martes, 2 de enero de 2007

Ensimismado en sí mismo

Ensimismado en sí mismo, parco de movimientos e impulsado por la costumbre, sale al patio y rompe la escarcha del cubo, rellenando así la jofaina. Ya el gallo cantó en ese frío febrero.
Mecánicamente, para no pensar, inicia sus quehaceres y se dispone a almohazar al rucio de la cuadra. Abre el portón y el gélido viento inicia inmisericorde el arado de sus todavía tersas mejillas, contrastando con las arrugas presentes en la frente.
Abre, entra, se gira.
Mira al frente y se encuentra con dos ojos negros, con señales de óxido, pertenecientes a una vieja escopeta, que le miran directamente al pecho.
Y entonces, por fin piensa.
Piensa por fin.
Probablemente no son más que unos segundos, pero vuelve a ver a su esposa amortajada hace 4 días, sin llegar siquiera a la treintena, muerta, muerta por sobreparto, le dijeron.
Sobreparto…soledad, falta de médicos o matronas en estas sierras olvidadas, hábitos atávicos no siempre saludables, mala alimentación acumulada en esta maldita posguerra que a tantas familias ha hecho llorar….vuelve a verse a sí mismo puliendo la basta madera de pino para hacer el ataúd, mientras las lágrimas caen por sus mejillas y unos ojos grandes, los ojos del hambre le miran desde el suelo, un par de criaturas asustadas; otro, más alejado, inicia un lloro lastimero, sin fuerzas, secundado al momento por los otros dos. Oyes a tú hermana comentando que algo habrá que hacer con la criatura.
Y él, ni la oye ni piensa; pule la madera, como si mientras realiza su labor más habitual últimamente, el mundo no se acabase de hundir bajo sus pies.
- “Se puede saber que haces con eso”, le espeta al sujeto portador del arma, levantando la mirada triste. Y esa mirada se encuentra con un individuo bajo, renegrido, que huele al estiércol del burro que le dio calor esa noche, que le devuelve la mirada como si estuviese acostumbrado a estas escenas todas las mañanas.
- “Soy del maquis, paisano. Debo cruzar estas sierras para reunirme con una cuadrilla que opera cerca, y me sorprendió la noche y el frío cerca de vuestra aldea. Lo de la herramienta, comenta señalando la escopeta, es puro hábito. No voy a haceros ningún mal”
Ningún mal. Y sigue pensando, y recordando.
Se ve a sí mismo, un zagal que ya cruzaba todas las sierras de la Mancha y media Andalucía con la cuadrilla de segadores cuando debería estar disfrutando de la infancia, regresando con su bien merecido jornal y encontrando en una de estas a su padre colgando de la más alta viga del pajar; muerto y bien muerto. No le causo pesadumbre este hecho, le daba mala vida a su madre. Amigo de Baco y de los naipes, no aportaba a casa, siendo su madre la que malquebien llevaba el sustento a casa.
-“Mira, eso del maquis no va conmigo, y ahora no es el mejor momento en esta casa Así que arrea, recoge tus bártulos y si sales temprano antes llegarás adonde sea que vayas”. La tristeza va dejando paso a la rabia, sopesando las implicaciones de encontrar a un pájaro de esa calaña en su casa. Se oye un portazo, y se inicia un lloro…probablemente sea el recién nacido, que vuelve a tener hambre. Y le vuelve a mirar.
El guerrillero, al oír el llanto, baja la mirada avergonzado e inicia una tímida excusa, bajando el arma, un “vine aquí porque me dijeron que tú eres buena gente, que simpatizas con la causa, no es casualidad…”
Le interrumpe rápido, bajo el tono de voz, con un seco “a lo que te hayan contado ahora no le hagas mientas, que antes era antes y ahora es ahora”
Antes era antes y ahora es ahora, y no más decirlo se le aparece la imagen de su esposa, joven todavía, la frente amplia, la cara ancha y la sonrisa pronta; en una época mejor, sin guerras, o por lo menos no abiertas. No más que la guerra por el sustento. El sentido de rebeldía y esperanza que propagan los tristes maestros de escuela que por aquellas sierras se aventuran, creció aquellos años en su interior. Pensaron que podría cambiar, él y sus hermanos. Qué sus hijos ya no deberían ir a pastorear, a segar. Qué esos hijos recién llegados tendrían otro mundo, más amplio que las sierras que él se veía obligado a recorrer.
-“Llevo una semana caminando, solo pido descansar un par de días hasta que escampe toda la tropa que han reunido los señoritingos y la benemérita y se deshaga la nevada”.
Y mira hacia fuera, y efectivamente se da cuenta de que restos de la nevada de la noche permanecen sobre los tejados, regueros de luz contra las negras tejas, brillantes sobre los primeros rayos del sol de la mañana.
Y mira al suelo, y piensa que ya son demasiados muertos en estas montañas y que no quiere que a él le pese este por lo que dándose la vuelta, lentamente, mientras camina hacia la puerta, le suelta un lacónico, “mañana, mañana te vas”.
Cerró el portón, entro en la casa y siguió sin pensar.
A la mañana siguiente, el “maquis” se había marchado, sin mediar despedida alguna y sin vislumbrar huella alguna de su paso por allí.
Y él, a su vez también encamino sus pasos hacia la capital llevando un pequeño hatillo que lloraba quedamente, sin fuerzas. El hospicio era su destino y la supervivencia era su finalidad. Atrás quedaban tres criaturas, llorando, sin fuerzas.
Mucho tiempo después, ya en otro siglo, un anciano de pelo blanco y mirada vivaz, mientras escanciaba una cerveza en la mesa de un bar de otra capital, otro mundo, el vivido por su hijo y sus nietos estas y otras historias me eran explicadas.
La natural alianza nieto-abuelo contra el pater familias, o dicho de otro modo, el tradicional enfrentamiento paterno-filial, potenciaba el afecto que por el sentía, y permitía épicas confrontaciones dialécticas en la sobremesa, potenciadas por una copita de gandesa o un par de cañas. Y entre disputas banales, se percibían silencios, huecos no rellenos, heridas más profundas que no entendía y que, probablemente no intenté hacer aflorar, pues si su presente era rico e intenso, fiel cronista de la cotidianidad, de la política de actualidad, animal social rodeado siempre de compadres adoptados por sus hijos, como él mismo, cuando rememoraba algún episodio de su larga vida era cuando yo más atención le prestaba. Eran historias de un tiempo pasado, tan cercanas y a la vez tan lejanas.
Siempre, cada año, al despedirme, pensaba que era la última vez que le veía, y siempre me arrepentía de las preguntas no formuladas, las historias no escuchadas o el tiempo que no le dedicaba.
Años después, leí un libro, muy vendido y para mi modesto entender, sobrevalorado.
Y descubrí que en todas las familias hay soldados y todos tenemos nuestra Salamina. Sólo hay que escarbar y eso aflora, pero a veces es preferible el olvido.
Yo escarbé, y descubrí que ese hospicio fue visitado por un hombre con mirar triste durante tres años siempre que tuvo ocasión…hasta que en una visita no hubo a quién visitar.
Ese hombre fue mi abuelo.
Yo soy él y él es yo
Y esto es para él pues yo, que finalmente no tuve el valor para verlo marchar, espero que el olvido no le alcance.
Santa Coloma de Gramenet 13 de noviembre de 2006

by Danielo

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