes que explicar. Cuarenta años dan para mucho.
- Escribir no va conmigo. La última vez que lo hice fue para felicitar las navidades a mi hermanica del pueblo. Y de eso hace una eternidad. Y con los avances de hoy día no podría.
- Hay cursillos para aprender a manejar el ordenador.
- Poco tiempo y menos ganas, amigo mío, eso es lo que tengo. Las anécdotas las explico desde aquí, a mi público que son mis clientes, y quien quiera escucharlas que venga y pague su consumición.
- Me parece una buena política – dijo sonriendo, al tiempo que se miraba el reloj. – Bueno, debo irme, mañana vendré a escuchar alguna buena anécdota. – Apuró el quinto y dejó un euro en la barra.
- Hasta luego amigo mío.


* * *

La mañana del 13 de octubre comenzó como cualquier otra. Hacía años que para levantarse a las 7:20 no le hacía falta el despertador. Su reloj biológico tenía bien aprendido el horario. Se giró hacia su mujer, que continuaba dormida y le dio un beso en la sien acompañado de un susurro de “buenos días”. Se incorporó, se puso las zapatillas y fue al cuarto de baño. Se dio una ducha de agua tibia, se puso el albornoz y se afeitó mientras escuchaba las noticias en la radio “retención de 3 kilómetros en la entrada de la Ronda de Dalt a la altura de Trinitat” lo de cada mañana ¿es que no pueden hacer algo para remediarlo? Pensó para sí mismo.
Picó con los nudillos a la puerta de la habitación contigua y gritó “Buenos días, venga arriba, hace un día precioso”. Fue hacia la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Café con leche para su mujer, café solo él y un cola cao para su retoña (ya tiene 15 años, ¡cómo pasa el tiempo! Recuerdo el día que nació como si fuese ayer y ahora está en plena edad del pavo). Sacó una bolsa de magdalenas y una caja de galletas y las puso en el centro de la mesa. Mientras se calentaba la leche fue de nuevo a la habitación y esta vez picó a la puerta con mayor energía “venga, no seas gandula, levanta que el desayuno está en la mesa”. Al mismo tiempo su mujer aparecía por el pasillo con un albornoz y una toalla liada en la cabeza, “Buenos días mi amor”.
Desayunaron los tres viendo las noticias del telediario. Su mujer comentó que antes de ir al Mercado se pasaría por casa de su hermana a que le enseñase a acabar los flecos de la dichosa bufanda que llevaba tejiendo desde antes del verano.
Su hija comentó que ese día visitaban una exposición de pintura en un museo de la ciudad. Lo decía con un tono feliz y aquel brillo en los ojos que tanto le gustaba a su padre. Entre bromas los padres le sacaron que el motivo de la alegría era que estaba “enamorada” de su profesor de arte, el que organizaba la excursión.
Se despidieron los tres en la cocina cuando llamó al timbre la amiga de su hija. Como cada mañana se iban juntas al instituto. Dio un beso a su mujer y se marchó en dirección opuesta a la que había emprendido su hija. Anduvo dos calles y llegó al quiosco.
- Buenos días
- Muy buenas, ahí lo tienes- dijo sonriendo el quiosquero señalando con la mirada el diario deportivo. En la portada Ronaldinho con una corona de rey.
- Anda que si no es por éste ibais a hacer mucho.
- Claro, claro – dijo el quiosquero – será que el resto son cojos.
- Mira lo que les pasó a los galácticos, a ver si os sirve de ejemplo.
- Tranquilo, que me da a mí que estos tienen los pies bien puestos en el suelo.
Le pagó un euro y se marchó, “esto va por rachas, ya vendrán tiempos mejores”. Al girar la siguiente calle apareció el cartel “Bar Jiménez”. Se agachó para subir la persiana y abrió el local.

El día no estaba yendo mal, por la mañana había servido más cafés (y carajillos) que de costumbre, y a partir de las 12 comenzaban a organizarse corrillos. Su mujer se estaba retrasando y había faena por hacer, pero aún no era preocupante, podía valerse por sí mismo. A medida que servía cerveza y vino iba rellenando los palilleros, los servilleteros, limpiando la barra y reponiendo bebida en las neveras.

