sábado, 6 de enero de 2007

Eroski

I

¿Cómo he podido llegar hasta aquí? Es increíble. Hace un par de semanas estaba disfrutando de las cálidas playas de Menorca tumbado a “la Bartola”; quién será esa tal Bartola que consiguió que a esta forma de “perrear” se le atribuyese su nombre. En cualquier caso, mucho mejor estaba yo vagueando por esas cálidas aguas que en este antro de mala muerte. La única coincidencia entre la Isla y este cuchitril es mi temperatura corporal, si bien, ni que decir tiene, que allí sudaba por los 40 grados centígrados que nos brindaba el astro rey, y aquí, en cambio, también discurren gotas por mi frente, pecho y sobacos, solo que estas gotas son de escarcha. Mi sudor polar se debe a que estoy sentado en una mesa con tres tipos que podrían competir por tener el aspecto más desagradable del globo. Como si lo viese, lo emitirían en cualquier canal privado, en hora de máxima audiencia. Podría titularse algo así como “Esto no es sólo genética, hay algo más” o “Lo peor en cuanto a la condición humana se refiere”, título éste, quizá demasiado extenso para retener en la memoria del prototipo de espectador de estos programas. En fin, no entraré en la descripción de estos seres, aunque sirvan una serie de características comunes a modo de ejemplo: dientes amarillos, ojos enrojecidos, cicatrices varias y, por supuesto, halitosis.
- Tu turno – me dice uno de ellos, al cuál se conoce con el apodo de “Eroski”, término que al parecer le atribuyen por su afición a “limpiar” camiones de esta cadena de supermercados. Eroski es el que lleva la voz cantante. Todo el mundo, entendiendo por mundo la fauna que frecuenta lares de este tipo, le respeta, y pobre de aquél que no lo haga. En más de una ocasión he podido escuchar la famosa historia de una reyerta que tuvo lugar en este mismo antro una noche, o madrugada, durante una partida de dados, en que un individuo, merced a las ingentes cantidades de alcohol que se congregaban en su hígado, riñones y vejiga, se pasó de la raya con él, al parecer riéndose de su apodo y haciendo comentarios que no tenían por objeto más que ridiculizar su figura. Éste, sin perder la calma, se bebía plácidamente su copa de coñac, e incluso reía las ocurrencias de aquél. Cuando se hubo marchado la gran mayoría de individuos que frecuentaban el local, Eroski se acercó al compañero, puso su brazo izquierdo por encima del hombro, como si fuesen amigos de toda la vida, y se pidió otra copa. El camarero le sirvió el coñac, mientras al amigo le iba cambiando el gesto, ya que la figura de Eroski impresiona más cuanto más cerca se le tiene, y en lo que tarda un reloj de cuco en dar las campanadas de la una, Eroski alzó la copa con su brazo libre, el derecho, se la llevo a la boca, bebiéndosela de un trago y acto seguido la estrelló contra la cuenca ocular izquierda del amigo, a lo que siguió un rodillazo en salvas sean las partes y cuando la cabeza de éste bajó debido al fuerte dolor generado por tan plácido golpe, le propinó otro que le reventó las fosas nasales. Cuentan que lo dejaron tirado en la entrada de un garaje cercano y nunca más se supo. Serán leyendas urbanas, pero el hecho de que ahora mismo se esté cascando un copazo de coñac no es que me inspire mucha confianza.
- Voy- cojo el cubilete con mi mano derecha y con la izquierda, intentando que no se note que el pulso me tiembla más que un altavoz de discoteca, voy recogiendo los cinco dados que hay esparcidos por el tapete verde. Nos lo estamos jugando todo a ases. Los otros dos ya han completado la tarjeta. Jugamos a póquer, con dos rondas. La primera libre y la segunda obligado, desde jotas para arriba. Aquí los negros y los rojos no existen, para ellos es perder el tiempo. No estoy haciendo una mala partida, por lo menos a los otros dos ya les he ganado, sin ni siquiera haber tirado a ases. Pero Eroski tampoco lo ha hecho nada mal. Le saco diez puntos, porque ha tenido un pinchazo en reyes, pero aún así no las tengo todas conmigo. Normalmente los ases se me dan bastante mal, y cuando estoy nervioso mucho más. Tengo que tratar de tranquilizarme para tirar, porque de lo contrario transmitiré mi energía negativa al cubilete, y entonces no habrá ases. Y si no hay ases...
- Tira, no tengo toda la noche – Curioso, quizá es que ha quedado con algún otro amigo para realizarle un implante de nariz. El famoso implante Eroski. Le miro a los ojos, y veo un rostro impenetrable que denota amargura por los cuatro costados. Pero trato de responderle con una mirada fría, no por impresionarle, cosa hartamente improbable, sino más bien para no parecer un ser frágil y vulnerable. Lo que no tengo muy claro es si lo estoy consiguiendo. Reúno los cinco dados, los adentro en el cubilete, lo muevo con energía, doy tres golpes en la mesa, soplo y lo dejo caer. Levanto el cubilete y “borracho”.
