miércoles, 17 de enero de 2007

Santa Coloma

El reloj marca las 8:20h., hora punta. La marabunta se agolpa en el andén esperando que el convoy haga acto de presencia. Santa Coloma es la segunda parada de la línea roja que nace (o muere) en el Fondo. A a pesar de ello, cuando el metro llega todos los asientos están ocupados, así que te puedes sentir afortunado si consigues un respaldo. Algunos pícaros prefieren hipotecar diez minutos y coger el metro en dirección opuesta para realizar el trayecto sentados.
Mi hermana, compañera habitual de metro en esta época, me pone al día de los pormenores del despacho donde trabaja. Bueno, del despacho no, más bien de las vidas de sus compañeros. Yo, que a esas horas no soy persona, asiento con la cabeza y, de vez en cuando, emito algún monosílabo (o gruñido encubierto) para dejarle claro que sigo la conversación.
Se oye el metro, algunos miran hacia el túnel, otros siguen con sus conversaciones, el nutrido grupo de lectores no aparta la vista de su libro. El metro avanza, juego a comprobar si es el mismo número de convoy que cogimos ayer. Afirmativo, es el 111. La muchedumbre toma posiciones. Los más avispados, como si les guiasen señales invisibles a los ojos de los demás, se sitúan justo en el punto en el que parará una puerta. El metro se detiene. Se accionan las palancas. Noto que me empujan, pero no es el habitual empujón de ansia por entrar, éste es diferente, es un reclamo. Así que me giro y me encuentro con una mujer joven, de aspecto dejado y mirada perdida que me coge del brazo y me dice algo con una voz prácticamente inaudible. La miro con una mezcla de asombro e intriga. Aún estoy tratando de asimilar su comentario cuando suena el pitido que avisa de que las puertas se van a cerrar. Mi hermana, extañada, me lanza mensajes telepáticos “¿qué haces ahí parado? ¿por qué no subes? ¡Entra!”. Doy un pequeño salto y logro entrar en el justo momento en que se cierran las puertas. La chica se queda en el andén, mirándome fijamente a través de la ventana. Arranca el metro y ambos aguantamos fijamente la mirada. Dos segundos más tarde la pierdo, pero algo me dice que continúa ahí (allí). Reflexiono, hago un esfuerzo para reconstruir la situación en mi cerebro, veo a la chica, me fijo en sus labios y escucho de nuevo el mensaje. Alucino.
- ¿Quién era esa chica? – la voz de mi hermana me hace volver al mundo real.
- ¿Qué?
- ¿Que quién era esa chica? – repite
- No sé. Es la primera vez que la veo.
- ¿Y qué te ha dicho?
- Que sigue rezando por mí.

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