- Buenos días amigo mío – exclamó sorprendido al verlo aparecer
- Muy buenas… y gracias, ¡que rapidez! – dijo al ver el quinto ya abierto encima de la barra.
- Le advierto que hoy los callos están espectaculares, siempre están mejor de un día para otro, ¿quiere probarlos?
- No gracias, por ahora no.
- ¿Y qué tal, cómo le va el trabajo por aquí?
- Bien, aunque hoy ya acabo. Es mi último día.
- Vaya, ¿tan pronto?
- Sí – dijo con voz seria y mirándole a los ojos.
- Esperaba que estuviese más tiempo por aquí.
- Así son las cosas…
- Bueno, ¡qué remedio! – dijo el camarero rehuyendo la mirada – Voy a servir a ese corrillo que los tengo secos.
- Debemos irnos.
- ¿No vas a dejar que me despida de mi mujer?
- Lo siento.
- Bueno, supongo que así son las cosas – dijo fríamente, aunque con el corazón destrozado – Son muchos años en este bar, ¿sabes?, déjame al menos que ponga la última ronda.
- Bien. Hazlo.
El camarero se giró, abrió la nevera, sacó cuatro quintos y los puso encima de la barra al tiempo que retiraba los botellines vacíos. Fue a la cocina, cortó cuatro rebanadas de pan, les echó un hilo de aceite de oliva por encima y buscó el cuchillo jamonero. Cortó cuatro lonchas de jamón y las puso encima de las rebanadas de pan y sirvió el plato al lado de los cuatro quintos “Esta ronda corre de mi cuenta, buen provecho”. Se quedó varios segundos mirando al bar, con la esperanza de ver a su mujer apareciendo por la puerta.
- Debemos irnos.
- Bien, vamos – dijo con voz entrecortada - Vaya, ¡entonces es verdad eso del túnel!


by Lillo

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Madrid87

I. Del viaje

Discurría el año del señor de mil novecientos y ochenta y siete cuando una caterva de embarullados pitxorras concebía su particular asalto a la capital del reyno, disimulado este bajo la proclama de “viaje de estudios” aunque fuese pintada la ocasión para cualesquier otro menester salvo el propio del estudio.

Aquella debía de ser para los más de aquellos bisoños y aún barbilampiños zagales la primera de sus corredurías a más de un ciento de leguas de distancia del coño de sus madres, pero esa circunstancia no hacia menguar un ápice su ilusión por la contienda sino más bien todo lo contrario, pues azuzaba su deseo por ver mundo más allá de los confines de su Santa Coloma natal.

Era villa esta por aquel entonces muy temida más allá de las lindes que el río Besós dibuja, pues a ella se referían siempre como “la sin ley” los lugareños de la vecina ciudad condal. De inmerecida fama colmaban sus alforjas los mozalbetes mas no de otro acervo salvo de su ilusión, así que hubieron de empeñar los más de sus menos bienes con tal de recabar los maravedíes necesarios para acometer la tan anhelada empresa.

Apalabraron para la ocasión los servicios de un carretero con catanga propia que facia pasar las veces por carromato, aunque muy a su pesar y también al de ellos, no pasase aquel artefacto de cochambrosa tartana.

En tal embarcaron estos con dirección a la corte una fría mañana del duodécimo, bien de madrugada.

Pero si mala era la carreta peor era el carretero: malcarado y fideputa en los mejores de sus días, además de muy trasnochado ya, era este de aquellos fulanos que a fuerza de hacer el camino aprenden a esquivar los baches, mas no a caminar derecho. Alguna zapatiesta se terció con el malnacido y aún podría haber pasado a mayores de no ser por la certeza que estos tenían que, de producirse el ajetreo, su periplo habría acabado aún antes siquiera de comenzar. De esa forma aguantando carrete, carreta y carretero, arribaron a una venta que se hallaba, menos que más, hacia la mitad del camino y que era de visita obligada a cualesquiera que por aquella vía transitase. En ella pararon los viajeros con el ánimo alterado y con la esperanza de apaciguarlo a base de una buena ingesta de cerveza, que como es bien sabido, todo mal cura.

Acaecióles a nuestros pitxorras al arribar al mencionado mesón el sucedido que a continuación se describe.