- Borracho – atino a decir, con la voz entrecortada. Eroski me mira como si estuviese perdiendo la paciencia, lo cuál no me extraña, porque durante esta partida ya van nueve ocasiones que sale un dado borracho, lo que supone una media de más del 33% de tiradas no válidas.
- Ya vemos que es borracho. No sé a qué estás esperando para tirar de nuevo. Te estoy diciendo que no tengo toda la noche. – a lo largo de mi corta pero no por ello poco intensa vida, he escuchado tonos mucho más cordiales que el que me está dirigiendo en estos momentos Eroski. Así que no tardo ni tres segundos en recoger los dados y volver a hacer toda la parafernalia. Movimiento enérgico, tres golpes, soplido y pum. Antes de subir el cubilete mi mente piensa en círculos rojos. Necesito ases, muchos ases, como no saque por lo menos tres estoy en la más absoluta de las miserias. Uno por tirada no me vendría nada mal. Con tres ya firmo. Venga por favor, que haya por lo menos uno. Levanto el cubilete y esto es lo que hay, dos jotas, una cú, un negro y un rey. Pocas veces se puede ver una tirada tan mala jugando a los dados. Es más, yo creo que de cada mil veces que tires cinco dados, sacarías esta jugada unas quince veces, veinticinco como mucho. Y yo soy un imán para conseguir cualquier hazaña en lo que a negativo se refiere. Seguro que tengo las mismas posibilidades de sacar esta tirada que de cantar un bingo, pero en mi vida toparé con el cartón premiado. Y en cambio aquí está la jugada. Aún así, mi gesto continúa igual, frío y calculador, como si no me afectase. Pongo cara de “tranquilos, está todo controlado” y no me lo creo ni yo. Esta vez voy a tomarme más tiempo para tirar los dados. Voy a dedicar los segundos necesarios para que mi ritual funcione. Y me da igual como se ponga Eroski. Él que tire como le venga en gana, que yo por mi parte haré lo propio. Así que mano derecha cubilete, mano izquierda recogida de dados, depositamos éstos en el interior del cilindro, lo agitamos con gran maestría, un golpe en la mesa, otro golpe en la mesa, tercer golpe en la mesa, pausa, soplido, levantamos el brazo a una altura más que prudencial, giro el cubilete en dirección a la mesa y salen los cinco dados rodando por el suelo.
- Mira chaval – me dice Eroski mientras con una de las miradas más imperativa que he visto en mi vida ordena a uno de sus compinches que recoja los dados – no te pases de listo conmigo porque no me gusta que me toreen. Así que vas a coger esos putos dados y vas a tirar bien de una puta vez. Y ni se te ocurra sacar un puto borracho ni mucho menos tirar un puto dado por el puto suelo, porque como lo hagas no vas a tirar ni una puta vez más y te vas a quedar con los putos puntos que llevas ahora mismo. ¿Te ha quedado claro?
- Puta madre – se me ocurre decir, como haciéndome el gracioso. La cuestión es que ninguno de los congregados allí tiene la capacidad para entender la parida, y, por su parte, Eroski más que una sonrisa me dedica una mirada fulminante que viene a decir “chaval, no sé cómo tienes huevos a decir eso. Suerte tienes de que no te haya arrancado un puto dedo ya”. – Voy - así que cojo los dados nuevamente y vuelta al ritual. Pico una vez, otra, otra y lanzo los dados. Levanto el cubilete con absoluta calma, y allí están, dos círculos rojos como dos soles de verano a las 12 de la mañana. Intento evitarlo pero me sale una sonrisa de esas que nunca le debes dirigir a un oponente con el que te estás jugando dinero cuando las cosas te salen bien. Pero me da tiempo a volver al gesto de serio y cabal antes de que se percate Eroski. Así que le miro, muy seguro de mí mismo y sin apartar la mirada recojo los tres dados restantes y los introduzco en el cubilete. Lo muevo enérgicamente, sosteniendo la mirada, toco una vez en la mesa, otra, una tercera vez con más fuerza, elevo el cubilete y lo vuelco con total energía. Levanto el cilindro y allí hay otro. “claro que sí, soy un campeón” pienso. Ahora Eroski si quiere ganarme tiene que hacer pleno. Tiene que sacar cinco ases. La cara de mi amigo no es del todo conciliadora. Más bien todo lo contrario. Si la tuviese que describir con un calificativo valdría cualquier sinónimo de odiosa. Mirada odiosa. – Te toca- le digo, para más INRI. Coge los dados sin decir nada, los mete en el cubilete y con un movimiento rápido como un relámpago lo agita y lo deposita encima de la mesa. Permanezco atento a la mesa. Sé que no va a sacar más de uno. Y sacando uno no me preocupo. Levanta el cachirulo y ahí están. Tres ases!!! Madre mía, y le quedan dos tiradas.
