martes, 12 de febrero de 2008

Perfect day

Tras beberme el gintonic que me supo a gloria, di un par de vueltas a la manzana con el fin de hacer acto de presencia con puntualidad británica. La hora hache había llegado y tocaba hacer frente a la situación estóicamente. Entoné mentalmente una canción alegre (Perfect day de Lou Reed) a fin de relajarme y entré en el bar donde había quedado con el gitano.

- Buenas – saludé secamente. De los allí congregados no se giró ni el camarero.

- Vaya, vaya, si está aquí el rey de los dados – dijo el patán de las 26 horas, que había salido de la nada.

- Vengo a ver a Eroski.

- Te está esperando dentro. Dame las armas que lleves.

- Tarde, las acabo de dejar en la tintorería a ver si se les va el óxido.

- ¿En serio? – lo curioso es que él sí que lo preguntaba en serio - Bueno, te tendré que cachear.

- Tú mismo, pero igual me pongo contento – le dije al tiempo que le lanzaba un besito al aire.

- Eh, que yo paso de esos rollos, que yo soy un machote ibérico más español que el Fary. Pasa anda, sígueme, y nada de sorpresas – dijo como si él mismo se creyese que formaba parte del reparto de “Uno de los nuestros”. Cruzamos el bar y al final del pasillo topamos con una puerta de madera de las de antaño. Al girar el pomo apareció un resquicio de luz que no tenía nada que ver con la luminiscencia del antro en el que estábamos inmersos.

- Jefe, está aquí el mequeterfre…, me-que-ter, mer-que-ter… el tonto de los dados.

- Pasa, chaval – dijo Eroski, sin apenas inmutarse. Estaba sentado en un sillón de estilo barroco que no hacía juego con la decoración del resto de la estancia.

- Buenas – atiné a decir.

- ¿Dónde está lo mío? – dijo Eroski, yendo al grano. Obviamente ya se había percatado de que no llevaba nada en las manos.