Los viajeros entran en la posada y tal es la conferencia que en esta se mantiene:

Viajeros: Posadero.
(Nada)
Viajeros: ¡¡Posadero!! (en buena voz)
Mozo: ¡Vengo!
Mozo (con sorna): ¿Qué mandan vuestras mercedes?
Viajeros: Quince medianas.
Mozo (sorprendido): Sean quince, pues.

El mozo desaparece, los rapaces siguen con su cháchara mientras esperan.
...y esperan ... y desesperan.

Viajeros (entre ellos mesmos): ¿Cuanto pueden tardar unas cervezas? ¿donde habrá ido a buscarlas el mozo? ¡Mozo! ¡Mozo!

Mozo: Ya va, ya va.

Pero el mozo no aparece. Al cabo vuelven a insistir: ¡Mozo! ¡¡Mozo!! a viva voz reclaman.

Y vete aquí que después de la larga espera ven los viajeros aparecer al mozo de la venta trayendo unos humeantes tazones...

Llegan los primeros de estos tazones a la mesa y los viajeros se aperciben que no es cerveza lo que los colma, sino cocido de achicoria o algo semejante...

Indignados por tal rechifla se dirigen al mozo de esta forma:

Viajeros: ¿Que es esto que nos traes, mozo?
Mozo: Sus cafés señores. Disculpen la tardanza, pero quince son muchos cafes, si ustedes me entienden.
Viajeros: ¿Entender? eres tú quien parece no entender, mozo. Media hora hace ya que pedimos nuestras cervezas ¿y ahora nos vienes con estas?
Mozo (confundido): Miren sus mercedes que creo que se equivocan, quince cafés me pidieron y media hora llevo al fogón preparándolos, pues es pequeña la olla que para hervirlo usamos y he tenido que preparar tres tandas; tal ha sido el motivo de mi tardanza.
Viajeros: Mira mozo, que si esto es mofa tiene bien poca gracia. Cansados venimos del largo camino recorrido en esa tartana que ves ahí afuera y no traemos el cuerpo para guasas, así que haz el favor de servir nuestras cervezas y olvidaremos tu tardanza.
Mozo: Perdonen sus señorías pero no pidieron cerveza, sino café... y café les traje. Ahora no puedo llevármelo porque sino el amo querrá descontarlo de mi jornal y no estoy dispuesto a ello.
Viajeros (enojados): Haz venir a tu amo pues, que nosotros hablaremos con él.


El mozo se retira y vuelve con el posadero.

Posadero: ¿Qué desean los señores?
Viajeros: Cervezas... quince.
Posadero: El mozo me dice que pidieron ustedes café, quince para ser exactos.
Viajeros: Mire usted maese posadero, que no son infusiones lo que le hemos demandado con tanto apremio sino cervezas.
Mozo: Medianas me pidieron sus mercedes, y medianas son estas que traje.
Viajeros: Métaseuted ese agua caliente por donde le quepa, señor mozo. (Pues aún mozalbetes los pitxorras eran ya medio bachilleres y tenían un cierto manejo de la lengua del reyno).
Posadero: Por favor, haya paz señores.
Viajeros: Más de media hora hace que dura esta calaberada y empieza ya a oler a chanza...
Posadero: Discúlpenme ustedes pero no alcanzo a entender su problema. Pidieron medianas y medianas les ha servido el mozo. Si ahora quieren ustedes cambiar de parecer...
Viajeros: No hemos cambiado de parecer maese posadero, queríamos cervezas y cerveza queremos, medianas para ser exactos y no este calducho humeante que nos ha traído el mozo.
Posadero (pensativo): Disculpen sus mercedes la pregunta pero ¿de donde vienen?
Viajeros: ¿Y eso que mas da?
Posadero: Da señores, da. Creo comprender lo que aquí ha sucedido y tiene que ver con su procedencia.
Viajeros: De la buena villa de Santa Coloma venimos maese posadero, del condado de Barcelona, mas nada tiene eso que ver con el tema que ahora nos acontece.
Posadero: Tiene señores tiene y yo gustoso se lo explicaré si ustedes me lo concenden.
Viajeros: Venga pues esa explicación, a ver si aclara este girigay.
Posadero: Adivino que no son ustedes de estas tierras ya que de ser así sabrían vuestras mercedes que por aquí cuando alguien quiere un café pide un medio o mediana como han hecho ustedes.
Viajeros: ¿Y que se pide por estas tierras cuando uno quiere una cerveza?
Posadero: A eso por aquí señores, se le llama un tercio...