- Tres ases – dirigiéndose a mí, como si fuese lerdo “te vas a recochinear de tu vieja si es que tienes, pedazo de mandril” pienso, pero mi mirada no refleja ni miedo ni odio, por ahora. Eroski coge los dos dados que le quedan y al igual que la vez anterior los agita con una velocidad inhumana. Deposita el cubilete encima de la mesa y... otro as. Mi punto de vista empieza a distar bastante de lo que consideramos positivismo. Le queda una tirada y un solo dado. Y si a ese dado le da por vestirse de as me cruje. Y crujirme significa crujirme bien crujido.
- Cuatro ases – dice Eroski, como si lo de tirar dados fuese igual que ir a coger caracoles un domingo soleado tras un sábado tormentoso – y me queda una tirada- “y me queda una tirada, y me queda una tirada”. Por qué tengo que ser tan desgraciado. Por qué no escarmiento. Por qué siempre ando metido en este tipo de situaciones. A esta hora debería estar destrozando las pistas de baile, chuleando a las jacas más cachondas de la ciudad, bebiéndome un cubalibre, término éste que incomprensiblemente comienza a estar en desuso... e intentando llevarme al huerto a alguna treinteañera de buen ver, o quinceañera o cuarentona... no me voy a poner ahora delicado con la edad. Cualquier mujer, por poco agraciada que sea, es infinitamente mejor que el mastodonte que tengo frente a mí ahora mismo. O podría estar durmiendo, que buena falta me hace recuperar unas horitas. Dicen que el sueño no se recupera. Pues no sé quién osa negarlo, porque por lo menos yo sé cómo hacerlo. Quizá debiese ponerme en contacto con algún científico para desmentir el mito. Ya veo la portada del Muy Interesante “En busca del sueño perdido” y en páginas centrales una extensa entrevista a mi persona, en la que argumento que echándose una buena siesta, de esas con babas, y durmiendo esa misma noche unas 12 horas del tirón ya has recuperado el sueño que hayas podido perder durante toda esa semana. Todo depende de esta tirada. Como a ese dado se le antoje aparecer como as estoy perdido. Y las posibilidades no son pocas, concretamente una entre seis, ¿eso es mucho o es poco? Si fuese yo el que lanzase otro gallo cantaría, pero siendo mi oponente el que tira un 16,6 periódico es un porcentaje harto elevado. Hace un momento estaba todo controlado y en cuestión de dos minutos se ha ido todo al garete. Qué significa garete. Me gustaría saberlo. Seguro que Eroski lo sabe. Se lo voy a preguntar. Claro que igual se piensa que es una táctica para joderle la concentración, apreciación que sería del todo falsa, puesto que realmente estoy interesado en saber lo que es un garete. Uno está perdido cuando todo se le va al garete. Curioso, cuanto menos. Si salgo vivo de este antro lo primero, bueno no, lo segundo... o lo tercero o lo cuarto que haré será buscar en un diccionario tan singular vocablo.
- Ahí tienes el as que faltaba, muchacho – me he quedado empanado con lo del garete y ha aprovechado para hacer su última tirada. Otro as. Ha sacado otro as. Cinco ases. Por qué eso a mí nunca me sale y a los demás sí. Lo dicho que estoy perdido. Igual si salgo corriendo... que va, me engancharían en menos de lo que tarda Eroski en ventilarse un camión. Y no quiero ni pensar las consecuencias que ello podría suponerme. No es que sean bonitos, pero les tengo gran estima a mis diez dedos, y quisiera conservarlos – ya sabes lo que me debes- dice sin alterar el tono de voz. El mismo tono que utiliza siempre, por muy mal que esté la situación o por muy bien que le pinten las cosas, como es el caso que nos ocupa.
- Lo siento, pero me vas a tener que dar unos días para conseguirlo. Como comprenderás no soy de los que van por la calle con… – trato de parecer sereno, pero cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de psicología no tardaría más de dos décimas de segundo en diagnosticarme la patología del cangueli.
- Mañana lo quiero aquí. Tienes un día.
- Ya has escuchado. 26 horas. Y más vale que esté – me dice uno de sus compinches. ¡26 horas! ¿es su primer chiste o es que de verdad puede existir un ser así en el globo? Lo que yo daría por verlo en un programa concurso de conocimientos. “Buenas noches, nuestro concursante de hoy es Don Pamplinas y viene de una pedanía de las afueras. Cuando le hemos preguntado por sus hobbies nos ha comentado que no le gusta tener animales en la chabola, pero que no descarta comprarse un pez de colores con los emolumentos que gane aquí. Y vamos ya con la primera pregunta...”
- No sé si me va a dar tiempo – le digo a Eroski, obviando el comentario de Pampli.
- 24 horas – dice Eroski al tiempo que se levanta de su silla y se dirige a la barra. Supongo que lo de 24 ha sido para dejarme bastante claro que no me van a regalar esas dos horas que Pampli se ha sacado de la manga. Nada más. Ni un comentario, ninguna otra mirada. Se va como si no nos hubiésemos visto en la vida. Y ahora es cuando realmente me percato de lo estrecho, mugriento, frío, oscuro y profundo es el pozo al que acabo de saltar de cabeza.


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