miércoles, 27 de junio de 2007

Siempre hay un precio

Mi psicólogo no es argentino ni tiene consulta propia, cualquier garito vale.
Mi psicólogo no tiene agenda ni secretaria ni da cita. Las sesiones surgen sin previo aviso, siempre cuando es necesario, pero sin ningún tipo de planificación previa.

Suele ocurrir que después de una tarde de comentarios intrascendentes que acompañan a unos quintos y coincidiendo normalmente con la despedida del sol aparecen los primeros tankerais; y es que mi psicólogo no cobra en plata, mi psicólogo cobra en tankerais.

Con el segundo empiezo a vislumbrar que hoy puede haber sesión, miro de reojo el reloj: las once; demasiado tarde para dejarlo y quedar bien, demasiado pronto para poder dormir con todo lo que tengo en mi cabeza. Así que empiezo a escupir mi mierda.

Al principio son solo unos salibazos fétidos e inconsistentes vestidos de sutiles comentarios, como tanteando el terreno. Es solo el segundo tankerai, aún estamos a tiempo de tocar retirada e irnos a casa... pero no nos vamos, mi psicólogo llama la atención del camarero: "Llénanos" le dice... Hoy tenemos sesión.

Sigo escupiendo mi mierda y siguen cayendo tankerais mientras intento acompasar el ritmo de salida de inmundicias con el de entrada de alcohol.
Y así seguimos, un tanquerai tras otro, hasta que el camarero empieza a poner mala cara: la una, demasiado tarde, el garito tiene que cerrar. La sesión ha acabado por hoy.

***

Me despierto por la mañana bien jodido. Dolor de cabeza, el estómago en vilo, "¿Era necesario?" (Siempre me repito la misma puta pregunta) Y yo mismo me respondo: "Si, era necesario". Los tankerais y mi dolor de cabeza y el estómago jodido son el precio por la sesión de anoche.

Y es que, como dice la canción, siempre hay un precio.