Aclarada la confusión, el buen posadero puso a los viajeros sus cervezas y se guardó para sí los cafés. Los viajeros pagaron sus cervezas y recuperando sus buenas maneras pidieron disculpas al posadero y al mozo por la confusión. Se despidieron y siguieron su camino...

...Y de esta forma aprendieron los muchachos que hay cosas que no se leen en los libros y que no hay manera de aprender si no es en el camino, como por ejemplo que
CON LAS LEGUAS HASTA LA LENGUA MISMA MUDA.



Dedicado a Dani, por los días que fueron.

by Andrés




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Ensimismado en sí mismo

Ensimismado en sí mismo, parco de movimientos e impulsado por la costumbre, sale al patio y rompe la escarcha del cubo, rellenando así la jofaina. Ya el gallo cantó en ese frío febrero.
Mecánicamente, para no pensar, inicia sus quehaceres y se dispone a almohazar al rucio de la cuadra. Abre el portón y el gélido viento inicia inmisericorde el arado de sus todavía tersas mejillas, contrastando con las arrugas presentes en la frente.
Abre, entra, se gira.
Mira al frente y se encuentra con dos ojos negros, con señales de óxido, pertenecientes a una vieja escopeta, que le miran directamente al pecho.
Y entonces, por fin piensa.
Piensa por fin.
Probablemente no son más que unos segundos, pero vuelve a ver a su esposa amortajada hace 4 días, sin llegar siquiera a la treintena, muerta, muerta por sobreparto, le dijeron.
Sobreparto…soledad, falta de médicos o matronas en estas sierras olvidadas, hábitos atávicos no siempre saludables, mala alimentación acumulada en esta maldita posguerra que a tantas familias ha hecho llorar….vuelve a verse a sí mismo puliendo la basta madera de pino para hacer el ataúd, mientras las lágrimas caen por sus mejillas y unos ojos grandes, los ojos del hambre le miran desde el suelo, un par de criaturas asustadas; otro, más alejado, inicia un lloro lastimero, sin fuerzas, secundado al momento por los otros dos. Oyes a tú hermana comentando que algo habrá que hacer con la criatura.
Y él, ni la oye ni piensa; pule la madera, como si mientras realiza su labor más habitual últimamente, el mundo no se acabase de hundir bajo sus pies.
- “Se puede saber que haces con eso”, le espeta al sujeto portador del arma, levantando la mirada triste. Y esa mirada se encuentra con un individuo bajo, renegrido, que huele al estiércol del burro que le dio calor esa noche, que le devuelve la mirada como si estuviese acostumbrado a estas escenas todas las mañanas.
- “Soy del maquis, paisano. Debo cruzar estas sierras para reunirme con una cuadrilla que opera cerca, y me sorprendió la noche y el frío cerca de vuestra aldea. Lo de la herramienta, comenta señalando la escopeta, es puro hábito. No voy a haceros ningún mal”
Ningún mal. Y sigue pensando, y recordando.
Se ve a sí mismo, un zagal que ya cruzaba todas las sierras de la Mancha y media Andalucía con la cuadrilla de segadores cuando debería estar disfrutando de la infancia, regresando con su bien merecido jornal y encontrando en una de estas a su padre colgando de la más alta viga del pajar; muerto y bien muerto. No le causo pesadumbre este hecho, le daba mala vida a su madre. Amigo de Baco y de los naipes, no aportaba a casa, siendo su madre la que malquebien llevaba el sustento a casa.
-“Mira, eso del maquis no va conmigo, y ahora no es el mejor momento en esta casa Así que arrea, recoge tus bártulos y si sales temprano antes llegarás adonde sea que vayas”. La tristeza va dejando paso a la rabia, sopesando las implicaciones de encontrar a un pájaro de esa calaña en su casa. Se oye un portazo, y se inicia un lloro…probablemente sea el recién nacido, que vuelve a tener hambre. Y le vuelve a mirar.
El guerrillero, al oír el llanto, baja la mirada avergonzado e inicia una tímida excusa, bajando el arma, un “vine aquí porque me dijeron que tú eres buena gente, que simpatizas con la causa, no es casualidad…”
