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miércoles, 27 de junio de 2007

Espera

Siempre me ha llamado soberanamente la atención aquellas personas que son capaces de estar diez minutos en una cola (por ejemplo en una hamburguesería, o en la cola de cualquier tienda de comestibles) y cuando se presentan delante del cajero/a ponen cara de sorpresa e indecisión y sueltan un:

“Mmmm…”

o

“Pues quería…”

¿Se puede saber que cojones has estado pensando todos los minutos que has hecho de cola?, ¿Qué tipo de persona eres si entras en un establecimiento sin tener un objetivo definido?, ¿Has caído del cielo en ese momento y te has encontrado al principio de una cola en la que no te esperabas estar?.

Todo esto sale a cuenta de la fea costumbre que tenemos los españoles (y que creo que podemos hacer extensible a todos los mediterráneos) en dejarlo todo para el último momento, en hacerlo todo casi de forma improvisada. Desde luego el refrán español de “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” la debió proclamar un sueco, harto de esperar a que un españolito (véase mediterráneo) le solucionase un problema. Y es que nos gusta “perrear”, ¡que le vamos a hacer!.

Somos gente que no esta hecha para trabajar sino para disfrutar el momento, aunque disfrutar el momento consista en estar en una cola completamente absorto de cualquier pensamiento.

Eternidad

- No me hagas esto, por favor.
- Lo necesito.
- ¿Qué voy a hacer ahora?
- Sal por ahí, disfruta la vida, eres joven.
- Pero yo no quiero eso. Yo soy feliz aquí.
- La decisión está tomada.
- Bueno… supongo que debo alegrarme por ti.
- Debes.
- Pero es que es mucho tiempo.
- El tiempo es un suspiro.
- O una eternidad…
- Anda, dame un abrazo. Nos vemos a la vuelta.
- No…
- Venga! ¿no me vas a abrazar?
- Te echaré de menos.
- Yo a ti no – sonriendo.
- En fin, que vaya muy bien, aquí estaré a tu regreso.
Se fundieron en un abrazo. Después vio como cortaba dos pedazos de cinta aislante con la boca y le ayudó a colgar el cartel “cerrado por vacaciones, del 30 de julio al 2 de septiembre”.

Siempre hay un precio

Mi psicólogo no es argentino ni tiene consulta propia, cualquier garito vale.
Mi psicólogo no tiene agenda ni secretaria ni da cita. Las sesiones surgen sin previo aviso, siempre cuando es necesario, pero sin ningún tipo de planificación previa.

Suele ocurrir que después de una tarde de comentarios intrascendentes que acompañan a unos quintos y coincidiendo normalmente con la despedida del sol aparecen los primeros tankerais; y es que mi psicólogo no cobra en plata, mi psicólogo cobra en tankerais.

Con el segundo empiezo a vislumbrar que hoy puede haber sesión, miro de reojo el reloj: las once; demasiado tarde para dejarlo y quedar bien, demasiado pronto para poder dormir con todo lo que tengo en mi cabeza. Así que empiezo a escupir mi mierda.

Al principio son solo unos salibazos fétidos e inconsistentes vestidos de sutiles comentarios, como tanteando el terreno. Es solo el segundo tankerai, aún estamos a tiempo de tocar retirada e irnos a casa... pero no nos vamos, mi psicólogo llama la atención del camarero: "Llénanos" le dice... Hoy tenemos sesión.

Sigo escupiendo mi mierda y siguen cayendo tankerais mientras intento acompasar el ritmo de salida de inmundicias con el de entrada de alcohol.
Y así seguimos, un tanquerai tras otro, hasta que el camarero empieza a poner mala cara: la una, demasiado tarde, el garito tiene que cerrar. La sesión ha acabado por hoy.

***

Me despierto por la mañana bien jodido. Dolor de cabeza, el estómago en vilo, "¿Era necesario?" (Siempre me repito la misma puta pregunta) Y yo mismo me respondo: "Si, era necesario". Los tankerais y mi dolor de cabeza y el estómago jodido son el precio por la sesión de anoche.

Y es que, como dice la canción, siempre hay un precio.