Le interrumpe rápido, bajo el tono de voz, con un seco “a lo que te hayan contado ahora no le hagas mientas, que antes era antes y ahora es ahora”
Antes era antes y ahora es ahora, y no más decirlo se le aparece la imagen de su esposa, joven todavía, la frente amplia, la cara ancha y la sonrisa pronta; en una época mejor, sin guerras, o por lo menos no abiertas. No más que la guerra por el sustento. El sentido de rebeldía y esperanza que propagan los tristes maestros de escuela que por aquellas sierras se aventuran, creció aquellos años en su interior. Pensaron que podría cambiar, él y sus hermanos. Qué sus hijos ya no deberían ir a pastorear, a segar. Qué esos hijos recién llegados tendrían otro mundo, más amplio que las sierras que él se veía obligado a recorrer.
-“Llevo una semana caminando, solo pido descansar un par de días hasta que escampe toda la tropa que han reunido los señoritingos y la benemérita y se deshaga la nevada”.
Y mira hacia fuera, y efectivamente se da cuenta de que restos de la nevada de la noche permanecen sobre los tejados, regueros de luz contra las negras tejas, brillantes sobre los primeros rayos del sol de la mañana.
Y mira al suelo, y piensa que ya son demasiados muertos en estas montañas y que no quiere que a él le pese este por lo que dándose la vuelta, lentamente, mientras camina hacia la puerta, le suelta un lacónico, “mañana, mañana te vas”.
Cerró el portón, entro en la casa y siguió sin pensar.
A la mañana siguiente, el “maquis” se había marchado, sin mediar despedida alguna y sin vislumbrar huella alguna de su paso por allí.
Y él, a su vez también encamino sus pasos hacia la capital llevando un pequeño hatillo que lloraba quedamente, sin fuerzas. El hospicio era su destino y la supervivencia era su finalidad. Atrás quedaban tres criaturas, llorando, sin fuerzas.
Mucho tiempo después, ya en otro siglo, un anciano de pelo blanco y mirada vivaz, mientras escanciaba una cerveza en la mesa de un bar de otra capital, otro mundo, el vivido por su hijo y sus nietos estas y otras historias me eran explicadas.
La natural alianza nieto-abuelo contra el pater familias, o dicho de otro modo, el tradicional enfrentamiento paterno-filial, potenciaba el afecto que por el sentía, y permitía épicas confrontaciones dialécticas en la sobremesa, potenciadas por una copita de gandesa o un par de cañas. Y entre disputas banales, se percibían silencios, huecos no rellenos, heridas más profundas que no entendía y que, probablemente no intenté hacer aflorar, pues si su presente era rico e intenso, fiel cronista de la cotidianidad, de la política de actualidad, animal social rodeado siempre de compadres adoptados por sus hijos, como él mismo, cuando rememoraba algún episodio de su larga vida era cuando yo más atención le prestaba. Eran historias de un tiempo pasado, tan cercanas y a la vez tan lejanas.
Siempre, cada año, al despedirme, pensaba que era la última vez que le veía, y siempre me arrepentía de las preguntas no formuladas, las historias no escuchadas o el tiempo que no le dedicaba.
Años después, leí un libro, muy vendido y para mi modesto entender, sobrevalorado.
Y descubrí que en todas las familias hay soldados y todos tenemos nuestra Salamina. Sólo hay que escarbar y eso aflora, pero a veces es preferible el olvido.
Yo escarbé, y descubrí que ese hospicio fue visitado por un hombre con mirar triste durante tres años siempre que tuvo ocasión…hasta que en una visita no hubo a quién visitar.
Ese hombre fue mi abuelo.
Yo soy él y él es yo
Y esto es para él pues yo, que finalmente no tuve el valor para verlo marchar, espero que el olvido no le alcance.
Santa Coloma de Gramenet 13 de noviembre de 2006

by Danielo

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